31 de mayo de 2010

Fronteras: un aperitivo


No me gusta decir: soy español. No siento el orgullo que supuestamente debiera recorrer mi tálamo. Tampoco me oiréis gritar ¡Viva Andalucía!, ya que no me siento más andaluz que español. Me puedo enamorar de lugares y de momentos que no suponen nada en el curso de la Historia, ¿pero de una identidad nacional? ¿De una agrupación de personas sin ton ni son? Nunca. Es estúpido, ilógico cuando no tiene ningún fin. Tal vez culpa de esto la tenga mi misantropía galopante, cada vez más desarrollada. Pero no es sólo eso. La puta determinación que ha desarrollado el ser humano por clasificarlo todo. Y últimamente no me queda más que decir que soy de mi pueblo, y de tal provincia, y matizo que vivo en otra y… Decía en mi poética hace unos días: “Quiero canciones que me hagan llorar, y viajar y volver al sitio al que pertenezco”. No sé cuál es ese lugar: no es Bélmez, no es la casa paterna, puede que no haya encontrado aún el lugar al que pertenezco.

De todo esto tiene mucha culpa la vergüenza histórica de los países. Es ésa la que hace que los alemanes agachen la cabeza al hablar de Historia, aquélla por la que los americanos no pueden salir de casa sin que les odien (hecho en gran parte justificado tras los continuos conflictos en que se ven envueltos a raíz de su supremacía y estulticia moral) o por la que un español medio no gritaría ese ¡que viva España! ni se pasearía con la bandera roja y amarillo si no estuviéramos en tiempos de competiciones deportivas. Porque los “malos”, como me gusta llamarlos, se hicieron con esos símbolos. Al menos nosotros no suponemos la diana de todo el mundo como supuso Hitler y sus arios, hecho que derivó en una palabra específica que describe la vergüenza histórica que provoca en las generaciones actuales el paso de su país por la Historia reciente: vergüenza por el Holocausto judío, vergüenza por la dictadura que sirve como ejemplo de la palabra “dictadura”, vergüenza por los muertos sin motivo, el primer paso para reconocer que las barreras acaban con el hombre...

1 comentario:

  1. Los que vivieron el Holocausto se avergonzarían ahora si viviesen en Israel.

    Aciertas al decir que vivimos dominados por los tópicos que desde su tribuna dirigen los malos como si fueran marionetas sobre el mundo. Y no cambian.

    Ah sí, la tecnología y el arte :)

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