Qué días. Qué año.
Qué difícil encontrar un rato para escribir estas líneas y no tener la sensación de estar desperdiciando el tiempo. Se ha apoderado por primera vez -por primera vez con contundencia, con presencia- la duda ante la literatura. Los años. La precariedad. Los sueños rotos en una acera.
Llevo días, semanas, meses planteándome esto del éxito y el fracaso en la literatura. Que ya, que todo es relativo, pero seamos objetivos: tengo 31 años, cuatro libros publicados (de los cuales considero que hay uno bastante decente y el resto, prescindibles) que sólo conocen mis amigos y familia, varios premios literarios bastante sesgados (de autor joven, o novel, o de Jaén!!!) y proyectos que no he logrado dotar del empaque necesario. Tengo de mi parte, eso sí, la tenacidad que me ha hecho no dejar nunca de escribir.
2017 ha sido un año terrible a nivel personal, y esto se ha traducido al resto de mis ocupaciones. El estancamiento laboral, a pesar de mi esforzada llegada al periodismo, me genera casi tanta ansiedad como el paso del tiempo. En una época (¿hay otras épocas?) en la que se valora tanto la precocidad, pasar la barrera de los treinta sin labrarse un nombre en el mundillo resulta frustrante y doloroso. Atrás queda la beca de creación, las publicaciones relativamente gordas, las ferias del libro, las visitas a coles e institutos... A mi alrededor, gente de mi edad o más joven que yo saborea las mieles del éxito editorial en una carrera imparable que yo contemplo desde la barrera, temeroso del ruedo.
Tengo una novela terminada, tan complicada, tan imposible de colocar que no creo que exista editorial o público idóneo para darle salida. Tengo cuatro o cinco proyectos serios de libro a medias, pero todas las semanas se me ocurre una nueva idea que pretende destronar al resto. A este respecto soy infiel, incapaz de concentrarme en algo.
Esta semana he recibido correo de un par de amigos, cartas manuscritas que me hicieron llorar en plena calle. Todos mis amigos, qué van a decir de mí, creen en mi talento y valoran el éxito de mi trayectoria como autor. Estadísticamente, creo que debería ser optimista. Ahora, llegada la madurez, plantear cada paso con auténtica cautela, sustentar una carrera realmente imparable. Sin prisa, pero sin pausa. Mis amigos, decía, se deshacen en elogios: me quieren soñador, feliz, capaz. Confían ciegamente en lo que escribo. Me animan a no parar de escribir y me dicen lo maravilloso y especial que soy.
El año pasado, más allá de lo laboral, sólo logré escribir algo: un relato del que ya hablé aquí, y es que no era para menos. La semana pasada se anunció que gracias a ese relato me hacía ganador de un pequeño premio, la II Convocatoria de Relato Culturamas.
Ya digo que es un pequeño reconocimiento que tampoco tendrá mayor repercusión, pero ha hecho que mucha gente que me tenía olvidado haya podido conectar de nuevo con mis escritos, aproximarse así a mi obra. Un pequeño éxito, que podría decirse, sobre todo dada mi escasa producción literaria. Por eso este título me ha hecho retomar otros proyectos que tenía a medias y recuperar un poco la fe en que de hecho puedo hacer bien esto que antes resultaba tan fácil.
Me gustaría publicar en Seix Barral, en Caballo de Troya, es cierto, en tantas estupendas editoriales que tenemos en España (nuevas como Esdrújula, o en Blackie Books, Impedimenta, Periférica...), porque supondrían el salto definitivo, poder decir que ya soy alguien, tener presencia en medios culturales. Que me lea gente a quien admiro. No sé si el camino será volver a apostar por los premios literarios o si debo replantearme toda mi literatura: cambiar de tercio, pero justo ayer me envía esto otra amiga, y me hace sonreír, compadecerme, aquiescer:
El lúcido humanismo de OnettiHace más de medio año que tomo pastillas para dormir casi a diario, y temo que una de las principales causas sea lo mismo que hace seis, siete, diez años me hacía levantarme cada día con la esperanza puesta en algo.
Por José Donoso
Es probable que los premios literarios hayan sido creados por algún demiurgo sarcástico para subrayar la carcajada con que el tiempo se venga de las certidumbres. En todo caso, los premios sirven para otear el panorama, y, avergonzado, uno se pregunta cómo es posible que, lo que hoy parece tan evidente, ayer pudo parecer siquiera dudoso. Ejemplar en cambios de perspectiva dentro de la literatura latinoamericana fue el concurso internacional de 1941, al que se presentaron el peruano Ciro Alegría y el uruguayo Juan Carlos Onetti, ambos de 1909. El peruano se llevó el premio, con gran tralalá de declaraciones, periplos de conferenciantes intercontinentales y el beneplácito general para la nueva novela latinoamericana, que no temía examinar la realidad vernácula y denunciar errores y crueldades. Pero nuestra literatura, por ansiosa, por vital, por atropellada, es riquísima en omisiones, en escamoteos, en aparecidos y desaparecidos, en terremotos que bruscamente alteran la perspectiva: como resultado de una de estas catástrofes, el polvo ha ido cubriendo a Ciro Alegría hasta casi sepultar al vencedor, mientras Onetti, actual, flamante, sale tardíamente del territorio silencioso donde estuvo incubando los doce libros de ficción que constituyen su obra, para avanzar a alinearse junto a sus compañeros de generación, Cortázar, Lezama Lima, Rulfo, Sábato.
No desistas.
ResponderEliminar¡Gracias!
EliminarEnhorabuena por el premio, pequeño o grande. El texto de tu amiga es precioso. Mucho ánimo, sea lo que sea lo que hayas decidido con respecto a tu literatura.
ResponderEliminarTe leo, aunque muy intermitentemente (quizás paso por aquí una vez al año o menos), desde El Cuentacuentos, donde participé apenas unos meses, que a mi yo quinceañero le pareció mucho más tiempo. De hecho, sigo llegando aquí a través de Brian Edward Hyde :)
Te quería dar las gracias por esa literatura tuya y por tu tesón. Entiendo lo agotador de perseguir una pasión media vida, pero espero que también te haya traído cosas buenas y que siga siendo así. Courage!
P.D.: De forma totalmente accidental, también debo decir que supe que querría estudiar TeI tras saber de su existencia gracias a tu blog en los años de El Cuentacuentos. Me habría enterado tarde o temprano, claro, pero recuerdo con cariño esa forma tan orgánica de descubrirlo :)