11 de agosto de 2011

No voy a salir de aquí

Conocí a Anna en la biblioteca. Ella leía un libro en una esquina; apenas reparé en su presencia al principio. Luego la escuché masticar. A escondidas, se llevaba la mochila a la boca y mordía algo crujiente dentro de la bolsa. Escondía el libro, como si no quisiera que yo supiera qué leía. Cuando se dio cuenta de que la miraba, aparté la vista avergonzado y abrí el cuaderno. Esbocé su silueta sin detalles, muy en bruto, apenas unas líneas unidas aquí y allí. Llevaba una ropa cortísima, es decir, cortísima de verdad. Los pantalones eran tan cortos que se veía asomar la tela de las bragas, y el top le marcaba todo. Y cuando digo todo, quiero decir que se reconocía a la perfección la forma del ombligo bajo la tela. Bendito ombligo. Sacó de la mochila unos cascos enormes, como los que usan los djs profesionales, y comenzó a bailar suavemente sin apartar la vista del libro. Pensé que no se daba cuenta del contoneo con el libro y la música, pero cuando vi a toda la biblioteca pendiente de su zarandeo suave, de cada vez que chocaba la cadera contra la pared, me dije que lo hacía a propósito.
Por eso, cuando soltó el libro sobre un estante mal colocado, tumbado en la sección de música, me acerqué en cuanto se hubo alejado. "Aullido" de Ginsberg; me intrigó sobremanera y me quedé con el libro entre las manos sin mirar nada muy bien ni leer nada. Sin darme cuenta, lo acerqué a mi boca como si pretendiera pegarle un buen bocado o esnifar las letras. Olía a algo dulce, a una fruta mezclada con el olor del polvo que inunda todas las bibliotecas del mundo. Al fin, lo abrí: "He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura". Está loca, me dije. Entonces, mientras pasaba la yema por la página gastada, noté las líneas escritas al dorso de la hoja y pasé. En una letra menuda y negrísima, muy redondeada, alguien, Anna, había escrito un escueto 'nos vemos en Aleixandre'.
Corrí a buscarla.

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