19 de diciembre de 2011

El estatus, Alberto Olmos

Mi segunda aproximación a la obra del aclamado Alberto Olmos me deja en la cabeza al mejor Polanski, aquel de los 70, ya saben, El quimérico inquilino, Rosemary's Baby... aunque también al Isaac Rosa de La mano invisible (si bien ésta es posterior; son mis referentes). Viene Alberto con esta novela a confirmar lo que ya sabía. Que su construcción de los personajes y los diálogos es excepcional.
No obstante, también viene a confirmar lo que me temía: que la falta de preciosismo en su prosa, su cierto costumbrismo, me dejan frío, porque aunque percibo la ambición literaria de proyecto, me deja igual. La tendencia al minimalismo del autor segoviano puede ser su gran baza, su medición del lenguaje, su escasez de escenarios, la simpleza de su punto de partida. Desde el comienzo de la novela coloca todas las piezas y comienza la partida. Clara y Clarita, madre e hija, mujeres bien que esperan la llegada del marido al nuevo piso al que se acaban de mudar. Patricia, la criada pueblerina, deslenguada. El encargado del edificio y el portero mudo son las piezas que cierran al conjunto protagonista. Y digo cierra porque los encierra en ese mundo, en ese edificio de pisos vacíos y pasillos interminables, en ese edificio habitado por fantasmas y miedos, por anhelos y esperanzas, por sueños de grandeza, por sexo furtivo, por juegos de niños. Todo eso está ahí, no hay más.
No hace falta más, para ser justos. Nos basta con los personajes escritos a piedra con sus actitudes y sus principios morales, con sus pasados desconocidos, con un estatus que determina sus roles en la vida y de puertas adentro. Juega un poco Olmos con la narración y alterna un divertido (sí, he dicho divertido) diálogo entre madre e hija con la narración lineal y los pensamientos del portero mudo. La incomodidad de Clara madre e hija se va haciendo patente con cada modo de dirigirse entre sí o al resto de personajes, con cada pequeño paso hacia la verdad hasta un clímax en el que el autor deja que las voces de sus personajes acaparen todo el protagonismo en un juego literario que depara sorpresas cuando ya todo está dicho. A ese respecto, cumple. Cumple literariamente gracias al manejo de la voz narrativa, a la construcción de los personajes y la creación de una atmósfera opresiva que, insisto, remite a Polanski.
Y sin embargo, me deja frío esa perfección estilística, ese esqueleto medido sobre el que se sustenta la narración. No obstante, comprendo el motivo por el que obtuvo en su día el Ojo Crítico, y siento necesidad de encontrar su novela que logre hacerme crujir el pecho.

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