20 de agosto de 2011

Shine on me

Anteriormente, en A road novella...

       -¿Dónde tienes el coche? -preguntó nada más salir.
       -No tengo coche. Lo siento.
       Por un momento frunció el ceño como si sus planes no cuadraran. Se colocó bien la mochila, no sin antes sacar una pequeña funda negra. La abrió, sacó una cámara Polaroid y me echó una foto.
       -¿Qué haces?
       -Necesitaba esto. La foto de nuestra primera discusión, Alvy.
       -No me llamo Alvy. ¡Ni siquiera me conoces, y carajo, no estamos discutiendo!
       -Ven conmigo. Iremos a mi coche.
       Efectivamente, a la vuelta de la esquina se encontraba un coche viejo y asqueroso, pero con cierto encanto. Era una antigualla, pero una de esas viejas máquinas que destilan estilo e historia. Y mucha, mucha mierda. Además, era descapotable, y nadie se ha quejado nunca ante la posibilidad de montar en un descapotable. Anna me lanzó la llave y la atrapé al vuelo.
       -Tú conduces.
       -¿Yo conduzco? Pero tía, en serio, no me conoces. Podría ser un asesino o un violador, o... o... no sé, cualquier chiflado.
       -¿Me vas a violar? ¿Me vas a matar? ¿Acelerarás con ambos dentro hasta que nos estampemos contra un muro de hormigón? Vamos, valiente -dijo, y colocó los puños como un boxeador inexperto. Me hizo sonreír.
       Su juego era divertido. Esa mañana, si al levantarme me hubiera detenido a exprimir dos naranjas para hacerme un zumo, no me habría convertido en jugador de esa especie de rol improvisado. No habría pasado, desde luego, el que había de ser el mejor año de mi vida.
       Anna se acercó con pasos lentos, como si estuviera en la Luna, hasta la puerta del copiloto y maulló. Juro que maulló como maúllan los gatos. Igualito. Un maullido procedente del coche respondió, y acto seguido el gato salió embalado hacia mí. Lo atrapé como a un lechón pringado de manteca y lo apreté contra mi cuerpo.
       -¡No! Sshhh... se llama César y está cansado.
       Se me acercó con la misma parsimonia de siempre y cogió la carita del gato entre sus manos. Lo miró muy fijamente y le habló como si el animal la entendiera.
       -César, no pasa nada. Nosotros tenemos gasolina y comida, te daremos un bocadillo de sardinas todas las mañanas y un buen tazón de leche o batido de vainilla. No... no pasa nada, volveremos a por Úrsula, claro. Cuando recuperes tu forma humana, volveremos a por ella. Pero ahora nos vamos de viaje, así que déjate de menteca... déjate de tonterías.
        El gato César saltó de entre mis brazos, movió un poco el rabo, subió de un salto al coche y se hizo un ovillo en el asiento trasero.
       -¿Es tuyo el gato?
       -¿Mío? ¿Estás loco? ¡Odio los gatos!
       -No entiendo nada.
       No entendía nada. Anna subió de un salto y depositó su mochila junto a la bola de gato. Entonces cruzó las piernas y me miró, como instando a que subiera de una vez. Cuando subí e introduje las llaves todo eran dudas, pero nada más arrancar el motor ahogado y ver la cara entusiasta de Anna olvidé cualquier atisbo de indecisión.
Cómo le brillaban los ojos.

1 comentario:

  1. Chachi piruli. Como siempre, ha sido un placer leerte. Von Stier.

    ResponderEliminar