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25 de junio de 2012

Queridos niños: El Resplandor


Como ya sabéis, como ya sabe todo el mundo siempre me ha fascinado el terror como género por encima de los demás. Cierto, uno de mis escritores preferidos es Stephen King, de quien he leído muchísimas novelas. También idolatro a los clásicos Poe y Lovecraft, a quienes llegué a través de King. Además, de mis autores en lengua española admiro profundamente a José Carlos Somoza, a quien he tenido el honor de conocer y compartir proyecto literario (Hijos de Mary Shelley).
     El principal reto de la novela en que llevo trabajando casi dos años es la intención  de servir de homenaje a géneros tradicionalmente denostados: distopía, pulp, terror, noir... Sí, la literatura de género es fascinante, pero establece unas normas, un  lenguaje muy concreto si queremos que funcione. La segunda parte de la novela Queridos niños es, sin ir más lejos, una de terror que comienza cuatro años después de la primera parte tras una elipsis intencionada. Esto me permite resetear y reestablecer las normas de relato, destacar la evolución de los protagonistas y deformar el universo creado hasta la fecha para darle una forma determinada, en este caso de novela de terror.
     ¿Cómo me planteo escribir una novela de terror? Naturalmente, partiendo de lo sobrenatural. Personajes que creen ver cosas, que creen oír cosas, que tienen miedo del mundo que les atañe... Pero también las amenazas reales, las leyendas urbanas que persisten con los años y se deforman y les nacen tumores... Personajes puestos entre la espada y la pared, esto es, en situaciones límite (amenazas externas, desequilibrio emocional, aislamiento...) que tienen que tomar decisiones duras a pesar del pánico que los paraliza. Emplear la fe como arma, enfrentar bandos a raíz de la fe, porque religión y terror siempre han funcionado de la mano (ahí están sagas como REC o El exorcista). La intención, después de todo, es dejar al lector hecho polvo, emocionalmente exhausto
     ¿Cómo se compone una novelita de terror? Yo, por ejemplo, y aquí van spoilers, incluyo una violación, una persecución, un asalto, ataques al más puro estilo KKK, oraciones, credos, salmos, rumores, criaturas salvajes, desapariciones, un suicidio, enfermedad, droga, telepatía... Un cóctel protagonizado, y aquí viene lo gordo, por niños. Niños buenos, niños malos por naturaleza, niños asesinos, niños dictadores, niños inocentes, niños niños...
     Y hoy vengo a hablar de esto porque ayer volví a ver El resplandor, la versión de Kubrick, si bien también me propongo echar un vistazo a la miniserie de 1997, y he decidido retomar la novela, ya que en su día la dejé por la mitad, pero quiero reconocer las herramientas del terror, y, por las lecturas que llevo hechas al respecto este año, todo consiste en generar una tensión, unas expectativas que confluyen en un clímax o un anticlímax, ya que el lector disfruta del viaje, no del aterrizaje. En esa tensión creciente es donde el lector segrega hormonas y sustancias que le aceleran el pulso, toma adrenalina, y le hacen querer seguir a pesar de que sufre. Por mi parte, lo tengo clarísimo, pretendo llevar todas las situaciones a las consecuencias más terribles, y os aseguro que hay cosas peores que la muerte.
     El resplandor fue la novela que dio origen a Queridos niños, en concreto su hotel, el majestuoso y terrible Overlook, a partir del cual nació mi Mar de Luz a pie de playa en la costa almeriense, un hotel que también contiene secretos y una lucha por sobrevivir, porque el hotel parece reclamar constantemente a sus moradores que no se alejen de él, y es imposible acallar la voz de un edificio maldito.

23 de abril de 2012

Feliz Día de la Silla

Mis amigos de la biblioteca de El Jau
Esta mañana he tenido un encuentro literario en El Jau, una pedanía al lado de Santa Fe, a las afueras de Granada. Ha sido divertido, los niños han preguntado mucho y creo que hemos conectado. Cuando sucede esto, se nota la magia.
     He abierto el acto haciendo referencia al tan comentado Día del Libro, y les preguntaba a estos jóvenes lectores por qué existe un Día del Libro y no un Día de la Silla, cuando no leemos a diario pero sí nos sentamos en sillas día sí, día también. Estoy por instaurar el Día de la Silla, ¿qué tal el 24 de abril? Sería bonito llevar una broma a su última consecuencia.
     Pero lo que importa hoy, para qué negarlo, es el Día del Libro. Libros, esos objetos de papel que están por todas partes, que a unos les dicen mucho y a otros, tan poco. ¿Recordáis algún libro con cariño? Yo tengo muchos libros a los que guardo un cariño especial, pero si tuviera que elegir el primer libro que admiré durante bastante tiempo, a pesar de los años que caían sobre mí, a pesar de que ya no era un niño de hasta 12 años, como indicaba el color naranja de la colección del Barco de Vapor, supongo que el libro elegido debería ser Vania el Forzudo, ese enclenque muchacho ruso que, por vago, siempre se enemista con sus hermanos hasta que un día recibe el consejo de un viejo. Si pasa siete años en la chimenea alimentándose de pipas de girasol, conseguirá una fuerza sobrehumana, y así ocurre. A partir de entonces, Vania se dedica en cuerpo y alma a convertirse en zar, con los retos y aprendizajes que encontrará en el camino. Al final, lo consigue.
     Recuerdo cómo me ilusionó la historia, cómo me enamoró la construcción, ese camino de autodescubrimiento que, de modo totalmente inconsciente, he repetido yo en mis novelas, cómo toda la arquitectura estaba bien hilada y los personajes bien definidos. Como digo, la he releído pasado el tiempo y siempre me ha gustado, cada vez por un motivo concreto. Como esa novela recuerdo otras con cariño, de las lecturas voluntarias que podía repetir una y otra vez: Ari, la historia de una araña doméstica; Aurelio tiene un problema gordísimo, la historia de un chaval con un síndrome que le hace crecer de forma desmesurada de la noche a la mañana, con la discriminación que ello implica, y además termina en Lisboa. Insisto, estas lecturas infantiles definieron mi forma de escribir más intuitiva, como compruebo ahora al estudiar mis escritos. Los temas y ciertos detalles de estos libros parecen haber estado madurando a fuego lento en mi cabeza hasta que ha llegado la historia perfecta donde volcarlos.
     Eso es sólo el principio. Entonces, por mucho que me reía con Fray Perico, no sabía las carcajadas que me haría lanzar, por ejemplo, Crezco, o las lágrimas tras leer La flaqueza del bolchevique o Matar un ruiseñor; no sabía que una saga literaria como Harry Potter me llevaría a devorar libros en inglés, ni mucho menos intuía que, una vez superada la barrera de las cien páginas, llegaría un momento donde muchos de los libros que me rodearan superarían las mil páginas; no sabía, tenedlo en cuenta, que una noche me costaría dormirme oculto bajo las mantas de la cama tras leer "El grabado de la casa" de Lovecraft, o que esa maravillosa sensación de miedo un día se transformaría en la adrenalina inyectada a través de Stephen King, sustancia que aprendería a fabricar por mi cuenta en escritos nacidos de mi cabeza.
     Todos esos libros tienen nombre y apellidos, y la mayoría de ellos habrán sido escritos por alguien sentado en una silla. Por eso creo que es tan importante honrar el Romancero gitano de Lorca como las sillas donde lo ideó en su casa de Granada y la Residencia de Estudiantes, las camas desde donde escriben escritores sin futuro, las sillas de madera pelada, marrones y sin artificios, o aquellas forradas en piel de dálmata, sillas de plástico o metal, de diseño moderno o barroco, todas con una sola misión: abrazar las posaderas de escritores y lectores a lo largo de los siglos. Si a alguien no le parece bien lo de honrar las sillas, que me lo diga.
     Por lo pronto, honraré al libro. A ese objeto de papel. Su olor, su polvo. Las librerías viejas, las bibliotecas medio cerradas, la tinta que nunca muere. Por ello, a partir de mañana me dedicaré a publicar reseñas literarias de mis últimas lecturas y adquisiciones con una constancia variable, pero relativamente seguida. Lean, insensatos, lean a los locos.

20 de octubre de 2011

Los libros que me llevé a Madrid




Una pequeña selección de lecturas para alimentar el alma.
Hambre y pistolas.
Inglés y español.
Libros.

29 de enero de 2011

Escritores I

He conocido en mi vida muchísimos escritores. Escritores importantes, aficionados a la escritura, escritores noveles, consagrados, cómicos, dramáticos, poetas, narradores.
A raíz de la publicación del libro, además, comencé a entrar en el círculo literario y a ver cómo todos se conocen, todos se leen, todos se critican y publicitan... Yo comencé en esto de la escritura en casa, en mi pueblo, en tardes eternas de aburrimiento en las que leía demasiado, sin criterio, sin parar, sin analizar. Más adelante descubrí el "maravilloso" mundo de los best-sellers: tenía 12, 14, 16 años, no me lo tengan demasiado en cuenta. En cualquier caso, fue también en ese periodo cuando empecé a escribir 'en serio', como lo llamo yo. Comencé por lo fácil: relatos y cuentos. Tenía una idea, generalmente el inicio y el desenlace de una historia; por lo demás, sólo tenía que ir atando cabos para crear el nudo o desarrollo. Era rápido y fácil. No obstante, un día comencé un relato para clase de Lengua sin final definido, así que tuve que continuar por la presión de amigos (mis primeros críticos, y los más benevolentes). Desgraciada o afortunadamente, ese cuento de misterio en el Bagdad de la Edad Media dio lugar a una mitología propia con conspiraciones, personajes reales que conocían a otros ficticios, tramas locas, situaciones inverosímiles y un trabajo de investigación cuanto menos, sonrojante. Pero la escribí, ocupó varios años de mi vida y le di un cierre definitivo. Fue mi primer paso importante en el mundo de la literatura. Para que os hagáis una idea, el protagonista se llamaba Brian Edward Hyde.
Luego, con el cambio de ciudad, de ocupación y la llegada de Internet desarrollé mi faceta de cuentacuentos o relator gracias a una iniciativa que permitía a quien quisiera escribir cientos de cuentos en su blog, El Cuentacuentos. Fue también este lugar mi primer contacto con escritores serios o que llevaban esto de escribir más allá del mero hobby. Aprendí a escribir en esta comunidad, a tener cierta disciplina, a probar distintos puntos de vista, recursos narrativos muy diferentes entre sí, personajes opuestos... Una escuela excelente. Escribí semana tras semana una novela corta titulada Si llueve.... Entonces llegó la revolución. Debido a mi flirteo con diversos certámenes literarios, me ofrecieron la oportunidad de asistir a una escuela de escritores noveles en verano. La escuela duraba una semana y teníamos profesoras escritoras de verdad: Marina Mayoral y Aurora Luque; una para narrativa, otra para poesía. Y éramos treinta noveles de entre catorce y diecinueve años, nos bebíamos la literatura, el cine, la música y la vida.
Éramos inocentes y creíamos en los libros.

7 de diciembre de 2010

Adicciones



Soy adicto a muchas cosas. Desde pequeño, cuando nací y aprendí que el tacto del papel no era frío, soy adicto a los libros. A los libros y a las ceras, los bolígrafos, la pintura, la goma, el carboncillo, y todo lo que sirviera para plasmarme y derramarme en el papel. Luego aprendí a leer y a beberme los libros, y supe que el papel estaba rico y la tinta, ni te cuento. Por eso me volví idiota y adicto. Soy también adicto a Internet, y no sé muy bien por qué, aunque en cierto modo lo comprendo. Adicto a la red de redes y pionero, aún recuerdo cuando me conectaba de manera casi clandestina con el cable del teléfono (¡Cielos! Con el cable del teléfono) para mirar cositas frikis de Stephen King y Buffy y Expediente X, entre otras lindezas. De eso hace ya siete u ocho años, que se dice pronto… También descubrí el porno gratis, la cantidad exagerada de porno, las ingentes posibilidades del porno… Supongo que también me volví un poco adicto al porno, pero eso es bueno. El porno nos abre la mente y nos hace felices. Seguro que ya existe; si no, propongo instaurar un día Mundial del Porno. Por supuesto, soy adicto a la comida poco saludable: chocolate en cualquier forma y textura (helado, galletas, tabletas, en polvo, a la taza…), hamburguesas cuanto más grasientas, mejor, pizza con extra de queso… salsas con nata, curry, chucherías… Y bueno, es una obviedad, pero soy adicto a la música, al cine y a las series de televisión, como media España, pero creo que puedo decir que con criterio. Créanme, tengo criterio. Y por eso lo que empezó como un juego, eso de ver Expediente X y Buffy y disfrutar como un crío se convirtió en enfermedad con Lost, Six Feet Under e incluso ER. Lo de ir al cine de cuando en cuando, todo un ritual maravilloso por el que tenía todo el derecho del mundo a ser feliz, se acabó convirtiendo en la obligación de escribir reseñas para tres o cuatro revistas especializadas y cubrir dos o tres festivales al año. Pero sarna con gusto no pica. Y bueno, eso de escuchar de vez en cuando algún disco del que ahora avergonzarse acabó por convertirme maestro del Emule y de todos los programas de música en Internet, y empecé a comprar discos y, pasado el tiempo, a ir a conciertos, cinco o seis medio reseñables al año, y a conocer músicos y a no querer que esto se detenga. Y el maldito ordenador. Un Paraíso donde dar cabida a todas mis adicciones: porque en el pequeño HP caben la literatura, el porno, Amy Winehouse, el cine, la música y cientos de miles de millones de seres tan o más enfermos que yo a los que decir juntos podemos, y pásame un poco de tu mierda, y lo nuestro no tiene cura. Porque volverse adicto a Top Chef era lo último que me podía pasar. Ah, no, también podía volverme adicto a Tumblr y al Google Reader, y aún así volver al mundo de mi lado. Y tú, pequeño enfermo, confiesa tus adicciones.

27 de septiembre de 2010

Queridos niños (el principio de todo)



Hace nada me acabé Los renglones torcidos de Dios. Maravillosa. Torcuato Luca de Tena nos ofrece una protagonista insoportable por la que nos hace sentir empatía a pesar de todo. Todo tiene lugar en un psiquiátrico. Como en Alguien voló sobre el nido del cuco, pero más real. Con todo tipo de enfermedades. Se nota que el autor se informó bien, pasó tiempo encerrado entre paredes acolchonadas con esos renglones torcidos de Dios, con gente que perdió la cabeza, que nunca la tuvo en su sitio, que la tiene demasiado bien situada... gente excepcional, en cualquier caso.  Me costó decidirme a leerlo, pero un amigo me lo recomendó mucho y me lo regaló. De las
pocas veces que me regalan un libro (no entiendo por qué esto no se da más a menudo). Después de esa lectura tan intensiva (recordemos que lo último que había leído fueron la brillantes novelas de Ricardo Menéndez Salmón: Derrumbe y El corrector, a cada cual mejor) me han entrado ganas de escribir. Ahora estoy leyendo una de las novelas por las que uno se puede sentir orgulloso de leer a Stephen King: El resplandor. Espléndida. La destrucción gradual de una familia narrada a través de los fantasmas de un hotel maldito. Eso es lo bueno que tiene el terror: se le pueden dar mil lecturas, y si se buscan los recursos adecuados se pueden hacer unos análisis más que interesantes. Voy por la mitad del libro, con los primeros acercamientos de Danny, el niño que esplende, a la habitación 217 ("No entres en la habitación 217 por nada en el mundo. Ahí vi cosas terribles"), y con la creciente desesperación de un padre alcohólico... Y eso que aún no están aislados.
              Todo esto lo cuento porque me han dado ganas de escribir. Muchas. Una historia con muchos personajes, cien historias entrelazadas, niños especiales... La novela se titulará Queridos niños, y habla del Apocalipsis y de los supervivientes, de cómo afrontan el fin del mundo... De un nuevo orden mundial. Es una novela de género al cien por cien. Todo nace de un hecho inexplicado e inexplicable. El mal está en todas partes. El miedo. La muerte. El amor. Héroes y villanos. Un hotel maldito. Princesas. Pedófilos. Asesinos. Suicidas...
             Para entrar en el juego, os dejo el primer párrafo de la novela, que dice así:

Todos los niños tienen miedo.
            Bueno, en realidad todas las personas tienen miedo, no sólo los niños. Miedo a envejecer, a la enfermedad, a los espíritus, al mar, a los peluches, a las FARC, a las orugas, a los payasos, a los políticos —disculpen la unión de ideas—, a los curas, a la sangre, a los muertos, a los cementerios, a los adivinos, a una plancha caliente, al fuego, a los perros, a la discriminación, a los aviones, a los bolígrafos. Miedo, en definitiva, a la vida.

5 de noviembre de 2009

La inspiración es un mito




No sirve de nada esperar a que las musas nos toquen el arpa. De esto me he dado cuenta con el paso del tiempo, conforme me he ido planteando si quería ser escritor, porque con el paso del tiempo las historias se acaban, o el tiempo o qué sé yo. Total, que pasan los días, las semanas y los meses y de repente se te ocurre una novela que vale la pena, no una historia corriente. Entonces quieres que todo salga redondo. Por eso te documentas. He hablado con varios escritores sobre el tema. Marina Mayoral, por ejemplo, nos contó que el protagonista de una de sus novelas era boxeador y ella, lega en la materia, tuvo que visitar gimnasios durante tiempo aunque, tratándose como se trata de un mundo tan marcadamente masculino, lo tuvo que hacer como periodista que supuestamente preparaba un reportaje sobre el tema para un periódico o revista. El caso de Juan Cobos Wilkins no es menos pintoresco; en su novela El mar invisible aparecía de manera casi tangencial un hombre que había tenido contacto con la cetrería, y como Juan no tenía ni idea del tema dio la casualidad de que uno de los chavales a los que impartía unas clases de verano (yo estaba ahí) tiene un águila y le gusta la caza, ergo sabe algo del tema. El poeta cetrero, qué cosas, ¿verdad? Total, pidió consejo a este amigo mío y lo utilizó en su novela de manera muy sutil, tan sutil que yo hubiera dicho que bastaba con una búsqueda en internet.

Cuando escribí mi primera novela, La Dama de Oriente, no sabía mucho del tema de la documentación. No obstante, empecé a leer pasajes de la Biblia y decenas de fuentes que encontraba en internet. El resultado no fue bueno, cierto, pero no era culpa de una mala documentación. Es más, le echo la culpa a la poca experiencia literaria, no a mi mal uso de las fuentes. Además, como era en gran parte "fantasía", tenía un paso.

Cuando escribí Si llueve... se trataba de un relato ficticio, pero eché mano de mis conocimientos generales sobre muchas fuentes que nada tenían que ver entre sí. Había múltiples referencias al universo de Stephen King, a películas y series como Lost, Buffy o Expediente X. Se trataba principalmente de un juego, un aliciente para leer la novelita lumpen.

Ya cambió el juego cuando escribí La traición de Wendy. Me tuve que leer Peter Pan como tal, el clásico, y después hice algunas búsquedas en la web sobre Nunca Jamás. Estoy muy satisfecho con el resultado, dicho sea de paso.

Ahora mismo estoy escribiendo una novela y dos o tres en proyecto. Para la que estoy escribiendo, El Desencantador, me hice con una biografía de Marilyn Monroe, porque la chica aparece en un par de capítulos o tres, sólo eso, pero son decisivos y no quería desperdiciar el caramelo. En cuanto a la novela que estoy proyectando escribir cuando acabe El Desencantador, me la estoy preparando concienzudamente a base de leer las novelas más importantes de Lewis Carroll: Alicia en el País de las Maravillas y Al otro lado del espejo. No, no son meras fantasías infantiles. Tenéis que saber que Lewis Carroll no era el nombre del autor, sino su pseudónimo, y que este tipo era matemático y juega mucho con la lógica, los juegos de palabra y referencias a la cultura popular de la época. Aunque he de reconocer que tanta cartita y juego con las niñas me da un no sé qué de mal rollo pedófilo. Lo mismo es porque también he empezado a leerme Lolita de Nabokov, aunque no tenga nada que ver con el País de las Maravillas. Creo que mi novela en Wonderland promete bastante. Espero no equivocarme.

30 de agosto de 2009

El libro de arena

Me propongo de un tiempo a esta parte leer al menos diez libros al año, cuando antes eran veinte o treinta fácilmente. También es cierto que no es igual de fácil devorar una novela de Stephen King, por larga que sea (que las tiene largas), que la obra maestra de Roberto Bolaño o algo de Borges. Y es que me pasa con Borges que las más de las veces me quedo perplejo, sin entender muy bien lo que acabo de leer y debo releerlo e informarme como si estuviera estudiando su obra.


Este verano he estado alternando un premio Pulitzer, Middlesex (que no llevo ni por la mitad) con dos libros de Borges. En su Bestiario he encontrado un filón de criaturas mitológicas-literarias, que con Borges nunca sabemos dónde empieza lo inventado y acaba lo recolectado. En cualquier caso, alguna descripción de una criatura de Kafka me puso el vello de punta, y os aseguro que es bastante difícil que eso me pase. Pero el libro que he leído con más saña ha sido, recomendación mediante de Fernando Iwasaki, El libro de arena. Como todo recopilatorio puede ser algo irregular, pero abre con un parangón de ciencia-ficción-metafísica muy agradable y enriquecedor para los amantes del género. Esconde uno de los cuentos más bonitos que he leído en mi vida, “Ulrica”, probablemente el Borges más romántico; definitivamente, amor preciosista. Luego están “Undr” y “El espejo y la máscara”, que hablan de literaturas imposibles que consisten en una sola palabra. Y si seguimos con el tema de la metaliteratura es imposible obviar “El congreso”, donde se dan cabida citas que ya he copiado a bolígrafo en mi cuaderno. Lean este libro, vale la pena. Ahora voy a atacar el famoso El Aleph, que no es la canción de Nena Daconte (quien es a su vez un personaje de Cien años de soledad). Permitid que no olvide que en El libro de arena hay también un no velado homenaje a Lovecraft, admiradísimo a su vez por Stephen King. King, que sabe mucho más de lo que nos quieren hacer creer, escribió en los ochenta un libro, ensayo y estudio sobre el terror en literatura, cine, radio y televisión, que se editó en España por primera vez hace cuatro o cinco años bajo el título de Danza macabra. Está dedicado a cinco autores de terror en vida por aquel entonces, entre ellos Jorge Luis Borges, y en su portada lleva ni más ni menos que una de las pinturas negras de Goya.


Y ya que estamos con la asociación de ideas, lo siento, pero yo es oír “libro de arena” y es irremediable acordarme de mi cuento “De arena y tiempo” y, por consiguiente de la saga La Torre Oscura de Stephen King.


16 de septiembre de 2007

La historia de Lisey


Stephen King se volvió loco con su accidente de tráfico; supongo que siempre será un suceso traumático en la vida de una persona, más si estás al borde de la muerte, pero desde entonces se le ha ido mucho la pinza con lo que ha escrito. Su literatura era algo fresco y exento de reflexiones profundas, o al menos no tan forzadas. Ya me llevé una decepción con El cazador de sueños en su momento, donde tuvimos que ser testigos de una insufrible persecución en coche para llegar a un final que se desinflaba por todas partes, más o menos como La guerra de los mundos de Spielberg, solo que al menos éste fue espectacular durante el resto de la historia.
_______Yo creo que aquí King tenía ganas de hacerle un homenaje a su esposa Tabitha, así que se dijo. “Veamos… ¿qué novela buena tengo que hable de un escritor y su esposa?” Llegó a la conclusión de que Un saco de huesos cuadraba con la descripción; para mí, no sé si es mucho decir, es la mejor novela del autor norteamericano. Aquí, un escritor de éxito pierde a su mujer de repente y tiene que afrontar su muerte, pero todo es realmente complicado a partir de ese instante. Pues bien, King ha cambiado las tornas y ésta vez el que muere es el escritor, así que su sufrida esposa se queda sola solísima.
_______Hace no mucho se mofaban de Stephen King en Padre de familia dando a entender que cada vez se lo curra menos e intenta crear una historia de terror a partir del elemento más absurdo. Señores, no es por nada, pero esto le ha funcionado con un coche, con un perro o con una fan. En esta ocasión el pretexto viene de la mano de los catedráticos y “aprovechados” que, tras la muerte de un artista, acuden como cuervos en busca de la obra inédita y se aprovechan de los familiares vivos (aquí no encuadramos a Marina Castaño xD). Luego existe una historia de locura, otra de amor y el terror que se desprende de ambas.
_______La novela lo tiene todo para funcionar. Por tener, tiene hasta un universo inventado que puede llegar a ser abrumador, pero algo gordo ha fallado.
_______Estoy harto de la Buena de Ma, babyluv, Conejito Manda, odio a muerte las dálivas (sic) sangrientas o no… Steve, te has pasado. ¿A qué viene tanta referencia intrínseca en una novela para todo el mundo? Si quieres hacerle un homenaje a Tabby, se lo haces a ella, pero no te cargues (ni recargues) la historia. ¿Y esos pasajes eternos donde emplea hasta tres tiempos narrativos intercalados para contar NADA?
_______La cuestión, y es lo que me jode, es que empezó con buen ritmo, tiene pasajes muy notables y partes en las que dices: “éste es King, y así lo queremos”. Pero el resto de la novela me ha obligado a rebautizarla como La interminable historia de Lisey. Eso sí, la última imagen, muy bonita. Y esa frase en medio de la página en blanco, poderosa como pocas. Stephen de siempre, te digo una cosa…
Gritaré para que vuelvas.