21 de diciembre de 2011

Drogas



Todos los días tomo cuatro pastillas. A mediodía tomo Ranitidina, Simvastatina y Grepid. Por la noche, Tryptizol; a veces, también Lorazepam.
Es una dosis diaria, probablemente en parte de por vida. Es decir, vivir sujetos al consumo de una sustancia química a cambio de no enfermar para prolongar la calidad de vida. Y es droga. Droga, caca. Droga, mala.
     A veces, fumo hierba o polen. Apenas bebo. En parte, porque no debo mezclar con esas cuatro pastillas; en parte, porque el alcohol no me parece agradable ni en sabor ni en las sensaciones que me provoca; en parte, porque me emborracho fácilmente (aprovéchense). Además, en el entorno en el que me muevo la gente no suele consumir drogas recreativas. No he visto en mi vida M, speed, cocaína, tripis. Ni verlas.
     A veces, insisto, fumo porros. No sé a qué viene ese alboroto, por qué la gente se lleva las manos a la cabeza cuando afirmas fumar cuando te apetece. No fumo tabaco ni bebo, que son drogas mucho más nocivas que la marihuana, por poner un ejemplo. Todos los años, la Seguridad Social se deja una barbaridad del presupuesto nacional del Estado en tratamiento de cánceres asociados al consumo de estas sustancias. Está muy bien visto socialmente que la gente beba a diario, incluso parece divertido el típico borrachín de bar. Somos el país del Botellón. Ni hablemos ya de fumar, que tradicionalmente se ha asumido como signo de distinción social. Fumaba quien tenía dinero; ahora hay gente que deja de comer por comprar un paquete de tabaco, si bien esto está cambiando. Ahora bien, si vas por la calle fumando un porro tienes que hacerlo con cara de culpa, con cuidado de no echar el humo cerca de gente sensible, con la vergüenza que otorga la culpa.
En el ámbito creativo, muchos han sido los artistas que han recurrido al consumo de sustancias para alcanzar un estado propicio para derribar los límites de la conciencia. Esto será verdad hasta cierto punto, y tendrá otro tanto de leyenda. Poe consumía frecuentemente láudano, Stephen King estuvo enganchado a la cocaína en los ochenta, pensemos en la época beat (preludio de la era hippie), donde el consumo del LSD era el pan de cada día, y sabemos que a Sabina sus excesos le salieron caros. Leo historias sobre personajes adictos, escribo sobre personajes adictos, adoro a los personajes adictos (ahí están los excesos de los chavales de Skins), y ahora descubro que Micah P. Hinson. Seguiré fumando verde cuando me venga en gana, porque no es peor que fumar tabaco, porque me provoca un efecto similar al Lorazepam y no me causa adicción, porque cada uno es libre de matarse o de darse placer como quiera. Fumen, fumen, fumen, colóquense de algo. Sientan algún día lo que sintió Poe cuando se entregaba al láudano.



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