24 de febrero de 2012

Habemus novela: El Desencantador

Cinco años.
Comencé El Desencantador en 2007, mientras estaba de Erasmus, sin saber que ese invento sería una novela. Bueno, de hecho comencé a escribir con una novela en mente, pero sin nada más. Sólo un punto de partida: un mundo donde han desaparecido los sueños y un chaval que sueña con el cine. La novela, cuando no se podía llamar aún así, fue dando bandazos de un lado a otro con pequeños pasos de hormiga entre ese noviembre galés y un noviembre mucho más oscuro, el de 2009, cuando llegué a un punto de no retorno, un punto en el que habían cambiado tanto las reglas que tenía miedo de seguir escribiendo. No se trataba de la misma novela...
El pasado diciembre, decidí resucitar la historia de Damián y compañía. Asumí las reglas del género en que me encontraba metido y di un giro de tuerca al tercer acto del libro (son, en total, tres partes muy distintas entre sí). Comencé a hacer esquemas y a dotar de una estructura lógica al relato, esto es, sumando los pros y los contras, los conflictos principales y secundarios, repercusiones... traté de hacer que la pequeña relojería funcionara. Encontré en el camino imágenes y personajes maravillosos, pienso en Norma, David o Ruth, cómo no. Pude hacer colisionar dos mundos aparentemente inmiscibles, y aunque el resultado no es armonioso, creo que vale la pena aventurarse en él.
Di rienda suelta a mi amor por el cine, cómo no. Esta novela le debe tanto o más al cine que a la literatura, y esto es decir mucho. A algunos les agobiará, a otros les fascinará, habrá a quien le abra nuevas puertas y ventanas a mundos imposibles. Aquí están de Murnau a Almodóvar, de Radiohead a Pereza, de Anna Frank a Stieg Larsson... los referentes son numerosos y eclécticos. El tono, del tono podría decir que hay tres. En algunas partes, hay incluso sentido del humor, sentido del amor, aunque las más el drama gana la partida. Son en total 231 páginas de extrañeza y de contragénero. Igual he puesto las miras muy altas y no es para tanto. Igual es para más y me quedo corto. En definitiva, El Desencantador comenzó como un cuento de fantasía, pero se transformó en una novela creacional de tintes épicos. Una novela donde está el principio del mundo, quién sabe si el final, donde el cine y el amor son los dos grandes ejes que hacen que la sangre fluya por las venas de Damián, una novela de apariencia sencilla y forma meditada, bastante experimental: caben todos los tiempos verbales y personas narrativas, la lógica alemana y el surrealismo, la narración fluida y la atropellada, los personajes amados y odiados, todos en cierto modo incomprendidos. Pero que no os engañen: El Desencantador es, por encima de todo, una novela mágica.
Me guardé el último capítulo para narrarlo del tirón en un mismo día, cuando ya tenía pensado qué sucedería a continuación y cómo sería. Tenía un esquema con los tres actos, tenía pensada la coda final. Luego, ese falso epílogo. Me puse a ello: Val del Omar de Lagartija Nick, Homenaje a Enrique Morente de Los Evangelistas y Omega de Enrique Morente como banda sonora a todo trapo. Un peta para calentar, tres latas de Cocacola, tres velas a punto de morir. Las horas que se derraman como lluvia. Las cuatro, las cinco, las seis, siete, ocho, nueve, todo ese tiempo para decir lo hemos hecho. Ha nacido una novela, joder.

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