5 de octubre de 2012

sequía

Terminó mi vida en la Residencia de Estudiantes, y no encontré palabras para expresar ese punto y aparte. Volví a Granada de paso, y luego a Bélmez, y tampoco pude ahí encontrar las palabras idóneas ante la incertidumbre de lo que se avecinaba. Por último, tras seis días en Bélmez en la que se suponía que era mi estancia definitiva, volví a Madrid. Volví con un trabajo, con un piso nuevo y una vida basada en un borrón y cuenta nueva, pero llena de fantasmas de una vida ideal e idealizada.
Desde que estaba aquí, en Madrid, digo, en la Residencia, digo, no he escrito. Esta sequía que tiene vistos de prolongarse a más de un mes me tiene intranquilo, porque no me faltan proyectos, porque no me sobran ganas, pero no se enciende la chispa que determina la diferencia entre lo que deseamos y lo que somos capaces. No obstante, leo. Y leo bien, dicho sea de paso. Leo, sin ir más lejos, a Ricardo M. Salmón, y lo leo con devoción: su última novela, sus cuentos. Todo.
Ahora, agotadas sus lecturas, no me queda más que inventar nuevos ídolos a los que adorar, tótems que decoren mis días y me sigan impidiendo escribir, pero también que me hagan sabedor de que las palabras no se buscan, pues a veces son ellas las que se aparecen ante el autor.
De todos modos, creo que esto es sólo una fase de miedo, de adaptación, de transición hasta que empiece a comprender que echar de menos está de más, y que la vida se compone de pausas, puntos y aparte y derrotas. De todas ellas, a veces sacamos algo en claro. Puede, quién sabe, puede que uno de estos días retome la escritura y no pueda volver a dejarlo en un año, al menos hasta que esta fase extraña llegue a su fin.


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