18 de agosto de 2020

Desconfinados

Hace dos meses, comencé a escribir este post y nunca lo concluí. Lo retomo ahora, como un favor a mí mismo:
De repente, la vida vuelve a girar sobre sí misma. Es domingo de desescalada, o de nueva normalidad, de posverdad, yo qué sé.
Ya muere junio y sigo prácticamente confinado. Mis salidas se resumen al supermercado y algún paseo con Truman a última hora de la tarde. Me he hecho a esta vida, a la calma chicha de las puertas adentro, a

La realidad es que el desconfinamiento acabó por llegar, pero no la vida como la conocíamos. Algo que, visto lo visto, tal vez nunca llegue.
A mí el confinamiento me ha pillado con un cambio de curro (no por voluntad propia, la verdad sea dicha) y todo lo que esto supone. Dicho cambio me ha facilitado cierta nueva dinámica que ha hecho mi encierro más pasadero. En ese sentido, hasta me alegro, aunque lo pasé mal en el momento del anuncio por la incertidumbre. 
Como comenté en su día, tuve que cancelar un viaje a Madrid -mejor dicho, me cancelaron el vuelo y no había posibilidad de nada parecido a una escapada-, pero a finales de julio estuve en el pueblo. La idea era pasar una semana, ahora que la frontera estaba abierta y el virus más controlado, en casa de mis padres. Al final me tuve que volver por motivos que no vienen al caso. Por eso volveré a finales de septiembre una semana al pueblo, a parar de nuevo y convivir en familia. El turismo en 2020 ha sido raro y local. Es extraño seguir encontrando rincones preferidos de Lisboa libres de hordas de guiris, pero a su vez provoca cierta tristeza por la impresión de no-lugar que han adquirido los centros de las ciudades. No obstante, yo sigo firme en mi egoísmo y celebro una Lisboa para mí, donde puedo cenar cualquier noche en mi local preferido sin miedo a no encontrar sitio. Así me han encontrado las vacaciones, en paseos por los barrios y no-encuentros con amigos.
Me he escapado algún día a la playa. No celebré mi cumpleaños, después de convocar la fiesta y tener algunos preparativos en marcha. No quería arriesgar otro rebrote en mis allegados. Finalmente nos escapamos cinco días a una playa de laguna, a un pueblo costero semidesierto, Foz do Arelho, donde todo ha sido paz, playa y comida tradicional. Unas vacaciones.
He apretado finalmente el ritmo a mis lecturas y a la escritura. En ese sentido me siento en paz conmigo mismo, una especie de tregua creativa en la que intento seguir aprovechando los días de encierro para ampliar horizontes literarios, dar nueva luz a antiguos proyectos (se avecinan novedades), y salida a las lecturas apiladas en mi mesita de noche.
También se aprecian en el futuro nuevas ventanas laborales que podrían materializarse en una auténtica madurez financiera. Pero lo apuesto todo a los libros.
Como digo, son estos meses extraños de cosas que pretenden ser, pero no alcanzan a ser, fantasmas de vidas pasadas, calles calladas, locales vacíos, planes que quedan en un eterno tal vez. Por eso he retomado las cartas a mano, la escritura a mano, los paseos por barrios y rincones de la ciudad a donde no he llegado antes. Por eso creo que es tiempo de reinventar el día a día y apostar por aquello que se cuece a fuego lento.
Los hombres-tortuga agradecemos este nuevo ritmo, estos nuevos proyectos que vienen a salvarnos.... Y ahora que el mundo se congratula por el desconfinamiento, mi plan desde el 1 de septiembre es encerrarme en casa como hicimos en marzo, como si el virus y la alerta y el estado de alarma siguiera ahí fuera, porque sigue, digo. 
No tiene prisa, pero yo tampoco.

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