28 de marzo de 2012

El arte de los locos

El arte de los locos no responde a la lógica ni a patrones oficiales, porque no tiene escuela. El arte de los locos nace de algo más profundo que la visión del mundo o el amor a una práctica artística, porque nace de las entrañas como necesidad. El arte de los locos se conoce como "art brut", y no es más que la expresión más sincera, al margen del establishment artístico, de disciplinas creativas: pintura, escultura, música, costura, literatura...
     A veces, tomo decisiones movido por impulsos. Supongo que es lo más cercano que me encuentro al auténtico art brut: vestir con ropa hecha trizas, ponerme una zapatilla de cada color, escribirme en el cuerpo, sentarme en medio de la calle si me canso, coleccionar cosas, recopilar cosas, crear cosas a partir de cosas. Llevo desde 2008-9 una rutina aburrida de medicación. Todos los días tomo cuatro o cinco pastillas, que, bien pensado, son 1460 pastillas al año, redondeando a la baja, que en tres años son 4380. Vamos, que me he tomado entre 4000 y 5000 pastillas desde el infarto cerebral.
     Me gustan los envoltorios de los medicamentos, con su papel y plástico plateados, hacer click en cada cápsula hasta que cae la pastilla, ir vaciando envoltorio tras envoltorio, caja tras caja, acumulándolas en los cajones y la mesa de estudio. Al principio, los tiraba enseguida, aunque a medida que transcurría el tiempo algo dentro de mí me decía que siguiera adelante con los envoltorios, que no tirara las tabletas vacías, que las guardara. Comencé a guardar algunas hasta que alguien me las tiraba. Un día, el año pasado, tuve una idea sencilla: forrar la puerta de mi habitación con las tiras plateadas vacías de pastillas, pegarlas sobre la madera con blu-tac o celo, y empecé a hacerlo. Comenzar fue fácil, pero mantener la rutina se me hizo cuesta arriba cuando se despegaban sin más y, al pegar una, tiraba tres. Me ponía de los nervios. No decidí dejarlo ningún día. Rebajé el ritmo. Al acabar el año, no llevaría ni media puerta, menuda decepción. Este año, en la Residencia, me he propuesto lo mismo: llenar la puerta por dentro de tabletas vacías de las pastillas que tomo a diario. Y eso hice, comencé a pegarlas.
     Resulta que está mi madre de visita, y en la limpieza y orden inevitables llegó a los envoltorios plateados y los cogí para empezar a pegar. Cortaba celo, lo pegaba al envoltorio y lo colocaba en la puerta, y así otro, y otro. En estas estaba cuando me da mi madre otro, preparado por ella, con el celo cortado, sólo para adherirlo a la madera. Ha sido un gesto, nada, y ella no se habrá dado cuenta, pero para mí quería decir: "Jose, eres raro, lo sabes, lo sé, pero te quiero así. Si quieres forrar la puerta con envoltorios de medicamentos, cuenta conmigo para ayudarte". Esta vez sí, espero que al final del año esté la puerta completamente plateada. Cuando lo esté, haré fotos y la obra estará completa.




3 comentarios:

  1. La verdad es que resulta,así visto,una locura divertida. Aunque yo tambien le doy otras lecturas propias y profundas al tema, pero eso es porque escribes bien y sabes jugar con la anécdota.

    Un abrazo

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  2. Yo he visto esa puerta. En la cara b no es una puerta, es la armadura de un samurái, las escamas de un pez de plata o el museo Guggenheim de Bilbao.
    Y Nina Simone mirando.

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  3. Gracias, Julio.
    Querido anónimo, te siento cerca. Gracias :)
    (Nina Simone mirando)

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