30 de enero de 2012

Submarino, Joe Dunthorne



Mi tesina se titulaba "When Holden left Neverland:Literature and Adolescence", y cursé mi Erasmus en la University of Wales, en concreto en una ciudad costera llamada Swansea. Conocidos ambos antecedentes, procedamos a diseccionar la novelita de Joe Dunthorne, natural de Swansea (Gales).
     Lo que sorprende de entrada es que se trata de una primera novela, y como primera novela es ambiciosa  en la forma y el fondo, esto es, los temas que trata. El protagonista de Submarino, Oliver Tate, es una suerte de una suerte de Holden Caulfield galés, listillo, romántico, inteligente, real. Porque si en Salinger a veces Caulfield parecía pasarse del límite de lo verosímil por exceso, con Dunthorne la mesura -no mucha, la justa -convierte a Oliver en un nuevo icono a seguir, una puesta al día de las neuras adolescentes.
     En la tradición de la narrativa británica contemporánea (pienso en Ben Brooks o Mark Haddon, dos de sus máximos exponentes), Submarino es una novela maleable y arriesgada en la forma, esto es, no se conforma con el manido principio-nudo-desenlace narrado a través de una historia lineal; al contrario, intercala la narrativa en primera persona (por eso la inevitable comparación con El guardián entre el centeno) con un diario escrito por el adolescente protagonista, así como la inclusión de extractos de otros documentos y fuentes de información.
     El hilo o los hilos argumentales de la novela son dos: el noviazgo de Oliver con Jordana y la crisis matrimonial de los Tate. El primero nos ofrece una historia de autodescubrimiento tierna, original y más profunda de lo aparente; la segunda trama aporta diversión, cierto misterio (las dotes detectivescas de Oliver son, cuanto menos, dudosas) y reflexión sobre el estilo de vida contemporáneo (si bien se sitúa en los noventa).
     Veamos, pues. Submarino comienza con un protagonista que forma parte de la masa adolescente de un instituto al estilo de Chicas malas, con chavales crueles que no saben gran cosa de la vida. No obstante, Oliver da a entender que él es distinto. Su empeño por enriquecer su vocabulario y analizar el mundo que le rodea lo convierten en el narrador perfecto. De hecho, es en el primer tercio, destinado a la presentación de los personajes y situación en que se encuentran -generalmente la parte más desagradecida de todas las novelas-, donde brilla especialmente el libro. Y es que sus primeros capítulos son redondos, con prosa ágil y situaciones memorables. Con todo, y aunque a medida que avanza pierde esa frescura naif, la trama desvaría hacia derroteros que el propio protagonista dicta.
     Gran parte de la crítica ha destacado la capacidad cómica de Dunthorne como autor. Yo, que soy más de drama, he de decir que me he reído en momentos muy puntuales y no veo tanto la comedia, sino un drama narrado con la indiferencia o inexperiencia de la adolescencia, lo que puede equivocar la impresión del lector. Y recordemos que ésta es una primera novela, de modo que nos esperan historias muy prometedoras que descubrir del galés. Asimismo, en cuanto a la narración, además de la ruptura con el formato establecido por décadas de literatura, me gustaría destacar el excelente empleo del vocabulario no ya en la forma, sino en el fondo. Convertir el vocabulario en parte sustanciosa de la trama es uno de los grandes aciertos del libro.
       Me encanta Jordana con su belleza en entredicho, su forma de ser impulsiva pero realista, sus tendencias pirómanas, su miedo a la enfermedad y la muerte, su intención de no enamorarse y caer presa de dicha enfermedad, así como la incapacidad de ser feliz que demuestra el protagonista, con su ángulo deformado de la realidad desde el periscopio de un submarino que clama "Soy adolescente. ¿Y qué?"

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