16 de marzo de 2012

Chronicle: un análisis


DC no se ha atrevido a hablar nunca de los hematomas de Jonathan Kent; ni siquiera los dibujaban. Vamos a detenernos un momento en ese día en que un joven Clark Kent de trece, catorce años es pillado fumando en la granja, con el riesgo de un incendio imparable, y la murga de un padre MUY cabreado. En dos o tres líneas la cosa se puede ir de manos: "¡Déjame! ¡Tú no eres mi padre!" "Mocoso, no eres más que un desagradecido". Un bofetón de Jonathan y un empujón de Clark que lanza por los aires al hombre hasta que cae sobre un rastrillo afilado. Entonces, el joven Superman corre en dirección a su padre con el arrepentimiento y miedo o no, puede que se quede al otro lado del granero, con el odio, la impotencia, el rencor adolescente. Puede que, cuando entre en razón, sea tarde para la ambulancia. 
     Adolescentes y superpoderes. Nos han engañado tradicionalmente al ofrecernos el modelo utópico de héroe. La idea del superhombre que predican los eugenistas, el mens sana in corpore sana, la perfecta comunión entre cuerpo y alma, de modo que cualidades físicas extraordinarias se verán traducidas en valores morales irrefutables. El hombre que usa su fuerza para hacer el bien, sea víctima o verdugo, acaso para repartir justicia, acaso para redimirse. Afortunadamente, todos estos superhombres hallan su némesis, frecuentemente un ser con origen similar y actitud diametralmente opuesta en cuanto a la percepción de su extraña condición, esto es, dos caras de un mismo prisma. 
     Adolescentes y superpoderes, digo. Misfits, digo. Kick-Ass, digo. ¿Es el ejercicio pedagógico y moral de los Kent más loable que el de los progenitores de, digamos, Nathan y Kelly? Permitidme dudar. Y, al igual que la lotería no siempre toca a los pobres, los superpoderes no siempre iban a tocar a los buenos, a los correctos, a los que tienen un sentido del bien y de la justicia por encima de la media, porque el ser humano, por norma general, es bastante hijo de puta. Un poco de Hobbes, va: "El hombre es un lobo para el hombre" y toda la pesca. Volvamos a la peli. Tres adolescentes encuentran una extraña fuente de energía y deciden investigar. A esto, se tratan del marginado social, loser por excelencia, su primo, que mola un poco y que trata de hacerlo entrar en la vorágine social de la POPULARIDAD (American way of life, ese rollo) con el tercero en discordia, el negrogracioso (es indivisible) y popular. Algo muy malrollero sucede bajo tierra, con esa radiación extraña, y a poco están de convertir el largo en un corto vacío. Pero no. De entrada, siguen vivos los tres, han salido de esa gruta subterránea y están mejor que nunca. Se dedican a hacer el gamba porque desde que salieron de ese lugar tienen cualidades extraordinarias: telequinesis, antigravidez, hiperfuerza.
     Ya es habitual que los superpoderes se amolden a sus dueños en función de las carencias emocionales de estos. De este modo, Andrew, el loser, es quien mejor controla la mente, quien más poder ejerce con ella. Su primo, el guay, es a quien más le cuesta controlar sus recién adquiridas habilidades, de modo que esto hace que su cómoda situación personal, su autodefinición se tambalee un poco. Un pequeño bálsamo de agua fría. Al negrogracioso, por su parte, es a quien en principio mejor se le da volar. No necesita tener los pies en la tierra, su ascenso en la escalafón social no tiene meta. Ésta es la parte evidente y divertida. La no tan divertida surge casi por accidente. A medida que los tres nuevos amigos ponen a prueba sus poderes en una constante lucha entre control y precisión, sucede la primera mella en el caparazón. Andrew, el mosquito muerto, está a punto de cargarse a un paleto al estampar su coche contra un lado de la carretera. Aquí, la cosa se pone seria. No es lo mismo asustar a una niña con muñecos que se mueven y hablan a voluntad que enviar a un inocente al hospital por un capricho consciente o no. Es Matt, el primo guay, el primero en establecer una pauta de actuación. Es el modelo de joven sano americano, lo que desearían Obama y McCain en sus filas. Es un Clark Kent en potencia llamado a dirigir las filas de la Patrulla de Salvación de la Humanidad.
     Y sin embargo, quien nos preocupa es Andrew, porque en él está el germen del villano, y pocas veces se centra la ficción en la figura del villano en primer lugar, no sólo como un spin off o un desecho/ampliación del universo del héroe. Para lograr esto, es preciso generar un vínculo fuerte entre el villano y el espectador. Por eso la cámara a mano, no como un recurso à la Cloverfield, y por eso inciden con tanta insistencia en la importancia de la cámara para Andrew: se trata de un animal tan herido que se escuda tras el objetivo para adivinar el mundo, para entrever lo que otros viven. Nosotros, desde la butaca, tememos tanto al mundo como Andrew; desde la butaca, somos Andrew. Y Andrew es ese monstruo llamado Dane DeHaan, a quien ya descubrimos frágil y complejo en la maravillosa In treatment. Andrew no es un freak, no es un tarado, sino una criatura frágil que sufre ante nuestros ojos. Nos regala momentos de intimidad que demuestran mil recovecos, unos sensatos, otros peliagudos. No es malo, pero no puede evitar el mal, porque el mal, descubre, descubrimos, es el único escudo infranqueable. Lo que comienza como un juego se convierte en motivación de un personaje, en cómo y por qué. Y ahí es donde Andrew se vuelve fascinante, cuando se convierte en psicópata -insuperable su capacidad de autojustificarse con la teoría del superdepredador- y monstruo imparable.
     El punto de inflexión no es el accidente que provoca, su cénit en el concurso de talentos en el instituto y la fallida fiesta posterior -nada podrá cambiar quien realmente eres, parece decirnos esa escena de sexo humillante, gloriosa elipsis- o la paliza al padre; el punto de inflexión es la muerte de Steve, el negrogracioso. Andrew no es sólo un asesino, sino una auténtica amenaza a sus iguales y, por tanto, a la humanidad. Es aquí donde Matt trata de interceder, cuando Andrew lucha con una idea muy loable por la supervivencia de su madre. Andrew, el pobre y desvalido, vejado, maltratado Andrew, se va a quedar huérfano. Se nos pide una concesión en este punto: hay que creer que esta inflexión en la vida del muchacho es determinante para que ya no esté sólo loco, sino como TOTAL BITCH CRAZY, es decir, una vez empiece, será imposible pararle los pies. Bueno, o casi. Sólo es posible que muera, y así el mundo descanse tranquilo, porque el mundo no está listo para retenerlo.
     La batalla final es épica. Bien contra Mal. Dios y el ángel caído. Hay mucha destrucción y la narración también se rompe, se fragmenta en mil cámaras en todas partes, porque en 2011 todo el mundo lleva encima una o dos, cuando tres cámaras. Porque todos los puntos del planeta están a ojo de cámara. Cámaras de prensa y cámaras policiales, cámaras de los curiosos, todas son testigo de la lucha entre dos primos que no, no quieren matarse. Cada uno trata de hacer lo que considera correcto. Andrew, huir de quienes quieren detenerlo, de quienes lo juzgarán y diseccionarán, de quienes han matado a su madre, porque ellos (aunque no sea así) tienen la culpa, todo el sistema ha construido el drama sobre el que se instaura su existencia; Matt sólo trata de frenar a Andrew de la autodestrucción o la destrucción del mundo, y lo hace con argumentos y no violencia hasta que las cosas pasan de castaño oscuro. Entonces, lo atraviesa con una lanza como en esa imagen de La profecía (The omen, 1976) o como un ángel caído. 
     Hasta ahí, el análisis fundamental. Las motivaciones de los personajes, el punto de vista, algún referente. ¿Por qué es TAN buena Chronicle? Porque acierta donde todas las películas de superhéroes fallan: la honestidad y la humanidad. Porque no puedo creerme a Peter Parker si no es sediento de venganza por la muerte del tío Ben, o tratando de violar jóvenes cachondas en callejones de Nueva York. O robando perritos calientes en un puesto en Rockefeller, qué se yo. Lo que no es lógico es que maten a su abuelo (segundo padre, después de todo) y él se convierta en adalid de la justicia nocturna. Son más creíbles las historias de sus némesis el Buitre, Octopus, el Duende Verde... y el drama personal de ellos no le va a la zaga al del héroe. Visto esto, presentar en una misma cinta la divergencia entre héroe y el malo de la función desde la nada en una construcción tan sobria y perfilada es un atrevimiento. Y el cómo no le queda atrás.
¿Puede tratarse Chronicle de la primera muestra de realismo científico-fantástico de una corriente venidera? Porque la ausencia de música no diegética no es casual; aporta realismo, verosimilitud, aire documental. También es verdad que es una norma básica al articular la narración a través de una cámara de vídeo no profesional (Cannibal Holocaust, The Blair Witch Project), pero no caigamos en la errónea deducción de que Chronicle es un falso documental, porque se trata del proceso en sí, sin pulir, sin intermediarios entre la acción y la butaca. Tiene más de Redacted, esa visionaria y cruda cinta de Brian de Palma, que de REC (Balagueró y Plaza, 2007). Otro acierto es que la fuente de los poderes quede sin explicar, aunque huele a Lovecraft, y centra la atención en el proceso de descubrimiento de los chavales, en los cambios y evolución que sufren, no en el porqué de todo. El porqué se obvia desde el segundo en que ellos experimentan los poderes en pantalla por primera vez y se vuelve a desligar de la historia cuando vuelven al lugar de origen y todo ha implosionado.
     A pesar de la introversión del narrador principal (es Andrew quien se oculta tras la cámara la mayoría del tiempo), la película es espectacular. Las secuencias de vuelo, incluso las pequeñas travesuras iniciales, más aún el explosivo desenlace, están a la altura del mejor sci-fi o cine de acción. Los actores están perfectos en sus roles medianamente clichés, y el director no se intuye en absoluto. Si hay algo que reprocharle a Chronicle es, más allá de su aparente candidez, que no haya explorado la fragmentación narrativa más allá de algún momento puntual. Si obviara la inútil trama romántica de Matt y cimentara su discurso en el multiperspectivismo y diversidad de dispositivos y formatos, sería perfecta. En cualquier caso, ya está anunciada segunda parte, de modo que el brillante plano final casi blanco se queda en un to be continued...

2 comentarios:

  1. Carol - Ratoncita30 de marzo de 2012, 4:40

    Se veía desde el principio que la cosa no podía terminar bien. Como ya te comenté, no sé si me gustó o no, sólo se que me quedé boquiabierta...no sabía nada de una segunda parte. A mi lo único qir no me quedó claro, no se si con tanto movimiento de cámaras me lo perdí o qué, pero...¿qué pasa al final con la "chica" de Matt? Lo último que vi de ella fue cuando el coche en el que iba estaba estampado en lo alto de la torre, pero ahí acaba todo...
    Bueno, ahora a esperar esa segunda parte.

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  2. La chica de Matt se salva, no sufras por ella. Y la segunda parte... aún no sabemos nada, pero me gustaría que mantuviera su esencia y ese neorrealismo del que han hecho gala. Toda una revelación, desde luego una película que no deja indiferente :)

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