18 de diciembre de 2011

Vuelvo al sur

Tú no me has visto hoy. Estaba en la estación de autobuses con una hora de sobra sin nada que hacer. He encendido el ordenador y me he puesto a escribir en una esquina, a unos metros de la puerta por la que siempre se cuela el frío. Me he puesto a escribir sobre Marilyn y Damián, el mito y el niño, ambos tan necesitados, ambos tan perdidos. No me has visto escribir en ese rincón a solas, sin hacer ruido más que para teclear palabras. Crees que ya no amo las palabras, que ya no las necesito, que sólo son un vehículo de lucimiento. Ése es, quizás, el problema. Que siempre quise más a las palabras que a ti, a los libros que a ti, a Lorca, a Vallejo, a Bolaño que a ti. Y supongo también que por eso no paso frío cuando escribo en estaciones heladas, porque cuando escribo no hay mundo, sólo Ruth y yo, y Damián y yo, y Cali y yo y el mundo por bandera, y el papel por mundo. Ya me dirás si no cómo se llama esto. Me alegro de que tú sigas escribiendo en cuadernos que nunca verán la luz. La bohemia es lo último que necesito en estos momentos.

II) Madrid me salva, y es fácil.
Madrid no duele porque Madrid no puede doler. Nunca me había gustado Madrid ni siquiera un poquito. Vuelvo a Granada y me duele, pero es lógico. Granada está llena de recuerdos y de fantasmas. Está llena de donde fueron los besos y fueron las decepciones y las despedidas. Granada está llena de imposibles, pero ante todo de huecos que nada ha suplido. Madrid no tiene recuerdos. Desearía que ya no llegaran más autobuses a Granada cargados de recuerdos y ausencias, que se borrara todo como stencils que el ayuntamiento se ha cansado de aguantar. Que todo aquello no hubiera pasado: las fotos, los paseos, los secretos. Las cartas. Que hubieran ardido todas las cartas. Que el amor sólo hubiera sido una promesa. Las ciudades deberían advertirnos del contrato que firmamos con ellas. Supongo que algún día Madrid dolerá como sal en llaga.

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