15 de junio de 2008

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Y en aquellas tardes íbamos al parque y tú leías a Góngora y yo a Cortázar, y entonces comenzaba el debate de siempre, si era mejor lo clásico o lo moderno, reír o llorar, blanco o negro, y no llegábamos a nada y torcías el gesto como sólo tú sabías, como sólo tú sabes hacer y acabábamos enfadados hasta que una mariquita se posaba en mi hombro y al principio te impedía verla, y más tarde te la guardaba en la mano hasta que te acercabas y te decía al oído te quiero como se cuenta un secreto.

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