her
Siempre que vuelve Spike Jonze con un
proyecto nuevo, es motivo de alegría para cualquier cinéfilo. Si
sus dos primeras propuestas tras la extensa carrera en el mundo del
videoclip basaban su efectividad en los estoicos guiones
desarrollados por Charlie Kaufman, el escritor de moda en los
circuitos del Hollywood más independiente y alternativo, tras su
separación profesional de éste a Jonze le tocaba demostrar talento
por propios méritos, si bien su sello como director siempre ha
tenido una impronta visual de lo más llamativa. El experimento de
llevar al cine de acción real el cuento infantil Donde viven los
monstruos se tradujo en una cinta llena de lecturas, capas y matices
oscuros, con una fuerza visual -el diseño de producción siempre ha
sido uno de los fuertes del director- y una coherencia narrativa
inauditas para una cinta en apariencia menor. Ahora, con su primer
guión completamente original, quedaba por demostrar si Jonze es, más
allá de carambolas visuales, un buen narrador con sello propio. Y lo
es. Vaya si lo es. Her es, ni más ni menos, la enésima
revisión de la historia de amor clásico entre dos sumandos
incapaces de desarrollar su relación al máximo potencial, esto es,
lo que ya vimos en películas de corte romántico como [500] días
juntos u Olvídate de mí.
No se dejen llevar por el artificio. No
se trata ésta de la historia de ciencia-ficción donde un hombre y
una máquina se enamoran. De hecho, Spike Jonze desarrolla una tesis
mucho más interesante al jugar con este envoltorio para hablar de
algo mucho más sencillo, insisto: los amantes en distintos estadios
sentimentales, como aquel anuncio de preservativos. La
desincronización
en el amor es, además, el terreno sentimental en que se mueve la
comedia romántica seria/pretendidamente independiente. Es el caso de
Her, aunque haya a quien no le haga ni puta gracia nada de lo
que nos cuenta.
Theodore es un tipo sensible,
entrañable, romántico empedernido, con cierto punto misántropo,
ingenioso y preso de su anterior relación. Theodore es, pues, con el
corazón hecho pavesas, el fantasma de Theodore. Está el potencial
en él, como demuestra su trabajo, pero no la consumación de ello.
Tiene amigos con los que compartir confidencias, el recuerdo de una
ex que quema a cada latido y una vida sin norte hacia el que guiar
sus pasos. Entonces llega ella, Samantha, una chica comprometida,
interesante, fascinante, misteriosa, inteligente, sexy y divertida.
Samantha entra en la vida de Theodore como un ciclón, y desde el
primer momento arroja luz en su existencia y provoca que comencemos a
ver aquel potencial que hasta ahora no había desarrollado. Samantha
logra, en definitiva, borrar a golpe de viento las pavesas olvidadas
de su ex. El problema o conflicto introducido es, en primer lugar, el
prejuicio hacia las chicas como Samantha. Cuando el propio Theodore
ha sido capaz de establecer que ese prejuicio es algo tan
insustancial que no vale tenerse en cuenta es cuando se deja querer,
y quiere, y es maravillosamente feliz. El segundo problema, no
obstante, es que él está enamorado hasta la extenuación, porque es
un romántico empedernido que vive -insisto- de escribir cartas de
amor, y sin embargo para Samantha él es otro más, no el punto de
inflexión que él aspira a ser (cambiar tu vida, hacerte mejor
persona, vivir por y para ti). Es Her, por tanto, en el fondo una
película triste, demoledora, de hecho. Theodore nunca será
feliz sin la horma de su zapato, su media langosta... los seres como
Samantha seguirán recluidos en un cinismo de siglos. El amor seguirá siendo un conflicto de proporciones épicas hoy, mañana y siempre.
Otra cosa: él es Joaquin Phoenix,
excepcional como siempre, del hombrecillo destrozado al rey moderner
que puede rozar el cielo con la yema de los dedos; ella, un sistema
operativo al que pone voz Scarlett Johansson. La parte de
ciencia-ficción, por favor, es anecdótica. Aquí es donde entran
las comparativas con a) Black Mirror o b)I'm
here, el corto rodado por el propio Jonze en 2010. Esto, al fin y
al cabo, es sólo un contexto, y el director cumple con creces una
vez más al dar forma a ese futuro inminente con decisiones visuales
inteligentes y sensatas. Cabe decir, pues, que una vez más estamos
ante una película cuya alma reside en los actores. Si el trabajo de
Phoenix es comedido, cercano y excelso en sus mil matices, la labor
de Johansson es sencillamente un prodigio de técnica. Dotar de tanta
entereza a un personaje sólo con la voz (bromeando, hablando,
cantando o
follando [son muchos
los que han señalado esa escena de sexo como una de las más puras y
logradas que hemos visto en cine, que recuerda a esa
escena de Cómo ser John Malkovich]) es algo que está a la
altura de pocos actores; de hecho, en principio toda la parte de
Samantha fue rodada por Samantha Morton. Aporta el contrapunto al
almíbar la presencia, ya sea en forma de flashback o de esos
incómodos reencuentros pasado el duelo, de la Ex, Rooney Mara, o el
cinismo de una Amy Adams a la que también rompen el corazón.
Ponen banda sonora habituales en el
trabajo de Jonze, en este caso Arcade Fire, y algún tema de
su ex, Karen O, quien ya puso una espectacular banda sonora a Donde
viven los monstruos. Cabe destacar del mismo modo los esfuerzos casi
inestimables para construir ese ¿futuro? de seres devorados por la
tecnología, inteligencias virtuales y electrodomésticos
autosuficientes, así como toda la elaboración de decorados y la
decisión de rodar en Shangái para dar vida a una Los Angeles futura
en lugar de optar por el manido ciberpunk del futuro distópico
tradicional.
Habrá quien deteste el cine con
ínfulas de autor de Spike Jonze, pero con Her ha demostrado ser
poseedor de una voz propia rotunda e identificable. Entre tanto,
habrá que seguir a la espera del nuevo capítulo en la filmografía
del director estadounidense.
nebraska
El último viaje. La comedia negra. La
peliculita pequeña en blanco y negro. La carrera a los Oscar.
Nebraska.
Podría tratarse ésta de la cinta que
cumple el porcentaje de cine independiente que exige año tras año
Hollywood. Sin embargo, para ser tan independiente, Nebraska opta a
varios de los principales premios de la Academia. Esta comedia amarga
crece poco a poco y ofrece una lección de cine con pocos
ingredientes, los justos para llegar a donde otras se quedan a medio
camino. El nuevo invento de Alexander Payne (Los Descendientes, Entre
copas) nace pequeño, no hay duda, pero deja poso y exuda libertad y
grita vida y cine.
Woody Grant, un anciano senil, lo ha
perdido prácticamente todo. Gran parte de la culpa la tiene el alcohol.
Llegado este punto de su vida, cuando sus hijos se plantean
ingresarlo en una residencia, cuando su mujer sólo tiene exabruptos
hacia él, a Woody le cambia la suerte: le llega una carta
publicitaria donde le anuncian que es ganador de un millón de
dólares. La única pega es que el cupón se canjea en Nebraska, y el
anciano convierte en éste el objetivo de su vida. Su hijo David
acepta llevarlo en coche como quien ejerce de chófer para un
desconocido, a sabiendas de que el premio no existe. El viaje, los
personajes que encuentran y las situaciones que viven dan lugar a una
road movie atípica donde padre e hijo vuelven a encontrarse con sus
orígenes antes de emprender la loca aventura de llegar a Nebraska.
Payne dota de cercanía al relato
gracias a la presencia de escenarios familiares, carreteras mil veces
transitadas y pequeñas ciudades y pueblos de la América profunda
perfectamente intercambiables. La construcción de los personajes,
desde un protagonista de bueno, tonto a los divertidos secundarios
del pueblo natal de Woody, desprenden una verdad abrumadora, pero es
en la relación paternofilial donde tienen cabida conceptos como
perdón, amor o esperanza. Este último viaje de aprendizaje de ambos
personajes se torna a veces amargo, otras tierno, difícil, duro,
inútil. Sin desvelar nada, diré que lo importante es el viaje, no
el destino.
El reparto de Nebraska está liderado
por un inmenso Bruce Dern como anciano senil que carga con la culpa
de la autodecepción en un hombro y la ilusa esperanza en el otro. Le
acompaña Will Forte como hijo comprensivo y decidido a recuperar el
tiempo perdido con un padre ya desconocido ante sus ojos. Sin
embargo, quien roba todas las escenas donde aparece es la matriarca
de la familia, una deslenguada June Squibb que se merece todos los
premios, y cabe destacar la creación de un extenso conjunto de
secundarios como pueblerinos divertidísimos y con mucha mala leche.
Y es que habría sido cómodo optar por el
camino fácil del drama y la lágrima gratuita, con este señor que
de repente no sabe ni dónde está, ni qué hace cuya máxima
esperanza cabe en un cupón publicitario. Por eso el interesante
guión de Bob Nelson afila la pluma y arroja su buena dosis de humor
negro e incorrección política a esta fábula hermosa y vitalista.
Además, la fuerza visual de un blanco y negro preciosista hace que
los amplios planos de los escenarios estadounidenses cobren una
intensidad mayor. Nebraska es, no cabe duda, una película hermosa,
una historia que nos gustaría compartir con nuestros padres o, quién
sabe si algún día, con nuestros hijos.
Parece poco, y eso la hace grande.
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