3 de agosto de 2011

Planes de futuro

Un día cambia tu vida.
Estás acojonado. Pero acojonado, acojonado. De esto de tengo veinticuatro años, tengo que cotizar más de media vida para resolverme el final, los años difíciles, los años del olvido, y no puedo hacer nada. Y soy licenciado y tengo un máster, pero cuando lo acabe en septiembre ¿qué? ¿Lo acabo y qué? ¿Qué hago? Claro, me queda agosto y después, la incertidumbre. Por eso me planteaba diversas alternativas de futuro, esto es, posibles salidas con las que sobrevivir. En vista de que no me quieren en la selección de candidatos para el auxiliar de conversación o lectorado, tendré que dejar Granada. Dejar Granada después de seis años. Volver a casa después de seis años. Venir a vivir a casa, al pueblo después de la libertad, la independencia, la seguridad que inyectan una ciudad y la huida necesaria para acabar de ser personas. En nuestra formación como personas completas, tras los años de vivir mamando de la madre como lobeznos, hay que saltar del nido como aguiluchos. Buscar un caparazón como las caracolas donde vivir por libre en la playa del mundo.
Bien, mis alternativas eran las siguientes:
1. Venir a casa, al pueblo, y tratar de encontrar un trabajo normal, algo temporal hasta que pueda irme de nuevo. Pensaba, por ejemplo, en la biblioteca nueva, donde habrá de buscarse una plaza de bibliotecario. Supongo que es el sueño de todo escritor: trabajar alguna vez de su vida en una librería o una biblioteca, rodeado de libros. Lo malo sería tener que decir adiós a los beneficios de la ciudad, la alternativa cultural a los amigos que, si no existen, acabarán por aparecer.
2. Una opción maravillosa, tanto que se hace casi imposible, como es irme a vivir a Australia con el auxiliar de conversación. Un año más, me la denegaron, de modo que mis opciones se reducían. Con el lectorado me pasó exactamente lo mismo. Adiós Australia (de momento).
3. Escaparme de algún modo a la aventura. Irme a Bristol, probar suerte, lanzarme al vacío sin paracaídas. Intentar comenzar una vida lejos de todo, de todos, sin tener que responder ante nadie. Hace justo un año estaba en Bristol y era muy, muy feliz. La ciudad era genial, con sus pubs con karaoke y música en directo, sus parques y festivales, los gatos en la calle, el barrio alternativo, los graffitis y la música que exuda de todas partes... También la situación, con Swansea cerca para volver alguna vez, con Londres no muy lejos, con sus chavs, con todo. Me encanta todo: el Tesco, el Primark, el Sainsbury's. Pero pasó lo normal, claro está, el miedo. Sabía que, llegado el momento, no sería capaz de hacerlo. Además, aunque vaya con perspectivas de buscar suerte y trabajo, antes necesitaría una pasta para vivir al principio.
4. He solicitado en varias ocasiones una plaza en la Fundación Antonio Gala de Córdoba por eso de ver si había suerte y me concedían un año para dedicarme en exclusiva a escribir. En  vista de que ningún año me llamaban ni para hacer la entrevista, llevaba tiempo pensando en probar suerte con la Fundación-Residencia de Estudiantes de Madrid. Un día miré, por casualidad, la web de la fundación, y me di de bruces con que la fecha tope para presentar solicitudes cumplía en una semana. Tenía que redactar el proyecto, acompañarlo de mi CV, todos los méritos académicos y artísticos que tengo así como una carta de recomendación de un escritor reconocido. Asumí el reto. Al final, envié la solicitud el día último. Una semana después, mientras hacía la compra, me llamaron para convocarme a una entrevista. Acepté. El jueves siguiente me presenté casi una hora antes en la Residencia y estuve pateándome el recinto, bicheando para conocer bien dónde me metía. Encontré la recepción y la cafetería. Desayuné. Luego me hicieron esperar un poco hasta que me hicieron entrar. Estaban en la habitación la directora de la Fundación y cuatro señores, académicos de cosas muy excelsas que se limitaron a preguntar y/o asentir. Hablamos un rato, como un cuarto de hora, sobre mi vida, mis proyectos literarios y académicos, de libros bonitos, de la vida, lo divino y lo humano. Salí con el cuerpo raro y poca esperanza. Cuando salí, me sentía gilipollas, como si no hubiera estado a la altura. Me dice que qué iba a pasar, si ya era mayorcito y tenía que asumir la experiencia como algo positivo en cualquier caso. Aproveché para pasear un poco por Madrid con dos amigas, y cuando subí al metro camino de Chamartín, volvió a sonar el teléfono. Venía a decir básicamente que estaba admitido. Que una de las tres becas era mía. Que tenía el futuro relativamente resuelto, que el Jose escritor se imponía a los demás Joses, que el plan de Madrid y la Residencia era mi respiro y mi tiempo de poner la mente en orden. Que todo podía ir a mejor.
Así, digo, en un momento cambió mi vida. En una entrevista de quince minutos, en el segundo en que decidí revisar lo de las becas en Internet, en el minuto que duró la conversación en el metro... De repente, todo era más brillante y posible.
       Luego, con mi habitual melancolía, en el fondo lamenté en cierto modo no poder cumplir ese sueño bohemio y bonito de ser bibliotecario por un año de mi vida. Entonces me dije, no sin razón, que tengo veinticuatro sin cumplir aún, que me espera media vida, que ya habrá tiempo de ser bibliotecario o librero o de abrir un bar con sofás y tazas enormes y cuadros propios y un hilo musical en el que suenen todo el día Amy Winehouse y Janis Joplin. Llevo una semana sabiendo que me voy a Madrid. Llevo una semana por las nubes, aunque las obligaciones académicas me hagan bajar de vez en cuando. Pero vamos, un trabajo de fin de máster o la apasionante lectura de un tocho de 400 páginas no van a hacer mellar mi alegría, ¿verdad? Porque pase lo que pase, Madrid seguirá a la vuelta de la esquina, y siempre tendré tiempo de opositar y convertirme en un hombrecillo gris. Algún día. Lejos.

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