9 de octubre de 2010

Enterrado (Buried)

A DOS METROS BAJO TIERRA

Tiene Buried, el debut de Rodrigo Cortés, mucho de experimental. Toda la película transcurre en menos de cuatro metros cuadrados, donde —naturalmente— sólo cabe un personaje, el protagonista interpretado por Ryan Reynolds.
            Un ataúd. Un hombre. Un teléfono. Un mechero. Con poco más que esto, el guionista construye una historia en torno a la esperanza. Y es que la película, recibida entre laureles en Sundance, parece especialmente propicia para los tiempos que corren. Podría ser una anécdota, pero al parecer todo tiene lugar en 2006. Tiempos de guerra, de crisis y de globalización. Recordemos el cine en la era de la Guerra Fría, por ejemplo, con Hollywood escupiendo cintas de serie Z sobre naves espaciales y monstruos alienígenas (después de todo, alien significa también “extranjero”).
            Ahora que la desconfianza toca techo, que el mundo se encuentra dividido, vuelve el terror al extranjero más plausible que nunca: el terrorista, el extraño que chantajea a cambio de cualquier excusa. Resulta fiera también la propuesta en la representación del ciudadano medio aterrado por la crisis económica. Si el protagonista trabaja o vive en Irak es por motivos meramente económicos, y el espectador no se cuestionará más lo endeble de toda la propuesta.
            La vuelta al cuento gótico de enterrados en vida, miren qué imagen tan cristalina, es plausible y gracias a lo extraño de la propuesta, revaloriza la narración de Edgar Allan Poe. La principal diferencia entre ambas situaciones radica en el juego que se propone en Buried. Debe el espectador plantearse qué haría en lugar del protagonista con los objetos con que cuenta. El conflicto se plantea nada más comenzar la proyección, con esa escena que es toda una reminiscencia al volumen 2 de la brillante Kill Bill. Porque esto de los enterrados vivos, como les digo, trae cola.

            La película basa su funcionalidad en los sentimientos de impotencia, frustración y agobio. Y hay quien dice: “yo es que para pasar un mal rato me quedo en mi casa”. Ése es el doble filo de la película de Cortés, que puede echar atrás a una buena parte de la audiencia. Si no, no se entendería tamaña campaña promocional. Luego está que el espectador entre en el juego y componga el puzzle junto a Reynolds, principal y solvente motor de la película, ya que es su tour de force interpretativo lo que hace que en algunos momentos la cinta no parezca una parodia de sí misma.
            En pocas palabras, Buried gustará a quien vaya con la intención de disfrutar de esta propuesta; su desenlace defraudará a no pocos. Lo que es innegable es que el juego, porque es un juego, contiene el suficiente jugo y entretenimiento para salvar su a priori principal adversidad: el escenario cerrado y asfixiante. No es una película de lucimiento para el director por motivos obvios, pero el hecho de haberse puesto detrás de este proyecto ya dice mucho de él. La película será un éxito, estoy seguro, y le deseo a sus responsables la suerte que merecen. Y a Ryan Reynolds le perdonaremos lo de Scarlett.


Nota: 7,5

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