6 de diciembre de 2011

I'm new here


Anteriormente, en A road novella...


Deseaba que fueras tú. Lo deseaba con toda mi alma. Ésas fueron las primeras palabras que me dirigió cuando entré en la tienda de campaña.
     -¿Quién iba a ser? ¿Joni? ¿Matthias? -le dije. Me abrazó y me besó en los labios.
     Llevábamos cerca de seis semanas en Biarritz, con los surfistas de toda Europa, con las guitarras, las parrilladas, el pescado asado, el vino francés, la heroína. Lo cierto era que, desde que habíamos llegado, Anna y yo apenas habíamos coincidido. Ella pasaba todo el tiempo en el agua practicando surf con los niños y las mujeres, y parecía disfrutar la experiencia; yo, por mi parte, llevaba unas semanas donde el Tiempo, pero no el tiempo, sino el Tiempo con mayúsculas no dejaba de detenerse a mi alrededor. Demasiado vino, demasiados porros, demasiadas jeringuillas.
     Empecé a compartir jeringuilla con un tipo llamado Iban. Pasábamos el día entero en el colchón sobre la arena; pasábamos las noches juntos, uno sobre el otro, uno con el otro, uno dentro del otro. No sabía de Anna ni sabía quién era ni quién quería ser. Sólo que el Tiempo corría con menos prisa, sólo que éramos los reyes del mundo. Yo no lo sabía, pero Iban se estaba enamorando de mí. Me lo advirtió Anna una tarde en que me encontró solo sobre el colchón mugriento entre filtros y jeringas usadas.
     -¡Despierta, vamos! -Me echó agua fría, agua del mar que me revolvió como una ola.
     -¿Qué haces? ¿Estás loca?
     -¿Te has visto? Estás hecho un puto yonki.
     -Déjame, estoy bien. Es culpa tuya, tú me has traído, tú has traído la mierda.
     -Es culpa de ese novio tuyo.
     -¿Qué cojones dices?
     -Iban. Te está usando, ¿no te das cuenta de que no deja de meterte mano y de drogarte? ¿Por qué crees que te droga? Te utiliza como su puta, idiota.
     -Vete al carajo.
     A pesar de nuestra discusión, sus palabras me hicieron pensar. ¿Es que sólo era un puto chapero yonki? ¿En eso me había convertido? Empecé a alejarme de Iban y pasaba horas nadando. Ni siquiera me molesté en practicar con la tabla; sabía que no valía la pena intentarlo.
     Poco a poco, me limpié de drogas. No obstante, Anna me rehuía e Iban no dejaba de mirarme completamente cegado de amor o rencor. Llegaron nuevos surferos, varios de ellos finlandeses y galeses. Era divertido ver cómo se sumaban más y más caravanas todas las semanas, y cómo la gente entraba y salía de nuestras vidas sin avisar. Fue el caso de Iban; un día, de la noche a la mañana ya no estaba ahí, había desaparecido sin despedirse. Me entristeció. Volví a discutir con Anna por tonterías, fumaba porros en un acantilado y pensaba en Iban y en sus manos grandes y en su rostro tostado, en su barba de varios días...
     Los días habían sido raros desde entonces. Por eso cuando entré en la tienda de Anna en plena noche, sin avisar, y la encontré despierta, los ojos muy abiertos, con el gato acurrucado sobre su barriga, se sorprendió:
     -Deseaba que fueras tú. Lo deseaba con toda mi alma.
     -¿Quién iba a ser? ¿Joni? ¿Matthias?
     Me abrazó y me besó.
     -Tengo miedo -me confesó.
     -Desde hace unas noches siento como si alguien me observara a todas horas, aunque esté rodeada de gente o en el agua, o aquí dentro de la tienda. No sabes lo incómoda que es esta sensación.
     -No somos reales, Anna.
     -¿Qué quieres decir?
     -Todo esto, nuestra vida. Yo tendría que estar durmiendo en Granada para ir mañana a clase, y no en una puta playa de Francia escuchando historias sobre sensaciones extracorporales.
     -No te confundas.
     -¿Cómo?
     -Esto es lo más real que te ha pasado en la vida, y lo sabes. Para mí también es útil. Esto es una transición que necesitaba. Veo que ya se acaba.
     -¿Ya se acaba?
     -Mañana nos vamos en cuanto salga el sol. Nos vamos en la furgoneta de Joni con Magritte, los cuatro. Y César, claro. Pobre César, creo que se hace mayor. Cuando muera voy a llorar mucho, ¿sabes?
     Oír esa afirmación tan rotunda de Anna me hizo olvidar todas las preocupaciones que tenía, la droga, Iban, la vida real, todo, todo, todo. Acaricié su mejilla y cogí a César en brazos. Abrió un poco un ojo y lo volvió a cerrar. Joder, lloraríamos mucho cuando muriera el puto gato.

6 comentarios:

  1. Me gusta, a pesar de que esos estados de caos y confusión y desorden abruman. Supongo que así es la vida sin destino ni lugar.
    Un saludo

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  2. Un relato crudo en su contenido, y narrado de una forma tan limpia, que hace posible visualizar cada uno de los momentos de caos que viven sus protagonistas. Me encantó la forma en que el final rompe con todo.
    Encantada de pasarme por aquí, un saludo.

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  3. ¿Otra historia? ¿A ti qué te han dado esta semana? No me quejo, ¿eh? que yo leo lo que haga falta, pero me parece increíble que hayas escrito tres historias tan diferentes (¡y tan buenas!) empezando con la misma frase.

    Me ha gustado también, me deja pensando sobre unas cuantas cosas... y, aunque sé que es un detalle probablemente insignificante, que unos finlandeses salgan así como quien no quiere la cosa me hace especial ilusión. Hoy se celebra la Independencia de Finlandia, y me he estado acordando un montón del año que pasé allí (supongo que será eso, que tengo el día un poco tonto jajaja).

    Pues nada, hasta la próxima :) y gracias por pasar a comentar en mi blog, aunque sea una blanda y no deje que mis personajes mantengan su frialdad hasta el final de la historia ;)

    Besos!!

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  4. ¡Buenas!

    Muy bueno el relato, sobre todo por el magnífico cierre.

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  5. Transporting + Surf = buena combinación ;)

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  6. A ti qué te ponen en la comida para que escribas tanto? jajajaja... Ainssss, los animalitos, cuanta compañía nos dan y cuanto lloramos cuando nos dejan.

    Al menos este muchacho consiguió volver de su ensoñación con las drogas para centrarse un poco en su compañera...

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