1 de noviembre de 2011

Quand il me prend dans ses bras



El guardia de la frontera le habló en francés a Anna. Ella respondió en inglés que sólo era un viaje de placer, que éramos una pareja y para celebrar nuestro quinto aniversario habíamos decidido recorrer Europa en coche. Además, ya teníamos reserva en un hotel en París para la noche siguiente y, como nos retrasara, la perderíamos y sería una lata. Acabado el discurso, el guardia confesó con bochorno que no hablaba inglés. Anna rió descaradamente y repitió la historia en un francés perfecto. El guardia le sonrió y nos dejó pasar sin pedir siquiera la documentación.
-¿Por qué le has hecho eso? -pregunté cuando me repuse del susto.
-Estos franchutes... tienen un odio patológico al inglés. Me gusta sacarlos de sus casillas.
-Ya se ve que es tu especialidad.
-¡Oh, querido, bienvenido a la France! ¿No te parece hermoso?
-¿Y ahora qué? ¿La cruzamos entera?
-Uy, qué prisas, qué malas costumbres. Me prometí una vez que jamás me recorrería Francia sin parar en la costa oeste, bordeando todo el país hasta la Bretagne. Podemos y debemos conocer a los surferos y beber vino con ellos y comer todo lo que haya con mantequilla de las mejores vacas de Europa.
Emprendimos el camino a la costa. A la hora y pico de carretera, Anna me pidió que la sustituyera al volante. Paramos en una estación de servicio y compró un casette de Edith Piaf.
-¡La Môme Piaf! Un bisabuelo mío la conoció y conducía su coche. Una antigualla, claro.
No dejaba de contarme cientos de historias inverosímiles, y a mí me encanta oírla hablar. Era precioso darle luz y color a un viaje interminable en coche. 
-Quand il me parle tout bas, il me prend dans ses bras je vois la vie en roooooose... -cantaba con un francés calcado de cada inflexión y gorgorito de la loca Piaf.
-Cantas muy bien -le comenté. -¿No te has planteado vivir de eso?
-En absoluto. Mi madre cantaba también. Me obligó a aprender canto en el conservatorio. Casi nunca estaba en casa, viajaba todo el día por capitales de provincia, donde cantaba tangos y blues tristísimos y algo de bossa nova.
-Suena precioso.
-No es para nada precioso, te lo aseguro. Nunca cantó para mí. Recuerdo una fiesta de cumpleaños, su fiesta de cumpleaños. Llevaba cuatro meses preparando una canción con mi maestra de canto.
-¿Qué canción?
-Un tango. Nostalgia. Imagina.
-¿Cuántos años tenías?
-Demasiados pocos para hablar de lo que habla esa canción. No sé si ya tendré los suficientes para poder cantarla con integridad.
-¿Qué sucedió? ¿Le gustó?
-No, no le gustó. Echó a llorar y se fue de la habitación. Yo me quedé helada y seguí cantando hasta el final, tal y como había ensayado, con cada matiz en mi interpretación. La sala estalló en aplausos en cuanto yo estallé en llanto.
-¿Por qué no le gustó a tu madre?
-...desde mi triste soledad veré caer las hojas muertas de mi juventud... -cantó por toda respuesta, y la melodía quedó impregnada a los sillones del coche.
-Algún día me contarás la historia de tu vida.
-Algún día reescribiremos la historia de nuestras vidas.
Llegamos a la costa. Bordeamos el mar por la carretera del acantilado. De repente sentí gratitud hacia el mundo por todo. Por la vida, por el mar, por Anna, por los coches y los gatos, por la droga, por la música, por los niños que rompen a llorar... y era yo el que tenía de repente ganas de llorar.
-¿Sabes lo que haré cuando cumpla cincuenta años? Me iré a vivir junto al mar, porque... ¿sabes que dicen que la gente que ha nacido en una ciudad costera no puede dormir mar adentro? Les falta el eco del mar. A mí me pasa lo mismo, pero yo nací en un pueblo en la sierra. Algunas noches, antes de dormir, cierro los ojos y espero oír en cualquier instante el agua rompiendo contra el rompeolas, la espuma deshaciéndose en la noche, los gruñidos de las estrellas de mar...
-¿Las estrellas de mar gruñen?
-¡Claro! Están siempre enfurruñadas desde que se cayeron. Además, como se pasan todo el día observando el cielo les resulta imposible olvidar que en un tiempo, hace mucho mucho tiempo, eran ellas las que brillaban arriba.
-Y por eso gruñen.
-Por eso y por la sal -explicó. -Porque la sal les escuece en las heridas de la caída desde el firmamento.
-Anna.
-Dime.
-A veces creo que te quiero.
Rió. Ella rió.
Llegamos de noche a la playa a la que Anna pretendía que llegáramos. Dejamos al gato en la arena y echó a correr como loco hacia el agua. Había varias hogueras y un pequeño reservado construido con tablas de surf viejas, destrozadas y desgastadas incrustadas en la arena. Se oían guitarras y voces en idiomas indistinguibles. Anna propuso acercarnos a cenar algo; yo le dije que me moría de hambre, que me incorporaría más adelante.
En realidad me moría de ganas de probar la heroína del capó de nuestro coche.

1 comentario:

  1. me acabo de reenganchar con los últimos capítulos. :) un placer.

    te sigo

    Jara

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