29 de septiembre de 2016

Harry Potter y el legado maldito: reseña

Profunda decepción.

Al grano, ya. Yo, que comencé a leer las aventuras del joven mago con 12 o 13 años, cuando se publicó El cáliz del fuego en España, que luego leí los anteriores en bucle tres o cuatro veces hasta que se publicaron los tomos siguientes, que los dos últimos números los leí directamente en inglés porque no aguantaba la espera, que me registré en Pottermore para seguir de cerca cualquier novedad sobre el universo creado por la autora, he sentido una profunda decepción al leer esta obra de teatro canónica, escrita por Jack Thorne a partir de una idea de la propia Rowling.


Vayamos por partes: la de Harry Potter era una historia cerrada, y redonda. Muerto el perro, muerta la rabia. El héroe acababa con su némesis, los arcos de desarrollo de los protagonistas se completaban, todas las tramas se cerraban con una precisión de demiurgo... Rowling lo dio por tan terminado que incluso añadió, al final de Las Reliquias de la Muerte, aquel bochornoso y almibarado epílogo, que no hacía más que desvirtualizar el buen sabor de una historia narrada de forma ejemplar. El tiempo ha dado la razón a los fans descontentos con dicha guinda final, pues ha sido el propio epílogo el punto de partida a partir del cual se construye, 19 años después, Harry Potter y el legado maldito.



Tratar de explotar la gallina de los huevos de oro no es algo nuevo ni en el universo potteriano. Como digo, éste se ha expandido con acierto gracias a la absoluta entrega de su creadora, que ha puesto todo el cuidado del mundo en las adaptaciones cinematográficas, obras derivadas para la caridad (Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Quidditch a través de los tiempos, los tres recientes libros sobre la escuela de magia (Short Stories from Hogwarts of Power, Politics and Pesky Poltergeists,Short Stories from Hogwarts of Heroism, Hardship and Dangerous Hobbies y Hogwarts: An Incomplete and Unreliable Guide) o la inminente expansión cinematográfica con la trilogía sobre Animales fantásticos que está escribiendo la mismísima Rowling. Por eso es de extrañar que, con el celo creativo que ha mantenido siempre la escritora, aceptara que esta obra de teatro viera la luz. Rowling ha hecho un trabajo encomiable para satisfacer a sus lectores, principalmente con la creación de material exclusivo en el portal Pottermore.



La calidad sigue siendo una constante en todos los productos derivados, incluso en todos aquellos cuyas ganancias van destinadas de forma íntegra a la caridad (la escocesa dejó de ser milmillonaria por sus generosas donaciones a causas sociales), y es por eso que este Legado maldito hace justicia a su título. Los personajes están desdibujados, los protagonistas de la saga son tristes sombras de lo que fueron, no tiene el ingenio, la gracia de la saga original. Rowling es divertida cuando debe serlo, grave cuando la historia lo necesita, siempre en un equilibrio fascinante.


Al tratarse como se trata de una obra de teatro, resultan más evidentes las carencias en especial en dos aspectos: desarrollo de personajes y diálogos. Rowling es una dialoguista excepcional, que sabe otorgar una voz muy distintiva a sus personajes, así como definirlos en cuatro líneas para que el lector sepa a qué atenerse con ellos. Dado que no es una novela, no hay forma de definir mejor a los personajes, más allá de la caracterización, que mediante el diálogo. Así, en El Legado Maldito los nuevos personajes carecen del carisma con que envolvía la autora a cualquier personaje de la saga, por secundario que fuera, mientras que el reencuentro con viejos conocidos deja un sabor amargo: no son la sombra de lo que fueron, y en la mayoría de los casos suenan como una burda imitación de ellos mismos. Y es que el cambio de formato le ha pasado factura como obra literaria: donde antes había un rico universo en expansión y personajes complejos, llenos de contradicciones, ahora deambulan seres planos que no dejan su impronta, y no hay lugar para la inventiva y las deliciosas descripciones que fueron seña de identidad de este universo.

A nivel del universo que creó Rowling, la obra de teatro apenas introduce elementos novedosos, probablemente con la intención de ser lo más fiel posible a aquello que está escrito en piedra. Recuerdo cómo cada nuevo año en Hogwarts venía cargado de sorpresas, personajes entrañables, descubrimientos mágicos y criaturas fascinantes. Esto brilla por su ausencia en el libro que nos ocupa.

Pero tal vez la historia sea buena, ¿no? Una buena historia podría salvar este libro y devolvernos la ilusión. Hay que reconocer que comienza bien, con un par de planteamientos interesantes y una elipsis narrativa que nos saca del tono al que estamos acostumbrados. 19 años después del final de la saga, Albus, el hijo difícil de Harry, y Scorpius, el brillante hijo de Malfoy, se convierten en mejores amigos. Puede molar, ¿no? Lo cierto es que hay fanfics que molan más. Las decisiones que tomó en su día Harry Potter siguen siendo el motor de la historia, aunque esto sólo pone de manifiesto la falta de inventiva. Dado que el arco del joven mago y su némesis estaba tan cerrado, podrían al menos haber desarrollado nuevas historias que hicieran justicia a los nuevos personajes. Con todo, han preferido acomodarse y volver atrás (ni siquiera figuradamente, así de literal es todo).

Jugar a los viajes en el tiempo y a reescribirlo podría verse como algo interesante, utilizar el popular efecto mariposa para poner en un aprieto el futuro del mundo mágico... pero es algo que hemos visto mil veces. Además, no hemos de olvidar que el tercer libro de la saga, El Prisionero de Azkaban, orbitaba en torno a los viajes en el tiempo con la elegancia y la exactitud que caracterizan los puzzles que conforman cada novela de Harry Potter. ¿Para qué retomar los viajes en el tiempo cuando se nos ha asegurado por activa y por pasiva dentro de este universo que no son posibles nunca más? ¿No es un mundo de magia lo suficientemente inabarcable como para limitarse a un recurso tan manido? No sé, por interés que pueda tener siempre la reescritura de la Historia, en este caso se queda en un quiero y no puedo.

La dinámica entre los personajes tampoco funciona demasiado bien, con cameos de muchos conocidos en un ejercicio que se aprecia más nostálgico que narrativo. Este intento de repetir lo que ya conocemos, de no innovar, supone el principal lastre del libro. Por no hablar del villano de la función, ese momento vergonzoso donde descubrimos quién es y qué intereses lo mueven. Digno de uno de los millones de fanfictions que pueblan Internet.

Harry, el protagonista de la saga original, pierde aquí presencia, y se desdibuja, Como Hermione, mi personaje preferido (por no hablar de su hija Rose, que no es más que un instrumento al servicio del interés romántico de Scorpius; podrían haber prescindido de todo el personaje) o un Draco que parece ocultar la historia personal más interesante, y aun así se queda a medio gas...

Es una lástima este paso en falso de Rowling, sobre todo para los fans que crecimos como lectores con sus libros, que llevamos años esperando el retorno de la magia si es que algún día se fue. Quién sabe, tal vez la obra de teatro en vivo gane enteros que justifiquen este retorno, pero como libro no satisface como siempre lo lograron todas las entregas de la saga. Este año llega una nueva ampliación del universo mágico en forma de película. Esperemos que, ahora sí, vuelva la magia para quedarse.

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