Cuando escribía mis primeros relatos lo hacía desde la más pura inocencia e instinto. Copiaba fórmulas conocidas, historias que me sonaban más o menos, e imitaba a escritores a quienes leía de forma obsesiva (el que más, cero dudas, Stephen King). Esos relatos tenían muchas cosas que no funcionaban, pero también guardaban esa frescura del que no utiliza los artilugios y mecanismos de creación, es decir, no se les notaban las costuras. Creo que a un buen relato no se le pueden ver las costuras (es parte de lo que lo hace bueno). En una novela, por extensión y complejidad y coherencia, es más normal que dichas costuras salten a la luz. Una de las cosas maravillosas de escribir un relato de las características de "Algo que escapa a toda lógica" es que me ha permitido trabajarlo de forma totalmente consciente como creador, y por eso, incluso con el relato aún inédito, me gustaría compartir cómo lo he trabajado y montado hasta su resultado final.
Desde la primera visita al médico y la última reunión con los neurólogos encargados de estudiar el caso de la niña poseída hay cuarenta minutos (00:32:16-1:10:30) entre los cuales se engarzan otras tramas secundarias y paralelas. Esos cuarenta minutos se convetirían en mis mejores amigos, mi Biblia, mi peor enemigo y mi obsesión. Dentro de esos cuarenta minutos integraría mi relato, y así hice.
Otra limitación, aunque no quise verla así, es que en la película aparece una serie de personajes que, por eso de la coherencia interna, debía respetar. Me interesaba que mi historia orbitara en torno a lo que acontece en el filme, pero que no se limitara a ello. De hecho, lo que me preocupaba era que mi relato dependiera demasiado o se limitara en demasía a contar lo que ya sabemos. Así pues, entendí que la decisión más acertada para mi relato era contar una historia independiente que se viera afectada por los hechos que suceden en esos cuarenta minutos (me acuerdo de "El Zeppo" de Buffy como ejemplo de historias paralelas que se entrelazan y pueden converger).
La primera barrera con la que me encontré era encontrarle casos clínicos con la entidad suficiente para eclipsar la historia de Regan MacNeil, lo cual comprendí que era prácticamente imposible. Tiré de contactos en el mundo de la medicina (mi siempre inspiradísima Mj, traumatóloga de pro y mejor amiga, me sugirió varias líneas que tuve que descartar por falta de tiempo pero retomaré para futuras historias), aunque finalmente recordé una figura histórica bastante desconocida por el gran público sobre quien llevo años investigando. Con todo, tuve que adquirir bibliografía adicional (búsqueda de tesis doctorales, compra de algún libro o monográfico dedicado a este personaje, etc) y a medida que iba descubriendo nuevos detalles, me maravillaba la forma en que podía engarzarlo todo en mi relato.
Me interesaba desde el principio que mi protagonista fuera una mujer, por eso lo único que tenía claro al principio era esa aparición de una tal Susan Glover. Del mismo modo, quería que los personajes femeninos tuvieran mayor presencia que los masculinos. De un tiempo a esta parte lo procuro así.
Antes, por defecto el protagonista de las historias que me venían a la cabeza, a no ser que la trama lo exigiera (caso de La traición de Wendy, que al servir de reflejo de Peter Pan requería de una Ruth que emulara a la Wendy original), era un hombre parecido a mí. En las últimas novelas en las que trabajo he procurado de forma consciente que las protagonistas sean mujeres, y es que como lector de libros protagonizados por ellas soy consciente de que me interesa más conocer sus vidas que las de ellos, de quienes se ha escrito tanto. ¿Responde esto a una moda de corrección política/subirse al carro del female empowement y demás estupideces woke-wannabe? Como escritor he pensado mucho en esto y me he dado cuenta de que mi experiencia personal me acerca más a la narrativa femenina que a la masculina, así como de que mis libros y personajes preferidos son mujeres (pienso en Matar un ruiseñor, Siempre hemos vivido en el castillo, Una palabra tuya o incluso dentro del universo Harry Potter estaba en todo momento del lado de Hermione o Luna Lovegood; pienso en mis series preferidas, Buffy, Six Feet Under, My So-Called Life, The Comeback... todas ellas donde los personajes femeninos les dan sopas con ondas a los masculinos). La principal dificultad radicaba en el hecho de que en las escenas que aparecen en la clínica los únicos personajes femeninos son secundarios, prácticamente figurantes o extras relegadas al rol de enfermeras y poco más, lo cual a mí me suponía no tanto un problema como un reto. ¿Era posible convertir a todos esos doctores y tipos importantes en los secundarios de mi relato? Y eso he hecho: usarlos como enlace entre mi Susan y las visitas de Regan MacNeil y su madre (otro personaje fascinante en la película gracias a la soberbia actuación de Ellen Burstyn). Además de a Susan, he tenido ocasión de crear otros personajes femeninos (también de convertir a esas extras y figurantes en personajes íntegros, con sus propias motivaciones y experiencias de lo que ocurre en la película) hasta el punto de que creo que hay un equilibrio bastante conseguido dado el marco en el que transcurre mi relato. En definitiva, considero que la representación es importante y me interesa contar historias de mujeres.
A la hora de desarrollar a la protagonista, mis principales esfuerzos han ido en darle varias facetas: una profesional, una familiar, una sentimental... que hicieran de ella una persona con aciertos y errores, con debates internos, con culpas y miedos, tal y como me hacen a mí sentir los protagonistas de la película. El padre Karras o Chris MacNeil son personajes imperfectos a los que les suceden muchas cosas a la vez. Por eso yo quería que Susan tuviera una historia propia para que no la fagocitara la posesión de la niña, y creo que he conseguido, gracias en parte a que no tenía límite de extensión, construir un personaje de forma bastante íntegra, aunque he tenido que hacer cierto trabajo de edición para que ese desarrollo expansivo no acabara desviándome de la trama principal. Por ejemplo, yo sé que Susan sufre pesadillas frecuentes, sé lo que pasó con el amor de su vida o que de vez en cuando queda con alguna amiga al margen de su ámbito laboral para desahogarse, desconectar y pasarlo bien, pero todo esto no aparece en el relato, o sólo aquello que creo viene al caso o explica ciertos comportamientos de Susan. Por supuesto, dado lo que cuenta mi relato y lo que cuenta la película, también mi protagonista vive un viaje o cambio entre el principio y el final. Quiero creer que la del final de la historia es otra mujer.
Una vez que había delimitado la historia que iba a contar y el contexto donde quería integrarla, el siguiente paso fue tirar de arquitectura. Esquemas de todo lo que sucede en esos cuarenta minutos y su implicación en la clínica y sus personajes. Mi relato arranca el día de la primera visita de Chris y Regan MacNeil a la clínica, y a partir de ahí construyo mi historia y la sitúo en la línea temporal de la película (otro complicamiento de cabeza: ¿en qué año transcurre la película? Según el canon, en 1973, año del estreno y, al contrario que la novela, en torno a Halloween por unas imágenes de disfraces y decoraciones callejeras; entre la primera visita al médico y el exorcismo creo recordar que transcurren en torno a 40 días que he repartido con la mayor certidumbre que me ha sido posible, pero también con la flexibilidad que necesitaba para propósitos narrativos). A medio relato tuve una nueva idea, la definitiva, sobre lo que pasaría con Susan y la pondría frente a dilemas nuevos, y me aferré a esta nueva idea, pero pude hilarlo bien con aquel primer impulso y esto da mayor realismo al relato.
Y sobre la arquitectura más arquitectura. Imprimí el relato y señalé por partes con distintos colores los fragmentos dedicados a la trama principal de Susan, aquellos acontecimientos ligados a la presencia de Regan (rodaje de la película en la ciudad, la presencia de madre e hija en la clínica con los doctores que estudian su caso, etc) y la aparición de personajes y hechos tal y como los vemos en la película. Todo esto, insisto, por respetar el hilo cronológico y asegurarme de que la historia de la película no se imponía a la del relato.
Otro aspecto clave del relato era el realismo. Quería dotar a la historia y los sucesos que ocurren con Susan y los pacientes, con su entorno, de un realismo casi aburrido. Para ello, tenía que hacer que la ambientación de la ciudad (Georgetown, Washington) en 1973 fuera la correcta. Me informé sobre hospitales reales (de ese y otros estados), la cartelera de aquel año, la programación en televisión, etc, detalles que quizás se queden luego en la mera mención de que a Susan no le gusta Kojak, la nueva serie de la CBS. Quiero decir que estos detalles tal vez no tengan relevancia directa en la trama, pero le dan empaque al relato. Aunque en cierto momento Susan va al cine y ve una película que me pareció que encajaba muy bien con el sentir general de El exorcista y de mi relato, por lo que la tuve que ver y ponerme en la piel de mi neuróloga para saber cómo la vive ella. No he hablado aún de la novela que sirvió de base para el libro: también la había comprado hace poco, antes incluso de conocer esta convocatoria, y me sirvió para enterarme mejor de detalles que en la gran pantalla pueden pasar por alto. El principal trabajo de documentación, en cualquier caso, ha sido médico. Hasta la simple mención de un procedimiento médico o diagnóstico me hacía tirar de historia de la medicina, pues muchos no existían, o eran muy distintos a como los conocemos hoy en día. Caso aparte merece todo el historial clínico de Regan, que en la película se cuenta de forma pasajera, pero cuando Susan interactúa con sus neurólogos hay más jerga profesional y detalles que luego se simplifican al explicarlos a Chris. Además de neurología, aparece ahí alguna paciente con un extenso historial psicológico (más de lo mismo: mucha búsqueda de pruebas, de enfermedades, de diagnósticos para la época). Creo que he vadeado bien el temporal, y el relato tiene un resultado sólido y bien encuadrado en su contexto histórico.
Me muero de ganas de recibir mi ejemplar del monográfico.
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