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6 de junio de 2025

Últimas lecturas (otro borrador)


 El impostor, Javier Cercas

Otra lectura a la que le tenía el ojo echado era esta novela de Javier Cercas, a quien no había leído aún, por el interés que me provocaba su figura protagonista, Enric Marco, y la curiosidad por cómo había enfocado el autor tremenda farsa real. Esta no es una novela, sino un recorrido por la vida de un hombre que ha vivido muchas vidas, y en ningún momento se deja engatusar el autor por hacer de él una distorsión amable. Me pareció un trabajo metódico, aunque en ocasiones se pasara de historicista.

Carcoma, Layla Martínez

Uno de los libros de la década, esta novela de casas embrujadas revela una intrahistoria familiar traspasada por la violencia y la lucha de clases. Sin ser exactamente terror, bebe de Shirley Jackson en una nueva faceta del guerracivilismo. Layla Martínez logra aquí algo muy difícil: entrelazar varias voces narrativas que a veces se desmienten, se contradicen, se complementan, para narrar algo que nos han narrado otras veces y que parezca único y, más importante, necesario. 

La mala costumbre, Alana Portero

Otro de los libros del año sin duda esta primera novela de Alana Portero,  que se va a los barrios para narrarnos una España cruda y sin pizca de nostalgia. Me quiere recordar en la conciencia de clase a la obra de Elvira Lindo, aunque atravesada por la experiencia trans de una narradora certera y plenamente consciente del poder de lo que narra, en lo literario y en lo emocional. El material de partida es rico, suculento, honesto, y Alana lo sirve con una sencillez aparente y nos retuerce el corazón y nos lo estruja y nos abre lo ojos ante una galería de personajes desgraciados y reales, porque así era la vida en los barrios.

No era esto a lo que veníamos, María Bastarós

Los cuentos de este libro ocurren en espacios áridos que revisten la cotidianidad de una capa rara, deforme. Hay una oscuridad en las historias que se suceden aquí, unos personajes que pasan por el mundo a horcajadas, como los de Sabina Urraca o Elisa Victoria, por citar dos contemporáneas, arrastrados a lo insólito. Los libros de cuentos deben contener perlas, hallazgos, y Bastarós se desenvuelve en la sorpresa constante e incómoda que deja poso.

The man who mistook his wife for a hat, Oliver Sacks

Le tenía ganas a este libro recomendado por una amiga médica a la que pedí consejo sobre casos curiosos de neurología para un proyecto en el que trabajo. Oliver Sacks recopila en su obra más célebre una serie de casos clínicos de lo más curiosos, y lo hace como quien narra pequeños cuentos, episodios en las vidas de pacientes reales, por norma sorprendentes, divertidos y, cómo no, tremendamente dramáticos. Con todo, pasada la sorpresa inicial se vuelve algo reiterativo, duro de roer, aunque a mí me vino como anillo al dedo.

El tiempo amarillo: memorias, Fernando Fernán Gómez

Durante años he arrastrado las memorias de la leyenda de la cultura española, y no por falta de interés o calidad literaria. Leía un buen tramo, lo dejaba descansar y retomaba pasado un tiempo. Fernán Gómez lo  vio y vivió todo en el siglo XX, y su biografía está estrechamente ligada a la historia de España. Especial interés tienen sus inicios en el mundo de la farándula, las penurias y devoción con la que aprendió el oficio y se acabó convirtiendo en el gigante del cine y las letras. Quizás es la parte final, centrada en el rodaje de una de sus películas como director en los noventa, la que menos interés despierte, pero aun así sigue sabiendo tirar de humor y anécdotas. Un libro poblado de vivencias de toda clase, de personajes imprescindibles en la composición de nuestra idiosincrasia, una edición cuidada a la altura de su autor.

28 de febrero de 2025

Últimas lecturas (una selección)


Coisas de loucos
, Catarina Gomes

Este pequeño depositorio de historias consiste en el metódico trabajo arqueológico de la autora con una caja de objetos abandonados en el antiguo hospital psiquiátrico Miguel Bombarda de Lisboa. A través de los distintos objetos y documentos en la caja, Catarina nos lleva de la mano para conocer a quienes vivieron ahí y nos descubre, como si se tratara de cuentos, los porqués y destinos de cada protagonista. Un libro hermoso y riguroso, honesto y triste que nos aporta una visión detallada de cómo debía ser la vida dentro de esas paredes.

Ghosts and ruins, Ben Catmull

Uno de mis últimos descubrimientos es este librito de aire gótico y virtuosismo estético; llegué hasta él buscando historias de fantasmas y casas encantadas de casualidad. Al final no encontré lo que buscaba, sino algo tan o más fascinante. Cada uno de los espacios abandonados que componen el libro vienen acompañados de microrrelatos-casi-haikus, algunos tan evocadores y sombríos como escalofriantes, pero es sin duda el mérito de esta obra sus ilustraciones dignas de decorar todas las estancias de una casa encantada. En definitiva, uno de esos libros-objeto que llegan a tu vida para quedarse.

Sostiene Pereira, Antonio Tabucci

Recuerdo leer las primeras líneas de esta novela en casa de una amiga (¿de mi madre?) y caer rendido, atrapado en la tela de araña de su comienzo: "Sostiene Pereira que le conoció un día de verano. Una magnífica jornada veraniega, soleada y aireada, y Lisboa resplandecía..." Cómo no seguir ante todos los anzuelos que deja el autor en uno de los comienzos más brillantes de la historia de la literatura (con permiso de Shirley Jackson), con esa Lisboa iridiscente, con el enigma de Pereira y con quién comparte esta historia. Poco a poco conocemos a un personaje gris y fascinante, temeroso y aturdido, a ratos naif, culto, necesitado de compañía. La historia nos atrapa a medida que atrapa a su protagonista en un enredo del que no es responsable en una Europa en guerra, en un país aplastado por el totalitarismo que tendrá consecuencias en la monotonía de este viejo periodista. Ahora lo he releído traducido al portugués, ya que aunque se escribió en italiano es una de las novelas más lisboetas que existen, y la experiencia, tras 10 años en la ciudad, ha sido completamente nueva también para mí.

Girl, Woman, Other, Bernardine Evaristo

Este libro que ganó el Premio Booker en 2019 estaba en mi lista de pendientes hace tiempo, quizás porque me amedrentaba su peso literario. Se trata de una novela profundamente moderna, profundamente británica y profundamente interseccional donde se exploran temas que me interesan: raza, clase, género y sexualidad en las voces de 12 personajes femeninos (y no binario). La ambición artística de su autora se refleja en la estructura de la obra, no necesaria ni narrativamente lineal, con experiencias vitales que se entrecruzan de forma más o menos tangencial, sin una protagonista clara sino un mosaico de mujeres negras que sirve de altavoz a realidades sobre las que hasta hace poco no se había puesto el foco. Me flipó la maestría con la que Evaristo se desenvuelve en distintos registros y espectros sociales a través del dominio de la lengua.

1 de agosto de 2023

Vacaciones de verano

 En casa las sacrosantas vacaciones siempre han sido en agosto, en parte porque era cuando mi padre mandaba de vacaciones a todo el personal en la empresa, en parte porque era mi (nuestro) cumpleaños. Desde los sempiternos veranos en Salobreña a mis descansos más recientes, es agosto el mes elegido. No concibo trabajar el día de mi cumpleaños, de modo que el 9 de agosto suele ser la fecha en torno a la cual planifico el parón.

En concreto, desde que trabajo en mi empresa suelo pedirme dos semanas en agosto, una que aprovecho para irme al pueblo con la familia, y otra para disfrutar de días de playa, no hacer nada y poco más. Da la casualidad de que en 2023 las Jornadas Mundiales de la Juventud se celebran en Lisboa, con lo que esto supone para quienes vivimos allí, por lo que no me lo pensé dos veces al hacer coincidir mi semana en el pueblo con esos días, y dejarme la segunda semana para irme a la playa, al pequeño oasis de paz en que se ha convertido para mí (nosotros) Foz do Arelho.

Así, tras unos meses de estrés extremo y mucha presión en el trabajo, necesitaba parar. La idea era estar en el pueblo a la fresca, en la planta baja de mis padres en lo que era el local comercial en su día. Hacer nada, o casi nada. Sólo tenía un plan: deshacer y rehacer la manta en la que trabajo desde que descubrí el crochet hace unos meses.

Claro que la vida tiene sus propios caminos, y en mi caso esa manta que iba a hacer con todo el relax del mundo se ha acabado convirtiendo en muchas cosas, pequeñas deudas que debía ir saldando antes de la semana de (ahora sí) descanso playero en Foz do Arelho:

- Relectura del libro que he revisado en los últimos meses. Aunque ya di por finiquitada la revisión, me comprometí a una lectura final de todo el libro para buscar cosas que se hayan podido escapar y acabar de darle coherencia a la corrección.

- Carta de recomendación de mi amigo Carlos, que está buscando trabajo y ha contado conmigo para dar feedback, No me debería llevar mucho tiempo, pero tengo que dedicarle una tarde o una mañana.

-Reescribir el proyecto de libro infantil en el que llevamos trabajando una década mi amiga Cristina y yo. Lo he dejado a propósito para esta semana porque cuando estoy en plena vorágine de trabajo siempre me resulta imposible dedicarle el tiempo que merece, y además necesito un pequeño proceso de documentación para los anexos. Al final requiere más tiempo y dedicación, sobre todo porque es un tema delicado y el libro pide una sensibilidad muy especial.

- Revisar Piel de Pollito, la novela infantil que terminé a principios de año para actualizarla un poco. Para ello he traído post-its de colores y bolis negro y rojo.

- Leer un par de libros que me he traído, Volver a cuándo y The year of magical thinking (este lo llevo posponiendo años y es una de las lecturas más importantes para la novela en que trabajar) para poder dedicarme a otros libros en la semana de playa.

A esto tengo que sumarle, como venía diciendo, lo de la manta, y otras dedicaciones que uno no puede asumir en el día a día: ordenar todo el contenido de mi disco duro, registrar las postales que he recibido de Postcrossing y escribir varias nuevas, tal vez redactar de una vez...

En fin, escribo esto un martes por la noche y el sábado ya vuelvo a Lisboa, donde seguramente fantasearé con estas dos semanas de vacaciones durante el año entero. Ojalá aprender a quitarnos fechas

28 de febrero de 2023

Febrero

 No es mes de grandes avances, vuelvo a ser consciente de la vida. Me atasco en las lecturas, pero me salva un viaje a Porto (concierto mediante de Linda Martini). Me regocijo con la idea de volver en unos meses un fin de semana entero con el puro pretexto del goce, el zascandileo y la contemplación de la belleza en los cafés portuenses. Retomo en ese viaje las memorias de Fernán Gómez, me enroco en la lectura del comic recopilatorio de Spike. Veo mucho cine, eso sí, muy dispar, eso sí.


Escribo poco de la novela, pero avanzo algo; avanzo principalmente en el proceso de documentación para uno de los nudos dramáticos más importantes del libro, así que pronto podré avanzar en ese frente. Me comienzo a plantear escribir por temas, documentarme por temas con anterioridad e ir cerrando etapas del libro fuera de las escaletas habituales o estructura tradicional. En eso este libro también es distinto.

 Doy un último empujón para que Roc y Jofre tengan el regalo de cumpleaños a tiempo e improvido mi propia trama de Mortadelo y Filemón narrada. Puede ser el resultado uno de los trabajos de los que más orgulloso me siento en los últimos años.

Retomo, además, el proyecto de mi diario personal, uno que nadie jamás leerá, uno del que ahora sólo tú, que has llegado aquí, tienes conocimiento.

23 de junio de 2019

Reseña: Slayer, de Kiersten White


2019 está siendo un buen año para los amantes del buffyverso (sí, es una cosa; sí, así se llama). Tras el decepcionante cierre a las desventuras de la heroína en la décimo segunda temporada en cómic, ha llegado un año de renovación.
Recordemos que Buffy, Cazavampiros concluyó su andadura catódica tras la séptima temporada en su segunda cadena, pero Whedon y afines, que habían desarrollado un universo tan rico con una mitología tan desbordante, entendieron que la historia de Buffy Summers y su Scoobie gang no podía acabar ahí. Entonces llegó la continuación canónica con la llegada de la octava temporada en la editorial Dark Horse Comics, que retomaba la historia poco después del final televisivo, cuando la protagonista había decidido cambiar las reglas del juego: Buffy decidía compartir su poder con todas las potenciales, esto es, todas las chicas en el mundo con el potencial de convertirse en cazadoras de vampiros. Un mensaje feminista que aún resuena y un final de aúpa para el viaje de la heroína rubia.
Por eso cuando se anunciaron nuevas novelas ambientadas en el universo creado por Joss Whedon, pero que no estarían escritas por éste ni centradas en la propia Buffy, muchos seguidores de la serie pusimos nuestras expectativas en dicha expansión. Historias nuevas, personajes nuevos.
Así es. En ese sentido, Slayer cumple. Porque parte de un punto poco explorado, que es la extinción de la magia en todo el mundo. Nina, una Cazadora en un mundo sin magia, una serie de apariciones demoníacas y una comunidad cerrada. Esta situación, por inédita, resulta interesante y la autora ha sabido escoger el momento clave del universo canónico para dar a conocer su historia y a sus personajes. En este sentido se nota que White es una fiel seguidora del universo sobre el cual escribe: conoce a sus personajes, sus reglas y su tono. Conoce la gravedad que subyace bajo la apariencia de humor leve e intenta imprimir a su novela de los elementos que funcionaban, por ejemplo, en la serie.
Sin embargo, lo consigue a medias. A este arranque hasta cierto punto sorprendente le sigue una galería de personajes que en su mayoría pasan sin pena ni gloria, sin una personalidad definida que es precisamente lo que hacía funcionar tan bien la obra de Whedon. Tiene algún momento álgido de acción a medias del libro, aunque el ritmo es extraño, y la construcción de la trama, lenta y un poco sin rumbo. Hay giros, muchas referencias a situaciones y personajes adorados por todo fan del Buffyverso -el libro brilla en especial en estos momentos, ya que su autora sabe hacerlos sin que resten protagonismo a sus personajes originales, más bien como guiños que enriquecen la experiencia de los seguidores de la obra original-; sin embargo, el libro se torna previsible -los giros no acaban de funcionar- y la historia no parece acabar de despegar. Sin embargo, sienta unas bases sólidas a partir de las cuales construir los siguientes libros, ahora sí, sin necesidad de carta de presentación como excusa.
En pocas palabras, Slayer se trata de un trabajo irregular, con sus luces y sus sombras, que esperamos sirva para abrir el camino a futuras alegrías.

22 de agosto de 2018

Nos gusta la lluvia

A algunos nos gusta la lluvia.
Somos así, detestamos el sol, la marabunta de gente. Nos flipa correr bajo mantos de agua, empaparnos.
Epatarnos con las calles vacías de vida y llenas de posibilidades.
Vengo de una tierra donde la lluvia gusta en su justa medida (la medida que soporta la tierra), esto es, hasta donde es necesaria y no es nociva para la cosecha. Ritos antiguos, varas de medir. De una tierra donde el buen tiempo es una constante, donde recuerdo que a uno de mis compañeros de clase su madre no lo dejaba ir a la escuela en los días de tormenta.

Somos hijos del silencio y la calma. De las mantas y el chocolate caliente a este lado de la ventana.
Los hay que no bebemos, que preferimos el azúcar al etilo.
El plan de farra hasta el amanecer nos provoca un pánico anquilosado en el pecho. Estar solo rodeado de gente, esa sensación. A veces, nos encontramos y nos reconocemos con una mirada, puro instinto animal.

Tengo bastantes amigos, puedo decir. Igual es que, recién cumplidos los treinta y uno, también es más difícil conocer gente, crear lazos. La mayoría de amigos se hacen antes de la treintena, principalmente en el instituto y universidad. Más adelante, la forma más extendida de socializar es en el ambiente laboral. Puedo decir que he hecho grandes amigos (amigas) en el curro que me acompañarán siempre.
Con respecto a los amigos que ya tengo, los retengo lo más cerca que puedo con correspondencia. La escritura, otra vez. Largos mails, cartas manuscritas donde nos vaciamos de lo que nos quema. Y me gusta rodearme de ellos, claro, pero en un contexto que yo pueda gestionar.

Hablemos de fobia social. Una forma de ansiedad. OTRA forma de ansiedad. Miedo al ridículo, a tener que interactuar con extraños, a los lugares concurridos. Supongo que por eso cada vez intento con más ahínco encontrar lugares desocupados en Lisboa, fuera del centro masificado, puntos secretos en la geografía de la urbe.

La edad me ha hecho tímido, huraño, misántropo. También la vida, la experiencia y la exposición. Tal vez siempre me gustó la lluvia; me recuerdo niño, pequeño, en una de esas tormentas que provocaban la oscuridad cuando fallaba el suministro eléctrico ("Qué hijos de su madre los de la Sevillana", decía mi madre), al otro lado del cristal, contemplando el agua corriendo ante mis ojos chicos, el fulgor de los relámpagos. Y no recuerdo miedo, recuerdo paz.

Ayer me llegó otro regalo de cumpleaños, un libro precioso que, casualidad, le viene al pelo a esta reflexión. Se trata de Quiet girl in a noisy world, de la británica Debbie Tung. Cuál ha sido mi sorpresa al encontrarme con esta página:

21 de enero de 2018

Un año después

Un año después, despierto acompañado. Tarde, como todos los domingos. Truman remolonea entre mis piernas, como el año pasado.

Me invade una tristeza lenta, espesa y azul.
He soñado con un cambio inminente. Se aproximan cambios inminentes en mi vida. Como en un cuento, el desayuno se materializa en mi cama.
No he ganado ningún premio literario, pero tengo un cuento abierto en Google Docs y planes para hacer de este domingo algo mágico.

Me siguen atormentando las fechas, los malditos aniversarios. 5 años ya, me digo. 5 años ya, cuando más sonrisa y más paz y más vida. Más Jose, en todos los aspectos. No sé qué he perdido entre tanto.


Pero veo luz, por primera vez en años. Veo una fuerza, una capacidad de resolución que me hace seguir, morder fuerte, aferrarme al futuro. Ya no miro atrás, es inútil.
La enfermedad sigue en mí, ahora con otras formas. El miedo es una constante a la que no logro aplacar.
Pero sigue Lisboa y sigue la vida, siguen los pequeños proyectos, victorias a pequeña escala, mi jardín en potencia, la biblioteca creciente, los libros y la decisión de cerrar puertas para abrir ventanas nuevas.


Promesas de futuro: construir, insisto, construir una vida que yo decida, aprender a negarme a lo que no quiero. A veces nos cuesta la infelicidad aprender a echar el freno. Tengo ganas de trabajar en muchas cosas, de convertirme en el mejor en algo. Por eso este año he comenzado con listas de cosas pendientes, lecturas que necesitaba acabar y otras que necesito devorar. Como hace un año, leo a Shirley Jackson con frenesí. Me doy cuenta de un hecho importante: he perdido el miedo.

¿Que qué le pido al año que viene? Despertar en Lisboa, de nuevo, en otras sábanas, cierto, con todo lo conseguido. Que mi vida no se vuelva a quedar en agua de borrajas.


Y entonces no te diría nada, no te haría nada más que reír, como siempre, para que tu risa se convirtiera en la melodía de los días

24 de octubre de 2017

#LeoAutorasOct

La iniciativa surgida en Twitter LeoAutorasOct a raíz de varias mujeres dispuestas a reivindicar el rol de la mujer como creadora me ha hecho caer en que en los últimos años leo más autoras, me intereso más por ellas, por sus vidas y sus obras. Así, en este octubre que al fin se anima a definirse otoñal reparto mis inquietudes lectoras entre la nueva incursión en la fantasía de Patricia García-Rojo con su Las once vidas de Uriah-Ah y el comienzo de una saga también fantástica y de lo más británica como es A Wrinkle in Time y las memorias del inabarcable Fernando Fernán-Gómez; releo, además, It de Stephen King, esta vez en inglés.
Y no sólo eso, sino que este año, en el que me estoy obligando a leer -a veces tengo que recordarme que si pretendo llamarme escritor me debo a la lectura-, me he dado cuenta de que leo a más mujeres. No es una cuestión de cuotas, es que tenía el cánon oxidado. Como bien apuntaba en Twitter María Sánchez, escritora y veterinaria, lo que no se nombra no existe. Es que hay que hacer por arrojar luz sobre quien ha vivido a la sombra. Tengo una maceta que compré hace poco en Ikea y se me ha mustiado: casi todas las hojas ocultas por las macetas altas se han secado y se han marchitado de la raíz a sus pequeñas hojas carnosas. Las ramitas que sobresalían en el baño de luz ahí están, verdes y hermosas. Aún estoy a ver si las salvo.
Por eso este año estoy arrojando luz, y leo a más autoras y estoy encantado. Aquí, en este #LeoAutorasOct aprovecho para hacer un pequeño repaso sobre las mujeres que me han trasladado a otras vidas, a otros tiempos, a otra luz:

-We Have Always Lived in The Castle, Shirley Jackson. Este libro me llegó regalado desde Alemania y ha supuesto una de las mejores lecturas en años. Jackson fue una madre de familia y autora que supo conjugar lo mejor de ambos mundos, pues abrazaba el terror gótico desde lo cotidiano. Es sin lugar a dudas el gran nombre femenino que puede hacer sombra a los grandes maestros del terror. Además, Siempre hemos vivido en el castillo es probablemente la obra maestra de una mujer que murió demasiado joven. Me maravilló de tal modo que he estado todo el año a la caza de todas sus rarezas, desde crónicas familiares a cuentos perversos. Tengo por ahí, a medias, uno de los tantos recopilatorios de relatos que circulan por las librerías.

-O meu livro tem bicho, de Madalena Luz da Costa se trata de un libro pequeño, tierno e infantil que resultó ganador de uno de los mayores premios literarios infantiles en Portugal (lo edita y distribuye una cadena de supermercados, pero está muy bien dotado). Se trata de una carta de amor a la literatura y sus creadores, lleno de imaginación y ternura sin caer en la ñoñez a la que suele verse abocada la literatura infantil. Creadores y lectores se sentirán identificados con este pequeño gran libro ilustrado por Ricardo Ladeira de Carvalho.

Carmen Laforet
-De corazón y alma (1947-1952), Carmen Laforet y Elena Fortún. El año pasado, al fin, leí Nada de Laforet. Me fascinó ese grito de Libertad en plena posguerra, esa historia de crecimiento -tiene mucho de Bildungsröman- y análisis de su heroína principal. Me recordó, por ambientación y cercanía, a Luciérnagas de Ana María Matute, que también leí el año pasado. Curiosamente, lo que mejor conocía de Fortún era la novela última de su saga sobre Celia, aquella en la que la protagonista, ya adolescente, se va al exilio y sufre en sus carnes la debacle de la guerra civil. Se recuperó el año pasado esta Celia en la revolución, y así se reivindicó la figura de su autora. Entre Nada y Celia en la revolución también atisbé puntos en común, de modo que cuando se anunció la publicación de la correspondencia entre ambas autoras, me hice enseguida con ella. Estas cartas desarrollan el lado humano de dos mujeres que se quieren y se admiran, ambas creadoras en un mundo de creadores que lograron hacerse hueco y un nombre en el panorama literario español. Son cartas duras, como la lenta agonía que sufría Elena Fortún en sus últimos años de vida, invadida por el cáncer que pondría fin a este intercambio epistolar.

Elvira Lindo
-Lugares que no quiero compartir con nadie, Elvira Lindo. Me gustan de Elvira su Manolito, su franqueza al hablar, sus conexiones con Lisboa y sus novelas "serias". No por nada su Una palabra tuya es una de mis novelas preferidas en español, protagonizada por dos mujeres fascinantes, distintas pero grandes amigas. Es una novela tierna y divertida, dura y conmovedora. Elvira también ha tenido que sacudirse de encima etiquetas como "la mujer de..." o "la de Manolito Gafotas", y en ninguno de estos casos me parecen etiquetas degradantes, pero parece que hay que recordar la enorme y consistente carrera que se ha labrado Lindo fruto de su esfuerzo y buen hacer. Vaya por delante que Manolito es uno de mis referentes e influencia más clara cuando escribo infantil-juvenil; adoro el humor castizo, y en eso Elvira Lindo es una jefa. Como se puede apreciar, de un tiempo a esta parte me interesa mucho el factor humano de los escritores, y me empapo de memorias, biografías, epistolarios... El año pasado leí Noches sin dormir, y tenía por ahí, perdido en una mochila, Lugares que no quiero compartir con nadie, crónicas de su vida neoyorquina que retomé hace unos meses y devoré del tirón. De Lindo me fascina su capacidad para arrancarme carcajadas de lo cotidiano, pero también su ojo por el detalle humano, la mirada tierna que arroja sobre lugares y personajes, su lenguaje franco y certero. ¿Sabéis ese pasaje de El guardián entre el centeno en el que Holden habla de cómo cuando lee a ciertos autores le da la sensación de que podrían ser amigos? Pues eso, exactamente eso me ocurre con Elvira.


-The Jacqueline Wilson Collection, Jacqueline Wilson. Este recopilatorio contiene dos novelas cortas, "The story of Tracy Beaker" y "The bed and breakfast star", ambas infantiles y ambas protagonizadas por niñas. Tracy Beaker es un personaje bastante conocido en Reino Unido, ya que se hizo una adaptación de sus novelas a serie de televisión en la BBC. Es una niña abandonada por su madre que narra sus desventuras en el hogar de acogida mientras aguarda a que alguna familia la adopte. Es traviesa, mentirosa y problemática, una auténtica payasa con corazoncito herido. También sufre las consecuencias de la inestabilidad familiar la protagonista de la segunda novelita, que se ve obligada a trasladarse a un hotel con su familia y a tratar de encontrar su talento para brillar. Bajo la comedia y la sencillez encontramos dos historias protagonizadas por niñas en absoluto modélicas que buscan su sitio en el mundo. Me sorprendió para bien esta desidealización del mundo infantil, algo que también trabajaba, desde un enfoque igualmente local, Elvira Lindo con Manolito Gafotas.
Lumberjanes

-Lumberjanes, Shannon Watters, Grace Ellis, Brooke A. Allen y Noelle Stevenson.Una de las ventajas de trabajar en un escritorio donde no sucede gran cosa es que puedo dedicar gran parte de mi tiempo libre a leer, y en concreto he tratado de darle un empujón a los cómics. Si la industria literaria parece estar acaparado por hombres,  en el ámbito del cómic y la novela gráfica la desproporción es más acusada. En todos los títulos de Marvel que he estado leyendo es realmente difícil encontrar autoras, por lo que las mujeres guionistas e ilustradoras de cómics han encontrado su sitio en sellos más independientes/pequeños. Sin embargo, como en el caso que nos ocupa, a veces estas excepciones llegan a hacer ruido y a acaparar la atención de público y crítica. Si hay una palabra que define Lumberjanes es SORORIDAD. Estas scouts son cinco niñas que se enfrentan juntas a toda clase de entes sobrenaturales -y personales, y misterios cotidianos- para desgracia de sus monitoras, y muestran un abanico amplio de personalidades y representaciones femeninas. Me gusta en especial de Lumberjanes su ritmo frenético y su irreverente sentido del humor. Detrás de sus magníficos personajes se encuentran cuatro autoras, dos guionistas y dos dibujantes que han logrado crear una de las sensaciones de la industria del cómic contemporáneo.

-Career of evil, Robert Galbraith (J.K. Rowling). Si Elvira Lindo se trata de uno de los pilares de mis referentes literarios, Rowling es otro. Su Harry Potter definió, junto a Stephen King, mi imaginario adolescente, y de vez en cuando vuelvo a la saga del joven mago a recuperar ese sentido de la maravilla. Con todo, la autora escocesa ha tratado de desmarcarse de la fantasía juvenil yendo por otros derroteros con la creación de un pseudónimo, Robert Galbraith, bajo el cual publica esta serie de novelas detectivescas. Los grandes autores del género (Conan Doyle, Agatha Christie) vienen de Reino Unido, de modo que la tradición convierte al país en el principal exportador de novela de misterio/detectives. No es de extrañar que Rowling, ya experta en tejer misterios en las novelas de Harry Potter, abrazara el género por completo en la serie de Cormoran Strike, un detective malencarado, herido en guerra que debe contratar a una secretaria para despachar papeleo en su oficina. Rowling es una experta en crear personajes, describirlos y dotarlos de una voz característica, así como en desarrollar dinámicas interesantes entre ellos. Así sucede con Strike y Robin, que se convierten en el dúo de detectives más precarios y mediáticos del momento. Si en su primer caso trataban la muerte de una modelo en los círculos más lujosos de Londres y en la segunda la extraña desaparición de un escritor estravagante, en el tercero indaga en el pasado del detective y pone a Robin en el objetivo de un asesino en serie. Me gusta de Rowling su capacidad para crear personajes complejos alejándose de los lugares comunes y la facilidad que tiene para reflejar una época y a su sociedad. Además, sabe ceder el protagonismo justo a Strike o a Robin y sumergir al lector en ambientes opresivos y muy macabros, dejando claro que el género no es patrimonio exclusivo de hombres.

-El libro de Gloria Fuertes, Gloria Fuertes. Ha servido 2017 para reivindicar la figura de una poeta
como Gloria Fuertes, tradicionalmente arrinconada en su rol de comunicadora infantil. Quienes rondamos los treinta aún recordamos la omnipresencia de esa señora siempre afable y divertida, rodeada de niños. Por eso esta magnífica edición de Blackie Books se adentra en la mujer que había tras la amiga de los niños, una mujer valiente, feminista, lesbiana, poeta dispuesta a divulgar la literatura y ensalzar la figura de buenas autoras relegadas a un segundo plano en un mundo (el literario, el académico) regido por hombres. Y lo logró: logró escribir como quiso, y hacerse un nombre, y llegar a las masas. El libro nos abre a su poesía menos conocida por el gran público y a la intimidad de la mujer tras el mito. Me alegro de proyectos como éste: valiente, sentido y hermoso.

-Mockingbird, Chelsea Cain. Ahora que estoy puesto en el mundillo del cómic, en especial de Marvel, leí hace unos meses un artículo sobre el acoso al que se había visto una autora por la visión feminista con la que había impregnado la serie sobre el personaje Mockingbird. Evidentemente, esos cerdos machistas lograron todo lo contrario y me interesé por la serie y por su autora. Y entendí que Cain, columnista y novelista con un enorme bagaje a sus espaldas, hubiera abrazado el feministo como locomotora de su serie marveliana. Leídos los ocho números que componen esta serie, resultaba obvio que no podía ser de otro modo. Una superheroína poderosa, un misterio y un puzzle compuesto con inventiva y sentido del humor. Funcionaba de perlas con sus referencias pop y un estilo de escritura muy Whedon. Por lo pronto, no se sabe si Cain se atreverá con más personajes de la Casa de las Ideas, pero al menos está bien saber que una de las majors apueste por dar voz a las autoras, en especial cuando escriben sobre otras mujeres.

-Las niñas prodigio, Sabina Urraca. A Sabina Urraca, igual que tantos, la sigo con devoción en Facebook -supe de ella por primera vez a raíz de un artículo sobre su visita a  mi pueblo por eso de ver las Caras- porque tiene una voz propia singularísima y está desarrollando una obra constante y consistente desde lo cotidiano. Además, Sabina no duda en mojarse cuando debe mojarse, de modo que esta autora valiente se las prometía felices de cara a su ópera prima. En Las niñas prodigio encontramos la singularidad marca de la casa, desconcierto, humor, autobiografía, ficción maravillosa. Sabina  construye una novela interesante narrativa, conceptual y temáticamente que no deja de ser una primera novela, pero qué santa primera novela. Mientras sigue seduciéndonos con los descubrimientos concernientes a Murcia, esperaré expectante la ya anunciada segunda novela. Con Sabina Urraca la literatura española gana un soplo de aire fresco, un aire de renovación por el que debemos alegrarnos.

-Color verde ladrón, Patricia García-Rojo. Esta incursión en la literatura infantil de Patricia García-Rojo supone nada más y nada menos que la carta de presentación de su Pandilla de la Lupa, un grupo de niños y niñas que, en la tradición de Los cinco, se dedican a resolver misterios de calado más doméstico. Lo que hace especial este proyecto, y como ya sucedía con su Premio Gran Angular El mar, es la capacidad de su autora para dotar a los narradores de voz propia. Color verde ladrón alterna la narración entre sus los distintos miembros del club, de modo que cada uno aporte su perspectiva, forma de expresarse y preocupaciones en forma de diario. Acierta de nuevo en la difícil aproximación a la literatura infantil. Así, Patricia regresa a lo doméstico para experimentar con el género detectivesco, y no le sale mal la jugada: esta colección de Barco de Vapor ya va por su tercer misterio publicado (y el cuarto de camino). Larga vida a la Lupa.

-Faith, Jody Houser. En el terreno del cómic, tras leer la estupenda Mockingbird me atreví con otras de las series que encontraba protagonizadas por mujeres, como Squirrell Girl, Moon Girl, ambas divertidísimas, o la Faith que nos ocupa. Faith se trata del spin off de un grupo de superhéroes cuya protagonista logró una serie propia. Faith es, en pocas palabras, una superheroína de talla grande. Evidentemente, el carácter inclusivo de su creación podría responder a un ánimo de corrección política, de ahí que me interesara saber por dónde había llevado su autora al personaje. Igual que Chelsea Cain, Houser tiene ya una larga carrera a sus espaldas como escritora de cómics, en especial de corte feminista, aunque el resultado es más irregular que Mockingbird. La protagonista funciona y no pasa a convertirse en una mera cuota, tiene dosis de humor que tan bien empasta en el género de superhéroes, pero hay algo en la historia que chirría: confusa, anticlimática, sin momentos memorables. Sin embargo, Faith tiene tanto potencial para tirar del carro que mi próxima adquisición será Faith and the Future Force, su serie más reciente.

Éstas son mis lecturas escritas por mujeres de este año (al menos, que recuerde). Aparte, claro está, muchos otros cómics que han podido escribir ellas, pero sin el sello autoral que considero tan importante en este caso. En cuanto a poesía, he abierto mi abanico a más poetas portuguesas (Maria Teresa Horta, Maria Velho da Costa, Fiama Hasse Pais Brandão...) y jiennenses (Mónica Doña, Rakel Rodríguez, Rocío Biedma...) para el proyecto Como los olivos.

11 de octubre de 2016

Últimas lecturas

Sigo con mi verano de lecturas, y esto es lo que han traído agosto y septiembre, más allá de dos o tres libros que comencé y en los que aún me encuentro inmerso:

Rabia, Stephen King (Richard Bachman)
La conocida como novela prohibida por su propio autor, Rabia cuenta el secuestro de una clase por parte de un alumno armado con un revólver. Se trata de una de las novelas que publicó bajo el pseudónimo de Richard Bachman, cuya circulación vetó el propio King años más tarde debido a que diversos autores de matanzas en institutos estadounidenses habían citado Rabia como inspiración de sus ataques. Se trata, al igual que el resto de obras publicadas bajo pseudónimo, de una novela mucho más directa y narrativamente sencilla que el grueso de su bibliografía. Al igual que en La larga marcha, el autor logra una tensión constante que lleva a un clímax íntimo, para nada las desproporcionadas destrucciones a las que nos tiene acostumbrados el escritor de Maine. No se trata de una gran novela, ni siquiera tan arriesgada o transgresora como la inmediatamente anterior Cementerio de animales, de modo que no creo ni que su propio autor la eche en falta en el mercado, no sólo por motivos éticos, sino literarios.

Nada (Carmen Laforet)
He de reconocer que me ha costado leer este libro, que es uno de los must read que he empezado varias veces sin éxito (esto no es significativo de la calidad literaria de la obra: también me ocurrió con Cien años de soledad), y he descubierto uno de esos universos femeninos en los que me muevo a menudo en mis últimas lecturas, así como a una autora extremadamente joven y de una sensibilidad que raya en la herida. Nada refleja la aspiración juvenil y feminista a la libertad, pero también la miseria de un país roto, el hambre, el hambre. La voz contundente de Carmen Laforet siempre tembló a la sombra de este primer libro, donde la claustrofobia cobra forma de casa y de ciudad, y acompañó a Laforet como un monstruo llamado Gloria Literaria que acabó transformándose en su silencio. Andrea, la joven entusiasta del comienzo del libro, acaba arrastrada por la desdicha que se ha cebado con su familia y país. Aunque insisto, me costó entrar, y a ratos se me hizo bola, pero es valiente y madura, e historia indiscutible de nuestra literatura.

Un hijo (Alejandro Palomas)
No es un secrero el entusiasmo con el que descubrí Una madre del mismo autor hace un par de meses, y cómo me precipité a conseguir este hijo que nos ocupa. Ya la primera página me pareció un puñetazo en la mesa, y me sedujo con ese perspectivismo que utiliza en la narración. La historia del niño que quiere ser Mary Poppins está llena de corazón, como sucedía con la anterior novela, y aunque si tuviera que escoger me quedaría con Amalia, el hijo de este relato, y la madre, y las maestras del colegio, y el entorno casi doméstico que vertebra la obra, vuelven a dar en el clavo de la emoción humana. El misterio que se va desenvolviendo con calma, casi como un secreto, sirve de aliciente adicional para quienes pidan más que personajes inolvidables. Una historia tierna narrada con inteligencia por un autor que ha pasado a transformarse en una de las voces literarias más interesantes de nuestro país.

The killing joke (Alan Moore)
O el cómic definitivo sobre el Joker, sin lugar a dudas el villano más paradigmático del héroe de Gotham. Alan Moore nos propone en este viaje adentrarnos en la locura de un hombre normal, un desgraciado, un mediocre y cómo acaba transformado en el siniestro monstruo que provocará pesadillas al mismísimo Batman. Para ello, el autor se sirve de un (polémico) ataque a Batgirl, Barbara Gordon, en el que la heroína sufre un disparo y queda postrada en una cama. La misma mujer que pateaba el culo a villanos sin despeinarse se ve aquí convertida en mero instrumento para que el hombre murciélago busque venganza. Más allá de lecturas sexistas, este número supone el intento definitivo por narrar la génesis del Jóker, y lo hace desde el contraste con el héroe. Cuanto más prístino es el desdichado, más turbio se torna un Bruce Wayne al límite. La locura del monstruo parece invadir al héroe en una atmósfera malsana. Lo único achacable es que su carácter caricaturesco lo hace palidecer al lado de otras aproximaciones más solemnes al mito de Batman.

Dark Night: A True Batman Story (Eduardo Risso y Paul Dini)
En mi periplo por leer los clásicos del caballero oscuro di con ésta, una de sus últimas novelas gráficas, de la cual me llamó la atención el carácter autobiográfico y meta del mismo. A True Batman Story no trata de Batman, sino que narra la historia real del guionista, Paul Dini, y cómo la ficción le ha ayudado a superar sus traumas y adicciones. En su juventud recibió una paliza por parte de tres encapuchados, y esto le provocó una depresión y un miedo que le impedían salir de casa. Su subconsciente toma aquí forma de personajes de ficción, en su mayoría del universo de Gotham City. Salvando las distancias, me ha recordado a Instrumental de James Rhodes, y a cómo el arte, la creación pueden interceder por nosotros y ayudarnos a salir de la noche más oscura. Tiene cierto interés, pero tampoco creo que está a la altura de las mejores aventuras de Batman como para hacerle un hueco en el Olimpo de la novela gráfica.

El lejano país de los estanques (Lorenzo Silva)
Desde que la leí, La flaqueza del bolchevique se convirtió en una de mis novelas preferidas. Se trataba de una historia fresca, divertida, macarra y tierna, dramática, efectiva. Tiene Lorenzo Silva varias novelas juveniles que marcaron mi última adolescencia, y cómo no, la serie de Chamorro y Bevilacqua, la pareja de Guardias Civiles que nos ocupa. Recuerdo vagamente haber leído alguno de los números de la colección, y ahora me he propuesto leerlos todos en orden, aprovechando que mi hermano, fan irredento, los tiene todos. El lejano país de los estanques sirve para presentar a la pareja protagonista con un misterio resultón, aunque creo que no me convenció tanto como el primero que leí, tal vez porque lo que aquí se narra es una España que me resulta ajena, y con la Benemérita de por medio espero quizás un retrato más fiel de la sociedad española. En cualquier caso, se trata de una novela divertida, en especial gracias a la dinámica que se establece entre los protagonistas, y ahora sí, pienso leer toda la serie en el orden en que fueron publicados. Larga vida a Vila y Chamorro.

22 de julio de 2016

Lo que he leído en el último mes

Visto el despropósito en que se ha convertido el blog, y en vista de que me será imposible dedicarle un artículo a cada una de estas lecturas, he decidido hacer un breve repaso de todos los libros que he leído en el último mes.
Recuerdo cuando, de adolescente, devoraba lecturas a un ritmo vertiginoso. Internet estaba aún en pañales y costaba conectarse (alternaba la biblioteca de mi pueblo con aquel primer módem ruidoso cada vez que accedía a Internet en casa en la era pre-Google), por lo que las distracciones eran mínimas. Tampoco escribía aún con la disciplina que gané con los años, de modo que mis esfuerzos los invertía en leer cuanto más, mejor (aunque leía más, leía peor, también sea dicho). También alcancé picos de lectura en mi tercer año de carrera, sobre todo con mi regreso de Erasmus y el descubrimiento de Bolaño y McCarthy, a partir de quienes nada volvería a ser lo mismo. La cuestión es que, desde que la vida se hizo seria, esto es, desde las responsabilidades y el trabajo y la declaración de la renta y los trayectos en metro-tren-autobús, desde Internet a todas horas, en todas partes, leer se ha convertido en una especie de carrera de obstáculos, y ya no hay rastro de aquella lectura enfermiza de horas seguidas, sino la de ratos desocupados y extraños momentos de asueto.
Al grano:

Pet Sematary, Stephen King
Quien me conoce sabe que King fue mi autor de adolescencia, a quien devoré seducido por el terror un poco a ciegas, como todo en aquella época. Leí prácticamente todos sus clásicos, pero nunca di con este Cementerio de animales del que muchos decían que era una se sus novelas más duras, y ya es decir; ahora, en plena relectura de sus primeras novelas en inglés, me ha dado por aproximarme por primera vez al cementerio indio. Me ha parecido efectivamente muy dura, arriesgada en su planteamiento e irregular en su ejecución, pero se trata sin lugar a dudas de uno de los libros que peor me lo han hecho pasar. Además, supone una lectura madura que plantea un dilema moral interesante, y vuelve a demostrar cómo King es capaz de generar empatía con sus protagonistas de forma natural, sin esfuerzo.

El joven Moriarty y el misterio del Dodo, Shofia Rhei
Entre el excelente catálogo que se está marcando Nevsky, uno de los libros que más deseaba leer desde mi periplo lisboeta es el que nos ocupa. Se trata de una novelita breve, hasta cierto punto infantil, cuyo principal atractivo, original donde los haya, es conocer la infancia del archienemigo de Sherlock Holmes, el mismísimo James Moriarty. Para ello, la autora lo pone a investigar diversos misterios y nos presenta a su familia y entorno para que lleguemos a saber cómo este niño espabilado y de buena cuna se convirtió en este cerebro criminal. Si esto lo aderezamos con ambientación victoriana (entre los cameos se encuentran Charles Darwin o Lewis Carroll), un misterio doméstico y un tono desenfadado, tenemos el primer tomo de una colección divertida con unas preciosas ilustraciones de Alfonso Rodríguez Barrera. Mi próxima parada será El joven Moriarty y los misterios de Oxford, y me consuela saber que hay dos volúmenes más de momento sobre el joven villano.

La araña del olvido, Enrique Bonet
No suelo leer demasiado cómic/novela gráfica, y cuando lo hago es motivado por el tema que trata o por referencias sobre la obra. En este caso contaba con ambas. La araña del olvido narra una historia real, que no es ni más ni menos que la del primer investigador que afrontó, en pleno franquismo, la ardua tarea de averiguar quién, cómo y por qué asesinó a Federico García Lorca. La del poeta granaíno es una figura que me toca de cerca, y justo en el momento trabajo en una nueva novela cuyo eje principal es Federico; así, cuando supe de este libro lo apunté en mi lista de futuras adquisiciones, y una mañana en la FLM dio la casualidad de que el autor, Enrique Bonet, estaba firmando y me lo traje dedicado. Me fascina la idea de trasladar a una novela gráfica el trabajo de investigación que llevó Agustín Penón, comprobar lo turbio de todo el asunto y cómo cada nueva pista parece acabar en un callejón sin salida. A pesar de que Penón fue valiente e inquisitivo, jamás logró concluir su investigación, y Enrique Bonet es fiel a la historia del propio Penón. Quien busque en este libro respuestas al asesinato de Lorca, tal vez acabe decepcionado. Quien quiera descubrir la pequeña batalla que libró Agustín Penón en el día a día para saber más, sin duda acabará satisfecho. Una lectura interesante que me ha llevado a interesarme por investigaciones posteriores sobre la muerte de Lorca, pero también sobre la vida de Penón.

La luz prodigiosa, Fernando Marías
Tengo la suerte de conocer a Fernando Marías, como tengo la suerte de haber leido La luz prodigiosa hace años a raíz de la película homónima (cuyo guión firma el propio Marías). Ahora, en el 25 aniversario de la publicación, Turpial reedita la primera novela del autor bilbaíno, y no he podido evitar hacerme con ella. Para quien no lo sepa, este libro también gira en torno a la figura de Lorca, y crea una fantasía maravillosa donde consigue darle una vuelta de tuerca al misterio sobre el asesinato del escritor. Además, releída después de la maravillosa La isla del padre (Premio Biblioteca Breve 2015), es posible comprobar cómo la capacidad de Fernando Marías para crear misterio e interés de la historia más modesta ya existía al comienzo de su carrera, así como otras constantes en su obra (el testimonio, la memoria, el cine). Recomiendo esta novela, por supuesto, y la curiosa experiencia de ver la película con sus puntos de divergencia. Hay que celebrar esta luz prodigiosa.

Una madre, Alejandro Palomas
Éste es sin duda el libro que más me ha gustado en mucho tiempo. Me gusta el narrador, me gusta la estructura, me gusta Amalia, la protagonista, esa madre omnipresente, deslenguada, infantil, liberada, leona, y me gusta cada personaje que compone este fresco familiar. Y es que Una madre es eso: una reunión familiar en Nochevieja que nos permite conocer a toda la familia y la historia que cada uno de sus miembros guarda. Hay humor, y amor, y drama perfectamente integrados, y todo huele a verdad. Este (llamémoslo así) costumbrismo es difícil de reflejar sin que resulte impostado, y por eso Alejandro Palomas hace posible que el lector empatice con Amalia y sus hijos. A Una madre le seguirán Un hijo y Un perro en cuanto tenga ocasión, con la esperanza de volver a encontrar estas parcelas de verdad en el territorio de la Literatura.

El año del verano que nunca llegó, William Ospina
La historia de cómo se gestaron la criatura de Frankenstein o el Vampiro en la misma noche siempre me ha fascinado. Citaba el acontecimiento Stephen King en su excelente ensayo Danza Macabra (Valdemar). Que esto aconteciera en un verano sin sol, con la reunión de Byron, Polidory, Percy y Mary Shelley, incluso Matthew Lewis, sólo arroja más misterio al asunto. Al fin alguien se ha atrevido a escribir el libro definitivo sobre esta noche que se extiende como una metástasis por los siglos precedentes y venideros, y es que William Ospina construye una especie de cadena de acontecimientos y vidas que, auspiciados por el destino o la casualidad, convergen en dicha velada. Evidentemente, no todas las historias que narra resultan igual de interesantes o relevantes, pero Ospina traza un amplio escenario para que contemplemos todos los factores y personajes que, de un modo u otro, intervinieron en la aparición de los mitos del terror moderno. La única pega que le pondría es precisamente que a veces da la sensación de que el autor está recreándose en conceptos que no llevan a ninguna parte, o que no sabe envolver la historia con el gancho y misterio que dominan otros narradores como el ya citado Fernando Marías o, en el terreno de la crónica, el excelente Mauricio Wiesenthal. Como contrapunto, se nota que Ospina ha investigado, ha hecho un arduo trabajo para abarcarlo todo, y su ambicioso proyecto seduce al lector y le devuelve más preguntas, una bibliografía, un testimonio de un verano sin sol que habría de cambiar el mundo.

26 de marzo de 2016

La estrategia del camaleón

Retomo el blog en estado de extrañeza con un tema en mente del que llevo un tiempo queriendo hablar, pero por el que jamás me decido: la impronta literaria. Me consta que hay muchos escritores a los que les sucede que, mientras trabajan en un proyecto, las lecturas a las que se exponen acaban por afectar a su estilo.
Leo Noches sin dormir, de Elvira Lindo, y me digo que siempre me ha gustado ella más que Muñoz Molina, su señor esposo. De él traje también, en la misma maleta que el de Elvira, Como la sombra que se va, en parte porque me interesa todo lo que tenga que ver con la conspiración, en parte porque transcurre en Lisboa. Me gustaría que, abandonada Nueva York, se vinieran ambos escritores a Lisboa, y encontrármelos en el club de lectura del Cervantes, o en cafés paradigmáticos, o en la sección de literatura de la FNAC. Se ven sencillos.
También estoy a punto de terminar Los amigos, una novelita japonesa de Kamuzi Yamuto que aúna dos de mis obsesiones: la infancia y la muerte; no llega al nivel de Mi planta de naranja lima en cuanto al adiós a la inocencia, pero tiene la extraña poesía que desprende todo lo japonés; además, la traducción es llamativa, lo cual, ahora que lo pienso, no sé si es bueno o malo. Menos me duró Instrumental, las duras memorias de James Rhodes que, si bien no están a la altura de Cosas que los nietos deberían saber (por eso de que comparten editorial y una cierta temática de malditismo musical), me ha atrapado por completo y despertado en mí cierto interés por la música clásica de la cual, reitero mi ignorancia, no tengo ni pajolera idea.
Hoy, comienzos de primavera, Día Mundial de la Poesía, ha caído en Lisboa un granizazo como no recuerdo. Apuro la última revisión de los Dinosaurios con la certeza de que será la última y la esperanza de encontrarle hogar, aunque aún queda camino por recorrer. A cada vuelta de la esquina surge una nueva complicación estructural, narrativa o de construcción de personajes.
Pero volvamos a aquello de lo que venía a hablar hoy: la impronta literaria o estilística. Uno no es consciente mientras le ocurre, pero poco a poco se va empapando de lo que lee y lo plasma en lo que escribe. Me ha costado percibirlo, pero relecturas relacionadas con la revisión y corrección de mis últimas publicaciones me han hecho verme reflejado en autores a los que admiro y he leído con auténtica devoción. Esto es muy claro en el caso de Donde mueren los monstruos, libro en el que queda patente que mientras tanto leía a Ricardo Menéndez Salmón en bucle o novelas de estilo tan cuidado como El ladrón de morfina, de la que ya escribí en el blog. Por ello, ahora que preparo una novela de vampiros en un ambiente rural me he hecho un listado de libros que debía leer para meterme de lleno en la temática y mitología del vampiro, pero también para entrar hasta el fondo en un ejercicio de estilo especialmente trabajado, de ahí que mis últimas lecturas hayan sido Dracula y Salem's Lot (ambas leídas en inglés, con lo cual poca impronta salvo a nivel estructural), pero tenga unas cuantas más historias de chupasangres esperando, y me haya propuesto releer toda la obra publicada por Menéndez Salmón (y van...), así como relatos de otros autores contemporáneos a quienes admiro, caso de Juan Gómez Bárcena o Matías Candeira, ambos en Salto de página. También, está claro, porque ambos se atreven con el género, y no les da miedo meterse en terrenos más transitados por la literatura latinoamericana que por la española: fantasía, distopía, ¿terror?
Ah, y ya que me termino Noches sin dormir y me quedo huérfano (qué bonita sensación de saudade incalculable nos deja un buen libro al pasar la última página), me he decidido a retomar un diario semanal en esta santa casa. Curiosamente, el año pasado ya escribí un diario entre agosto y diciembre con una sola regla: escribir una cara al día, sin saltarme ninguno. Aprovechaba trayectos en tren, pausas en el trabajo o momentos de asueto para vomitar mis frustraciones, y es que probablemente se trate del diario más triste y neurótico de los diarios, porque lo escribí con una vocación puramente terapéutica. Me sirvió para analizarme, descubrirme y observar con mayor atención mi entorno. Cuando se acabó, lo regalé. Por eso espero ser capaz de darle cierto compromiso al blog y convertirlo en mi nuevo almacén de filias y fobias, como siempre fue y nunca debió dejar de haber sido.
Mi próxima lectura

30 de enero de 2016

Poetas brasileños I: Luca Argel

Fuente: Rocirda Demencock

THE ACT OF KILLING - Joshua Oppenheimer (2012)

1.

la primera víctima de la silla eléctrica
fue un perro sin raza llamado "Dash".
su muerte ocurrió en nueva york
el día 30 de junio de 1888.*
primero, descargaron 300 voltios por el cuerpo de Dash,
lo que le hizo aullar.
después probaron con 400 voltios, que tampoco
consiguieron matarlo.
al fin se subió la corriente a 700 voltios,
que lo dejaron con la lengua fuera,
pero seguía respirando.
fue al cuarto intento que lo mataron,
comprobando, así, la eficacia del invento.**

* 17 días después del nacimiento de Fernando Pessoa.
** Durante los dos años siguientes, la comisión estadounidense trataría de poner en marcha hasta treinta y cuatro posibilidades diferentes que substituyeran a la horca, de las cuales sólo conocemos las cuatro finalistas: el garrote vil; la guillotina; inyecciones hipodérmicas (opción rechazada más tarde, pues "la morfina podía llevar a eliminar el miedo a la muerte en los reos"); y, por supuesto, la silla eléctrica, que ya había sido perfeccionada con la ayuda de otros perros antes de Dash (además de caballos).

2.

la primera víctima humana de la silla eléctrica
fue un hombre llamado William Francis Kemmler
su muerte ocurrió en nueva york
el día 6 de agosto de 1890.
Al contrario que Dash,
Kemmler era un criminal confeso.
se suponía que el invento debía causarle una muerte tan rápida
que le pasaría casi inadvertida.
los verdugos que prepararon la ejecución de Kemmler
eran ingenieros y electricistas:
no eran figuras enmascaradas ni policías.
una vez sentado y amarrado,
se dio orden de liberar los 1000 voltios acordados.
según los testigos,
el cuerpo de Kemmler se puso rígido enseguida,
se le salieron los ojos y su piel se puso blanca.
tras diecisiete segundos,
un médico certificó la muerte del reo.
se cuenta que en ese momento el Dr. Alfred Southwick,
un dentista que estaba presente,
se levantó y declaró: "he aquí
la culminación de diez años de estudios y trabajo.
a partir de este día vivimos en una civilización más elevada."

* Sin embargo, Kemmler no había muerto aún, y varios testigos lo hicieron saber. Entonces se subió la corriente de inmediato a 2000 voltios, y no tardó en comenzar a manarle saliva de la boca, se le rompieron las venas y las manos se le llenaron de sangre. Por último, el cuerpo ardió en llamas por completo.


Poema extraído de Telhados de vidro nº 20 (Ed. Averno, 2015)
Traducción propia.

16 de agosto de 2015

Ve y pon un centinela (Go Set a Watchman): una reseña

Remember this also: it's always easy to look back and see what we were, yesterday, ten years ago. It is hard to see what we are. If you can master that trick, you'll get along.

Go Set a Watchman, Harper Lee
Partamos de una realidad: Matar un ruiseñor, hasta ahora la única obra publicada por Harper Lee, se trata probablemente de mi novela preferida, desde luego una de las pocas obras de arte que me han hecho llorar.

UN PROLEGÓMENO
       Una joven Harper Lee culmina en Nueva York su primera novela, Go Set a Watchman, y la presenta a un editor. Se trata de la historia de Jean Louise 'Scout' Finch, una joven de Maycomb, Alabama, que regresa a su pueblo de Nueva York, donde lleva viviendo varios años. La vuelta a casa supone para Scout la oportunidad idónea para visitar a su padre y hacer un recorrido por sus recuerdos de infancia. Esta lembranza es la que llama la atención del editor, que aconseja a Harper Lee centrarse en la narración de una Scout niña, por lo que le pide a la autora que desarrolle estos flashbacks hasta darles la entidad propia para convertirlos en una novela. Así nace Atticus, primera versión de lo que llegaría a publicarse como Matar un ruiseñor
        El éxito incontestable de Matar un ruiseñor responde, por un lado, al inestimable valor literario de la novela, pero también a la época en que se escribió y lo que representó en una época en que los derechos civiles eran la agenda social (símbolos como Rosa Parks, Luther King o Nina Simone) diaria. La novela sirvió así un objetivo no sólo literario, sino social, abriendo camino a la normalización y al repudio de la segregación. Lo que pudo haber sido el éxito editorial de un año se convirtió en un clásico instantáneo que ha perdurado a lo largo de las décadas hasta ocupar uno de los lugares más privilegiados en el colectivo estadounidense y en la literatura universal.
        El medio siglo de silencio de su autora y su naturaleza misántropa la convirtieron en un objeto de extremo interés literario. Por eso no es de extrañar que, cuando hace unos meses se anunció la publicación del nuevo libro de Harper Lee, no tardara en nacer la polémica.


LA OTRA: UNA NOVELA PERDIDA
        Cuando Scout regresa a Maycomb a los 26 años, ha cambiado. Lo sabe ella, lo sabemos nosotros como lectores, pero aún tiene que descubrir hasta qué punto.
        La novela, narrada en tercera persona (en lugar del testimonio de primera mano de la niña de Matar un ruiseñor), supone un ejercicio de memoria y autodescubrimiento. Ve y pon una atalaya es, a todas luces, una epifanía, un camino de crecimiento, un viaje a la inversa de la Bildungsroman. Jean Louise rememora una visión del mundo limpia que no se corresponde con lo que encuentra en su Maycomb natal. Entre ambas median pérdidas, cambios a nivel personal y expectativas imposibles de cumplir.
        Ve y pon un centinela es una buena novela: arranca con la llegada de Jean Louise Finch a Maycomb, desarrolla detenidamente el contraste entre su vida neoyorquina y lo que la espera en la casa paterna, y no tarda en hacer estallar el conflicto. El conflicto es peliagudo: Jean Louise descubre que su padre apoya grupos racistas como el KKK y defiende el segregacionismo. A la hija pródiga le toca decidir entre la lealtad debida a su padre y los valores en los que cree, entre seguir siendo Jean Louise o dejarse absorber por la árida atmósfera de Maycomb y sus vecinos. Como podrá comprobar, no sólo está en juego la relación con su padre, ya que los cambios son más de los que podía imaginar antes de llegar en tren.
        Y es que si en la anterior el héroe era Atticus, aquí se alza Scout como protagonista indiscutible, y en la narración se incorporan de manera orgánica sus pensamientos y emociones, rompiendo una vez más la narración junto a los numerosos recuerdos o flashbacks que pueblan la obra. En el primer capítulo ya existe un giro, una especie de alerta que nos indica por dónde irán los tiros. La mirada limpia e inocente de la Scout de 9 años que narraba Matar un ruiseñor se ensucia y fragmenta poco a poco a medida que descubre que su mundo infantil, idílico e idealizado no es así, de modo que Jean Louise se plantea si todos sus recuerdos, si la apacible y nostálgica Maycomb, si el padre ideal y perfecto no serán todos producto de su imaginación. Si se estará volviendo loca, incapaz de navegar a donde la lleva la corriente, incapaz de aceptar al hombre que quiere su mano y la vida tranquila de barrio residencial estadounidense por la que lucharon antes todos los hombres hasta llegar a ella. Se pregunta si no estará arrojando piedras contra su propio tejado a cambio de unos valores que podrían ser erróneos. ¿Por qué siempre supo distinguir el bien y el mal, pero este viaje de regreso a Maycomb pretende hacerle cambiar de opinión? ¿Por qué ella, una mujer soltera, independiente y arrojada no logra conectar? ¿Por qué decepciona a todo el mundo? O peor aún, ¿por qué el mundo la decepciona? Sin embargo, y es el principal motivo por el cual merece la pena esta continuación, Scout sigue representando a un modelo de mujer independiente, segura de sí misma, firme en sus valores e inconformista con un sistema heteropatriarcal en el que no halla su lugar. Así, la pequeña Scout que se liaba a puñetazos con los niños de su clase en Matar un ruiseñor es ahora la joven Jean Louise que se niega a casarse y a una vida acomodada que la anule como mujer. Ve y pon un centinela es una novela feminista, y lo logra de una manera sensata y honesta, respetando a su protagonista.
        Por otro lado, la novela funciona como secuela o epílogo para conocer el destino de los protagonistas de la anterior, y esto es lo que ha provocado la ira de lectores, libreros y expertos. Como digo, la vida idílica de los veranos en Maycomb se transforma en un territorio hostil donde el conflicto racial ha llegado al punto álgido y familias tradicionalmente amigas se encuentran enfrentadas, donde el racismo se ha antepuesto al individualismo y la segregación es la respuesta defendida por muchos. Atticus entre ellos. Sí, Atticus Finch defiende la segregación y argumenta a su hija por qué los negros son inferiores a los blancos y, por ende, no están preparados para vivir en sociedad. Esto es lo que más polémica ha generado entre los lectores de la novela: la desvirtuación del mito, pero el propio Atticus, ya anciano y artrítico, de Ve y pon un centinela lo explica mejor que nosotros y se dirige a Jean Louise, pero también al lector de Matar un ruiseñor: "I've killed you, Scout. I've had to".
        En definitiva, y por mucha obra maestra que sea, Matar un ruiseñor es sólo una novela. Como tal, debe juzgarse desde el punto de vista y contexto en el que se publicó: no se trataba de la primera opción del editor al que acudió Harper Lee, tal vez porque era consciente de que Ve y pin un centinela es mucho más honesta, y dolorosa, y amarga. Más real. Y es que en 1950, cuando la joven escribió su novela, era más fácil y más fehaciente que los blancos fueran racistas y miraran a los negros con quienes habían convivido con condescendencia o puro desprecio. Matar un ruiseñor era una novela utópica que creo un símbolo cuando éste era necesario: Atticus Finch era preciso entonces, cuando la guerra por los derechos civiles de los negros seguía candente. Haber publicado entonces Ve y pon un centinela habría supuesto arrojar más leña a un fuego que se atibaba inextinguible. Que sea ahora, en 2015, cuando se publica, más allá de las sospechas relacionadas con el legado de la autora o sus capacidades mentales, es señal de que ha llegado el momento de alejarnos del bosque y analizar la situación como lo que fue, no como desearíamos que hubiera sido. Matar un ruiseñor es, por tanto, la buena novela que todo el mundo deseaba leer, mientras que Ve y pon un centinela se trata de la buena novela que nadie quería leer, porque provoca incomodidad y obliga al lector a fijar su mirada en algo tan desagradable como es la injusticia social.
         Esgrimir el racismo como argumento para denostar la obra de Lee es insuficiente: la propia Jean Louise sirve de juez ante una realidad que sabe injusta, y no por nada es el motor de la novela su oposición frente a la sociedad retrógrada de Maycomb. ¿Qué sucede, pues? Que en Matar un ruiseñor era Atticus quien tomaba las riendas de la lucha contra el racismo; Scout nos servía de ojos a través de los cuales filtrar la gesta de su padre. Aquí es Jean Louise quien se opone a un pueblo entero, al KKK, a una sociedad en transición, pero no tiene la autoridad de un Atticus Finch para cambiar las cosas o equilibrar la balanza, y aquí es donde nace el valor de Ve y pon un centinela: el fracaso de Jean Louise no supone una afirmación de nada ni una respuesta definitiva sobre la cuestión del racismo, pero sígue siendo la misma declaración de intenciones prevaleciente en la novela anterior: ella, al igual que otrora Atticus, se opone al racismo. De hecho, haré de nuevo hincapié en el feminismo que desborda la novela. Ve y pon un centinela da a entender que el lugar de la mujer, lejos de la supuesta figura de desperate housewife en la que habría de convertirse, consiste en motor del cambio para que la sociedad avance, y todo el genio que destila la autora en el capítulo 13 (el equivalente a la defensa que hace Atticus en el juicio de Matar un ruiseñor) debería bastarnos para dar como buena la novela que acaba de publicarse y valorarla por sí misma al margen de su novela hermana.
        El término "Punto Jonbar" hace referencia al momento exacto en que se separa una línea cronológica, dando lugar a dos realidades alternativas. En algún punto de la Historia, Atticus Finch vio que todos los hombres debían ser iguales ante la ley sin importar su color de piel; en ese mismo punto, Atticus simplemente podría haberse dejado llevar por lo que le hacía creer la sociedad (los negros son demasiado salvajes para vivir en sociedad, recuerda que esto es por el bien común). Así, cada historia sería distinta. El problema es leer primero una, luego otra, y tratar de sacar las mismas conclusiones.
        Ve y pon una atalaya pone sobre la mesa temas como la memoria, la identidad, el racismo y el feminismo, Harper Lee vuelve a desplegar una narración extraordinaria, clásica y rica en diversas lecturas, y no sólo eso, la extraña naturaleza del libro que nos ocupa sirve para comprender mejor una obra maestra indiscutible que ahora cobra nuevas dimensiones y nos hace replantearnos, como en esta reseña, si fuimos justos en su día con Matar un ruiseñor, y si el Tiempo lo será con Ve y pon un centinela. Algo sacamos en claro de aquí: más o menos, con este libro ganamos todos.

4 de marzo de 2015

Dos maricones entre un hatajo de zombies


Hace algo menos de un año comencé a leer, no recuerdo bien a cuento de qué, todos los números de The Walking Dead publicados hasta la fecha, No sé, algo así como 120 o 130 del tirón, en 3  días de lectura frenética. Me fascinó de la serie los dilemas morales a los que sometía a sus protagonistas y, de paso, al lector.
En cuanto a la serie de televisión, reconozco que empecé a verla en su primera temporada al enterarme de que era Frank Darabont quien había desarrollado la adaptación. Sin embargo, pronto esa temporada comenzó a diluirse y la abandoné al final de su primer ciclo.
Más tarde, como digo, llegarían los cómics, con todas sus muertes (otro de los aspectos más interesantes de la  obra de Kirkman es el empleo de la muerte como motor narrativo, aunque a veces el uso deviene en abuso; el empleo de la muerte como motor narrativo y de conflicto sigue estando en poder de Joss Whedon), con los distintos emplazamientos, giros locos en torno a los caminantes y su origen, el Gobernador, Negan, más, más, más... El universo de The Walking Dead se atisba inagotable.
Por eso resulta interesante que su adaptación televisiva no haya aceptado el cómodo tránsito de medio y haya servido para expandir su universo, introducir nuevos personajes y diferencias en las tramas preexistentes; en otras palabras, la serie de televisión sirve como experimento narrativo y permite una reformulación de conflictos ya explorados en el formato original.
No obstante, la serie de televisión ha seguido fiel a temas y tramas efectivas en la novela gráfica: la transformación del héroe en antihéroe, la lucha por la supervivencia a toda costa, ya sean el precio pasar por el canibalismo, terrorismo, violaciones, asesinatos indiscriminados, venganzas personales... El motto de la serie parece ser aquel principio de Hobbes.
Con todo, la penúltima emisión de The Walking Dead en AMC se vio envuelta en una polémica (¡?) caduca. Nos presentaron a un nuevo personaje, Aaron, de esos que, de agradables, simpáticos, buenos, provocan recelo en los protagonistas. Si algo nos ha enseñado The Walking Dead es a no bajar la guardia. Y como nuestras peores sospechas parecían confirmar, el recién aparecido se acerca a otro desconocido y lo besa en los labios. Repugnante. Estos maricones.
Desde que se emitió el episodio, esta reflexión ya ha dado la vuelta al mundo en muchas y mejores apreciaciones que la mía. Sin embargo, no quisiera centrar mi atención en el hecho de que una serie donde hemos visto todo tipo de vejaciones y violencia de lo más explícita, a estos energúmenos les ofenda un beso entre dos hombres en una ficción donde han matado a niños a bocajarro, han dejado a personas tullidas, han violado, han devorado, han torturado a otros seres humanos. Pero aquí el problema no es la intolerancia de estos. Tontos los ha habido siempre.
Lo preocupante es, no ya que sea noticia, sino que sea noticia por lo excepcional de la presencia de Aaron y su chico en una ficción de estas características. Dirán los detractores de estos personajes que quien quiera ver maricas, que sintonice Queer as Folk, Banana/Tofu/Cucumber, Looking o Please Like Me, por citar tres ficciones claramente homosexuales. Tampoco es el caso de ficciones de marcado carácter gay-friendly como Glee o Torchwood; ni siquiera hablo de series con un componente inclusivo en cuanto a la comunidad LGTB, véase Buffy, Cazavampiros o Urgencias, donde ciertas tramas involucraban de forma directa a personas que vivían una sexualidad LGTB. El caso de The Walking Dead es mucho más interesante, e importante, y necesario, porque es meramente representativa. Robert Kirkman, como muchos creadores, tiene superadísimo el conflicto de la sexualidad y entiende que a estas alturas carece de interés como motor narrativo de la historia. De ahí que sus personajes homosexuales simplemente sean, o estén, o existan, en medio de la hecatombe zombie, pero no es su homosexualidad la que provoca los males que acechan a los hombres y mujeres protagonistas, su misión es más sutil, estar ahí, sobrevivir, pasar por el Apocalipsis sin mucho ruido, salvar el pellejo. Contarla más allá de las tripas y la piel.