18 de marzo de 2012

Porque sobran los motivos

El viernes por la mañana estuve en Linares en un encuentro con chavales de 1º de ESO. Les hablé de lo que hablo siempre, de autores imprescindibles, de los padres de la literatura infantil (Barrie, Carroll, Lewis, obvié a Roald Dhal). Estos encuentros te sirven para reflexionar sobre muchas cosas que no piensas a diario: las decisiones que has tomado en tu vida, los motivos para escribir, el proceso de creación que sigues.
      Cuando me preguntan que por qué escribo, suelo responder que porque lo necesito o porque he sido un lector ingente, que no bueno. También me parecen divertidas las historias que me han acompañado desde niño: no sólo las lecturas, sino las películas y, cómo olvidarlas, las series de televisión. Las series de televisión me han enseñado más sobre construcción de personajes y tramas que todas mis lecturas hasta la fecha. Ha hecho más por mi literatura Joss Whedon que nadie. Esto, dicho en según qué circunstancias, puede grangearte escépticos. En la reflexión sobre todo lo que hago y he hecho, también redescubro que no tengo prejuicios, y eso es fundamental para ser un escritor.
      Me preguntaron si hay aspectos autobiográficos en mis novelas, en los personajes, en todo ello. Los amigos que leen lo que escribo suelen asegurarme que estoy en lo que escribo, en el estilo, en la forma de expresarme, en el tono, a veces en los personajes, pero de un tiempo a esta parte trato de que los personajes no siempre sean lo que yo sería, que no compartan mis ideales y planteamientos del mundo. No temo que mis personajes sean racistas, o infieles, que no les guste el cine, que odien mi película preferida... Antes, me negaba. Mis protagonistas molaban. Hacían cosas que a mí me gustaría hacer. En cierto modo, vivían vidas que a mí se me escapan o escapaban. Por eso tienen una adolescencia tan pronunciada con aventuras realistas o fantásticas, pero siempre apasionantes. Más allá de eso, en mis historias hay guiños a mi alrededor, personajes que se llaman como mis amigos, canciones o lugares relacionados con mi vida, pequeños guiños a mi existencia. Lo bueno de estos detalles es que ni siquiera muchos de los que se consideran mis mejores amigos serían capaces de entenderlos o descubrirlos. Es una pequeña prueba de nivel ante nuestra amistad.
      La literatura no salvará el mundo. Ni siquiera creo que haya salvado muchas vidas, si bien puede que alguna. Ya sabéis, libros inspiradores, libros que hinchen de orgullo a los lectores y de ganas de vivir. Qué difícil es escribir esos libros. Tan difícil o más que aquellos que te sumen en un estado melancólico y te provocan un nudo en la garganta imposible de deshacer, o de los pocos casos que te arrancan lágrimas. Libros que arrancan lágrimas hay de dos tipos: aquellos que diseccionan el drama como fundamento de la existencia de sus protagonistas y los pone contra la espa(l)da y la pared, los mata, los hace sufrir, o aquellos que, de buenos, de inspiradores, de joder, qué maravilloso es este libro, también te hacen llorar: síndrome de Stendhal literario. También existen los libros que cumplen ambas máximas, libros que hacen llorar porque el drama es demasiado poderoso, pero también porque están escritos de un modo inmejorable. Es el caso, y siempre pongo el mismo ejemplo, de Matar un ruiseñor. Tiene una, dos, tres partes que son pura magia,
      Supongo que en eso consiste la misión del escritor, o al menos la que yo me he propuesto. Escribir el libro que, de bueno, haga llorar, que de bueno, de una historia tan poderosa, te arranque el interior poco a poco. Uno sabe cuándo está pasando eso o no. En mi caso, tengo bastante claro que Queridos niños se parece al LIBRO que quiero escribir, y no será el mejor. Que el resto no ha cumplido esa misión porque no me la había propuesto hasta esa novela, que muchos de los libros que escriba no estarán a la altura, no harán llorar, incluso provocarán indiferencia o desprecio, pero eso es parte del juego, ¿no? No estar siempre a la altura, cambiar de propósito, evolucionar, escribir en función de tu estado vital...
      Me gustan estos encuentros, insisto. Me gustan porque te dan ideas y puede que hagas que algún chaval que no se lo había planteado siquiera coja un libro y le apasione la lectura, o coja un boli negro y un cuaderno y se anime a escribir algo, o incluso a darle una oportunidad a la poesía. Quién sabe. La cuestión es que sí, tú tratas de enseñarles cosas, pero ellos, sin proponérselo, te hacen analizar tu vida con lupa y aclararte o dificultarte más aún las ideas. Vamos, te ponen a trabajar con más ganas que nunca.
      Supongo que por eso he decidido comenzar con Eternos.

2 comentarios:

  1. Carol - Ratoncita30 de marzo de 2012, 4:28

    Cuando me pregunten qué quiero ser de mayor, lo tengo claro...tu
    Cómo me gusta lo que escribes, jo!

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  2. Muchas gracias, Carol. Un beso, cuentacuentos!

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