Debí haber escrito este texto hace varias semanas, pero jamás logro organizarme como quisiera. Tuve dos días sin trabajar en los que estuve en casa sin hacer nada más que doblegar la ansiedad, y hubiera sido entonces buen momento de dedicarle unas palabras al tema que ha marcado no ya el último mes o el 2020, sino probablemente toda la década y buena parte de nuestra Historia.
Lo que sí hice nada más declararse el estado de alarma en España fue comenzar a fabular. Se me ocurrieron ideas, pequeños brotes luminosos en torno al encierro, a la nueva vida bajo vigilancia, el mundo distópico, y me propuse escribir relatos de amor en tiempos de pandemia. Mi energía o la fuerza del proyecto comenzó desinflándose a medida que en mi vida se instauraba una normalidad recluida. Con todo, logré terminar dos relatos, uno de los cuales saldrá pronto publicado en Vozed.
Las semanas anteriores al caos, a que la situación en España se volviera insostenible y cuando en Portugal ni siquiera existían casos confirmados, empecé a sentir que la ansiedad volvía a cobrar fuerza. Durante la semana o así que tardaron en concedernos el teletrabajo lo pasé francamente mal, pero al poco de instalar el despacho en la terraza comencé a disfrutar de una dulce monotonía de pijama y té y películas, muchas películas. En todo este tiempo, compungido y temeroso por la posibilidad de expandir el virus a través del papel, me he visto incapaz de escribir cartas a mis amigos (tengo muchas, muchas cartas pendientes). Sólo pude responder a un mail de Bea, y fue un mail kilométrico que me forcé a escribir, ya que he pasado la mayor parte de la cuarentena bloqueado.
Han surgido diversas iniciativas literarias durante estas semanas convulsas, y he tratado de sumarme a varias, aunque, como digo, cada vez me cuesta más centrarme a escribir de forma meramente disfrutona.
Con todo, he comenzado una novela, No es el fin del mundo, que a pesar del título no tiene nada que ver con virus ni pandemias ni nada por el estilo. La idea es tratar de publicarla en una editorial como Dos bigotes, principalmente si logro mantener el pulso y no muere. Mi principal referente para esta novela son los libros de Alejandro Palomas, uno de los autores que más y mejor me han sorprendido en los últimos años con sus narraciones que parecen naturales, pero son complejísimas muñecas rusas.
Me asegura el Gobierno portugués que al menos durante mayo seguiremos trabajando desde casa; lo confirma mi empresa, tras el desembolso brutal que ha tenido que hacer para poner a todo el mundo a teletrabajar. La principal diferencia para nosotros en el ámbito doméstico es que hemos tenido que contratar Internet, algo que por otro lado llevábamos tiempo planteándonos, y que estamos aprovechando al 100%. Por lo demás, hemos respetado el confinamiento y sólo salimos a sacar a Truman abajo, junto a casa, o a hacer la compra semanal cuando no hay aglomeraciones. No echo de menos la calle, el centro, por supuesto no quiero ni oír hablar de turistas, deseo recuperar la ciudad poco a poco, me congratulo por cada noticia de especuladores y airbnberos llorando a moco tendido porque ya han perdido toda la temporada. Sí que me fastidia el cambio de algunos planes, como mi visita de fin de semana a Madrid en mayo (hasta hace no mucho guardé la esperanza de que aún fuera posible), incluso puede que la habitual semana en el pueblo en agosto, donde perderme un par de días por Granada; me pregunto incluso si podrán venir mis hermanos este año a visitarme.
Entretanto prefiero quedarme en el mundo lento, el mundo de puertas adentro, donde ya vivía, bien pensado, y mi única esperanza es que durante al menos un tiempo todo se vuelva ordenado, lento, silencioso. Ya tengo la silla de oficina que tanto necesitaba y una nueva estantería en el salón, las macetas ocupan todo mi tiempo, me frustran o alegran el día como cualquier otro juego de azar, apenas escribo, de acuerdo, leo poco, poquísimo, pero tal vez esta es la vida que merezco. La vida de quienes para dar un paso al frente debemos acomodarnos tres pasos atrás. Algún día, en un futuro limpio de virus, también lograremos llegar.
Entretanto prefiero quedarme en el mundo lento, el mundo de puertas adentro, donde ya vivía, bien pensado, y mi única esperanza es que durante al menos un tiempo todo se vuelva ordenado, lento, silencioso. Ya tengo la silla de oficina que tanto necesitaba y una nueva estantería en el salón, las macetas ocupan todo mi tiempo, me frustran o alegran el día como cualquier otro juego de azar, apenas escribo, de acuerdo, leo poco, poquísimo, pero tal vez esta es la vida que merezco. La vida de quienes para dar un paso al frente debemos acomodarnos tres pasos atrás. Algún día, en un futuro limpio de virus, también lograremos llegar.
Qué hay. Aquí visitando. Andaré comentando cuando publiques, saludos.
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