10 de enero de 2012

Cuentacuentos 56

Abrió la puerta muy despacio y contuvo la respiración. Penélope entró en la habitación en silencio total y arropó a Nuño. Ya seis años, cualquiera lo diría. Tenía los labios de su padre, por mucho que le doliera. Apagó la lámpara de noche que le ponía para dormir y se aseguró de que todo estaba en orden. Antes de salir, miró debajo de la cama y en el armario, no fuera que algún monstruo hubiera decidido quedarse. Tras salir, cerró la puerta tratando de hacer el menor ruido posible.

Abrió la puerta muy despacio y contuvo la respiración. Adrián apenas se molestó en dirigirle una mirada. Tosió e hizo un ademán con la cabeza, como diciéndole adelante. Penélope se puso bien la chaqueta de lana se dispuso a hablar, pero antes buscó el contacto visual. Dime qué quieres, hace mucho que no nos vemos. Vengo porque tengo que dejar el trabajo, dijo ella. Quiero decir, me va bien y todo, pero no me quedan fuerzas y ya sabe que por la noche tengo otro trabajo. Adrián miró las manos ajadas por el contacto con la lejía y otros productos corrosivos, y rió. Muy bien, no pasa nada. No vengas el lunes, ya está arreglado, pero no te arrepientas. Porque como se te ocurra volver como cuando te quedaste preñada, no te voy a recibir con los brazos abiertos precisamente. Puede que tengas que hacer más que limpiar váteres. Por supuesto, prosiguió, todo se puede considerar. El hombre acarició la mano de ella, que la retiró enseguida y repuso: Me esperan en el trabajo. Olvídate de finiquito. Tras salir, cerró la puerta con un golpe firme.

Abrió la puerta muy despacio y contuvo la respiración. Aún no se había hecho al nuevo uniforme, pero lo encontraba mucho más cómodo que la horrible bata a rayas de limpiadora. Desde que se presentó a las oposiciones, había fantaseado con llegar a donde estaba ahora, pero las fantasías heroicas donde el mundo era un lugar mejor para Nuño habían dejado lugar al miedo. ¿Qué hacía ella con una pistola apuntada al frente, como si de verdad tuviera el valor de disparar a cualquiera que saliera a su encuentro? Pidió tranquilidad y que se entregaran sin cometer estupideces. Pateó la puerta que daba al salón y advirtió que dentro no había luz. Pidió luz a su compañero, y cuando enfocó al frente, el traficante disparó justo a su frente.

Abrió la puerta muy despacio y contuvo la respiración. Su superior parecía más serio de lo habitual. Penélope, siento decirte que tu instructor no te ha aprobado. Me dice que te viniste abajo en mitad del simulacro. No obstante, tenemos algo para ti. Es arriesgado, pero podría convertirse en el paso definitivo para incorporarte al Cuerpo. Estoy dispuesta a ello. Necesito este trabajo, creía que sólo quedaba este trámite. Penélope, iré al grano contigo. Nos están jodiendo, y bien. Han reducido las plazas, iban a entrar cinco mil y mira, no llegamos a dos mil. Tienen que ser los mejores, y a veces los mejores a veces no son los que más lo necesitan. Yo puedo ser la mejor. Probemos mañana con esto, a ver qué tal. Claro que sí, estaré lista. Vengo por la mañana a por el informe y a la charla con el instructor. Ten en cuenta que puede ser peligroso si te implicas demasiado. Penélope asintió. Tras salir, cerró la puerta con el esbozo de una sonrisa en el rostro.

Abrió la puerta muy despacio y contuvo la respiración. Asomó la cabeza, pero el dormitorio estaba vacío. Se maldijo por no haber comprobado si la dirección era la correcta. Entonces trató de calmarse; culparía a la operadora. Se volvió a colocar el tanga por debajo de la falda y tiró un poco hacia arriba, lo justo para que quedara visible junto al cinturón de argollas. Rebuscó en el bolso el paquete de chicles, pero era imposible. Avanzó por la habitación y vació el contenido del bolso sobre la cama. El edredón se cubrió de condones de todos los sabores y colores. Sintió un ligero mareo. Eso era el deseo: un ligero mareo. Sacó un chicle de lima del paquete y lo volvió a guardar. Se sentó en la cama y estudió la habitación. Quizás no viniera. Quizás había una cámara en cualquier parte del dormitorio y al tipo le bastaba con eso, con mirarla esperando, con mirarla colocándose el tanga, revolviendo entre los condones. Había gente para todo... Penélope se miró en el espejo y se sintió mal. El pelo castaño planchado con las trenzas que había dejado que le hiciera Nuño. No dejaría que él tocara las trenzas por nada en el mundo; sus ojos pintados entre azul y violeta, tristes a pesar del esfuerzo, agotados a pesar del maquillaje; los labios brillantes, olvidados los besos y las palabras tiernas, los jadeos, el gemido que precedía a la locura; los tacones que tenía pensado devolver al día siguiente en la zapatería. Bastaría con tener mucho cuidado.
Entonces se detuvo a pensar en el deseo. Se sentía culpable por querer entregarse a un desconocido, por reinventar el mundo en una cama. No tenía nada de romántico; todo físico. El mundo podía ser a veces extremadamente físico. Oyó un coche en la calle y supuso que ya estaba ahí. Se acomodó en la cama y notó el rubor en sus mejillas, las pulsiones en el pecho firme, la sensación de mareo. Un traficante y un putero, un hombre poderoso. Sería gordo, sería fornido, sería delgado, escuálido, bronceado, pálido, pecoso, daba igual. Se trataba de un monstruo que pagaba por el sexo de las ninfas. La puerta se abrió y el tipo entró sin siquiera mirarla. Penélope abrió las piernas para que viera lo que ocultaba bajo la falda de piel. Él no se molestó en fijarse. Soltó las cosas en la cómoda y fue directo al cuarto de baño. Meó de pie y se lavó las manos. Se quitó la chaqueta y la dejó caer al suelo, se desanudó la corbata y quedó en camisa. Se sentó en la cama y reptó hasta ella. Sacó del bolsillo del pantalón un sobre blanco y lo depositó en la mesita de noche. Entonces, la besó. Penélope devolvió el beso. La boca le sabía a moras, como si él hubiera masticado un chicle de mora igual que ella de lima. Mientras se besaban, hacían macedonia. La mano de él escaló por la rodilla, por el interior del muslo, arriba, más arriba, dentro dos dedos. Penélope gimió y agitó la pelvis. No iban a llegar. Nadie los iba a detener. Acarició la barba de dos días en la mejilla de él. Él no tenía nombre, mejor así. Pensó en Nuño: hacía eso por Nuño. Le desabrochó la cremallera y lo buscó, lo acarició, lo estimuló. Le pidio en un gemido que lo hiciera. Él lo hizo; le mordió el lóbulo de la oreja, le lamió los dedos, apretó sus pechos. Era el mejor amante sobre la faz de la tierra. Estuvieron así quince minutos, él dentro de ella, él encima, ella la espalda arqueada, el sexo húmedo, los labios abiertos; estuvieron así quince minutos, hechos el uno para el otro, hasta que el mundo cayó sobre sus cabezas.
     Los agentes irrumpieron en tropel, pero él no se movió. Veinte revólveres apuntados a su cabeza mientras él seguía batiendo, arriba, abajo, dentro, fuera, más, más, más, más. Acabó. Aun así, a pesar de los gritos de los uniformados, él no se levantó de ella, siguió con los dedos hasta que ella alcanzó el orgasmo. A punto estuvo de decir te quiero. El detenido la besó en la mejilla antes de vestirse y salir con los agentes.


Abrió la puerta muy despacio y contuvo la respiración. Nuño dormía. Dejó sobre su mesa, como había prometido, una gorra de policía. Luego salió con cuidado de no hacer ruido. La puerta se deslizó como si guardara un secreto. Penélope se observó en el espejo con el uniforme y la placa -esta vez sí- de verdad, y se le saltaron las lágrimas. Se sentó en el salón y miró la tele sin interés. Una mujer trataba de convencerla por todos los medios para que comprara crema de baba de caracol. La vida empezaba ahí, en un programa de televenta.

5 comentarios:

  1. Hola. He bajado un poquito el cursor y me he encontrado tu libro. ¿Berenice? ¡Has publicado una novela! Yo la he visto en las librerías... Ahora la leeré. Berenice me parece una muy buena editorial. En fin, no sé, estoy sorprendida. Verás, vivo en una especie de mundo paralelo con un filtro a veces demasiado irracional. Tu relato me ha gustado. Sobre todo la repetición de la frase al comienzo de cada párrafo. Sobre todo el orgasmo final; no por lo que tiene de orgasmo, sino porque en ese punto, yo ya había olvidado que estaba leyendo frente a la pantalla del ordenador. Y deseaba ser la protagonista, a pesar de la confusión y el miedo, y los anuncios tristes de la tele.

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  2. Pues para hacerlo mal y rápido te ha quedado un relato muy bien aliñado. Me gusta que hayas utilizado, como a Teresa, la misma frase para el comienzo de cada párrafo. Me gusta también la manera de narrar la historia, el estilo que utilizas. Lo que se hace raro, cuando se toma en gran mesura, es la no utilización de diálogos. A ver si me explico: utilizar las frases que dice cada personaje entre el texto, me parece una manera genial de introducir diálogos sin perder el hilo. Pero la utilización excesiva hace que me pierda, y ya no sepa quién dice qué, o qué explica el narrador. Lo has hecho muchas veces, y siempre ha quedado genial. Lo sabes porque te lo llevo diciendo en anteriores comentarios. Pero en éste... me he liado un poco. Sólo con esos diálogos, ¿eh?
    El resto del escrito está perfectamente afilado, lustrado y a punto para inyectarse a través de cualesquiera de las pupilas que se atrevan a pasarse por aquí.
    Un muy buen texto, como me tienes acostumbrado, y que te agradezco enormemente.
    Un abrazo Master!!

    Hell.

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  3. Muchas gracias a ambos.
    Teresa, efectivamente he publicado un libro en Berenice, en concreto en 2010. Espero que te sorprenda.
    Me alegra que el relato te haya convencido, si bien no es nada del otro mundo ;)

    Hell, tú me subes los colores cada vez que me lees. Entiendo lo confusos que se hacen así los diálogos, cierto, pero en este relato la idea era dar la sensación de bloque independiente con cada párrafo, por eso esa decisión. En cualquier caso, así escribía Saramago los diálogos y siempre me ha llamado la atención. Tal vez un día lo adopte de verdad y lo convierta en rasgo, quién sabe. Gracias por leerme, siento no tener tiempo para devolverte el favor (ay, las fieras de nuestro tiempo...). ¡Un abrazo!

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  4. Pues he de decir que a mí me gustan los diálogos así. Es cierto que a veces me pierdo un poco, pero me gusta esa sensación de confusión, hace que quiera meterme más en la historia. Y muy buena idea lo de empezar cada párrafo con la misma frase, conectas unos momentos con otros por medio de esas puertas.

    Un placer pasar a leerte :)

    Besos!!

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  5. Muchas gracias, atenea. Como digo, lo de los diálogos es tan sólo una cuestión estilística. Lo otro, un recurso simpático de guiño a los cuentacuentos que me lean. Besos!!

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