24 de marzo de 2014

Un ciudadano ejemplar




Estoy en Lisboa porque vivo en Lisboa.
Asisto entre aburrido y atónito al desmembramiento del estado de bienestar. Aburrido porque es más de lo mismo; atónito, porque no me reconozco en esa violencia lacerante política y ciudadana.

Marchas por la Dignidad. Gente que lleva días y días de camino a sus espaldas para llegar a Madrid a reivindicar derechos básicos. Una manifestación que se prevé multitudinaria. Redes sociales que echan humo, medios azuzando al personal. Lo de siempre, vamos. Lo del 22M lo esperaba, como digo, con más aburrimiento que expectativas reales. Mi madre contenta, porque en Lisboa no podré asistir a ninguna manifestación ni, por ende, meterme en problemas. En cualquier caso, nunca lo he hecho; lo de meterme en líos, digo.
La subdelegada del Gobierno de Madrid y el Presidente de la Comunidad de Madrid, entre tanto, escupiendo veneno por sus bocas, preparando el terreno, vaticinando...
Mientras tanto, coordinación, lenguaje inclusivo y otras chorradas (lo siento, odio el lenguajx inclusivx) para intentar cambiar el mundo. Lo de siempre, me digo. Yo formé parte del 15M en su mismísimo origen. Me manifesté en Granada y acampé con otra mucha gente, formé parte de alguna comisión, recibía de manera religiosa las noticias derivadas de las asambleas. Un año después, repetí en Madrid. Y he ido a manifestaciones en días de huelga, manifestaciones por la sanidad y educación públicas, gratuitas y de calidad, me he manifestado por mis derechos y, en definitiva, por mi dignidad.
Como digo, jamás me he metido en problemas. Viví alguna tensión, pequeños roces en el 15M, primera manifestación, cuando una procesión hizo cambiar el recorrido a los manifestantes. Más allá de eso, si he asistido a enfrentamientos o problemas de corte parecido, jamás los he vivido como algo propio.
Creo en el civismo y detesto la presencia insultante de antidisturbios en cualquier manifestación de cualquier tipo cuando no ha habido signos de futuros problemas. Entiendo los mecanismos de seguridad, pero no de represión. Tengo amigos policías. A veces, vestidos de uniforme, cuesta recordar que son los mismos a los que les he dado clase de inglés, los mismos que me cambiaban las horas o cancelaban clases porque les habían puesto una guardia súbita, los mismos que escuchan a Vetusta y Zoé, con los que he compartido aula y correrías infantiles. Cuesta recordarlo, pero es preciso.
El caso es que el 22M. Lo que pretendía ser un recordatorio al Gobierno y a la oposición de que es el pueblo el que debe ser oído se convirtió en un despropósito de proporciones épicas. Si bien la marcha y la participación fueron todo un éxito -una vez más ese baile de cifras-, lo que ocurrió a continuación enturbió los logros que dicha respuesta popular podría -y debería- haberse anotado. Los estallidos de violencia de una minoría en esta ocasión se volvieron más virulentos que en previas manifestaciones de este tipo, y de hecho se ensañaron con policía y antidisturbios de manera desproporcionada. Es la impresión de alguien que no estuvo ahí pero que ha leído y visto testimonios y pruebas irrefutables de esta escalada de violencia.
Soy de izquierdas, pero soy de izquierdas en el sentido de que cada cual debe ser respetado a pesar de su condición, sexo, religión, origen o clase social. Yo siempre he llevado una vida acomodada, sin grandes preocupaciones pero sin grandes caprichos. He sido becario como todo hijo de vecino, siempre me han tratado en la sanidad pública (salvo consultas puntuales para ciertos asuntos urgentes); en definitiva, soy un hijo del estado de bienestar. Es lógico, pues, que cuando empiecen a cargárselo, se me hinchen las venas del tronco de la polla y me dé por protestar.
No obstante, una cosa es la protesta y otra, la guerra. Ya sabemos quiénes son los violentos. El señor que viene de Burgos andando no se va a liar a pedradas con la policía porque lo que a él le interesa es hacer oír su problema y su lucha, su frustración y su miedo. No le interesa hundir más el estado de bienestar. Y ahí están, entre la multitud todos con capuchas, con gorros, cobardes, antisistemas, anarquistas redomados que creen que esto es su juego político. Estúpidos niñatos vagos que sólo buscan hundir el sistema por hundirlo, aprovechándose de paso de los sueños de todos los señores de Burgos que vienen a pie a Madrid a protestar por un sueldo digno, una educación pública de calidad, una sanidad humana, un estado justo.
Me entristece que muchos de los acomodados de izquierdas, como yo, se amparen tras esos violentos y participen del juego de los ladrillazos y la lapidación pública. Si en lugar de un muchacho que aprende inglés en su tiempo libre y que viste uniforme reglamentario hubiera una adúltera en medio de la plaza, nos espantaría la imagen. El problema, pues, no es tanto la presencia de violentos, pues siempre la ha habido, sino la ausencia de moral del ciudadano medio, que en lugar de denunciar la violencia la azuza, y grita a la policía, que es el estado de bienestar, y puede que lance adoquines.
Soy un ciudadano ejemplar, me digo. Estoy lejos, y es fácil opinar desde lejos. Sin embargo, yo lo que he visto este fin de semana ha sido una violencia inaudita contra una autoridad que pretende preservar una seguridad necesaria. Si todos los ciudadanos ejemplares vinieran a pie de toda España para manifestarse en Madrid y, al llegar ahí, alguien tratara de cargarse su manifestación a ladrillazos, dónde queda el espacio para reivindicar nada, ¿no sería lógico que les pararan los pies a la mínima expresión de violencia? Fuera de sensacionalismos, ¿no está el ciudadano ejemplar desvirtuando la naturaleza de su protesta legítima al dejar que esos brotes de violencia vayan a más? ¿A qué huelen las nubes? ¿Qué hay del ciudadano ejemplar que resulta llevar uniforme reglamentario en el trabajo? ¿Es él el cabeza de turco? ¿No está claro que los violentos han mostrado sus cartas?
Siento que ese ciudadano ejemplar de Burgos, al llegar a Madrid, sienta la tentación de agarrar un ladrillo y lanzárselo a un policía herido entre dos parterres, porque así es como se protesta en Madrid, ¿no? A los violentos y a todos los ciudadanos ejemplares que siguieron sus pasos tras una protesta ejemplar y multitudinaria: estúpidos, menuda lección de democracia.
Menuda lección de dignidad.

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