Elena Bugedo en su noche vintage |
Es que es matemático. De las cuatro veces que he vuelto a Granada desde que la dejé tras seis años de adopción, las cuatro me he encontrado con algún alumno o alumna con el que he tenido a bien hablar de cuatro trivialidades, profesores, notas, perspectivas de futuro. Me encanta.
Luego quedé con Jesús, con quien ya había quedado la última vez que bajé, y esta vez sí pude enseñarle "Sostiene Pereira...", una pequeña librería de segunda mano en un extremo de calle Elvira, nada del otro mundo, aunque fue ahí donde compré por primera vez un libro de Javier Egea. Además, como pequeño homenaje aparece maqueada en El Desencantador.
Marga, que canta y me encanta |
Van Gogh. Sí, acabamos ahí de cervezas. Cuando sales por Granada, puedes arriesgarte a meterte en uno de los mil garitos o apostar sobre seguro: Van Gogh, Ruido Rosa, Tornado... ahora han abierto el Hendrix donde el difunto y recordadísimo Lobos. En cualquier caso, le debo a Granada una noche en vela, de esas de salir de la Vogue o la Booga a las cinco o seis, comer algo y subir a San Nicolás a ver amanecer, comer churros con chocolate en Bib-Rambla o el Café Fútbol y caer muerto en la cama. Más tarde que temprano tendré que hacerlo ya que no cumplo mi propósito de subir al mirador cada vez que voy a Granada.
Un portal a la derecha me proveyó de internet el año pasado |
El mejor Kebab de Granada está en Alhamar |
Pero es lo que le decía a Jesús. La sensación de extrañeza al volver a una ciudad donde has vivido (en mi caso, hace un año) y que cambia sin que tú puedas hacer nada por retener ese cambio. Tal vez recordar lugares y momentos que cambiaron tu vida, porque Granada cambió tu vida como Madrid no lo ha hecho. Aún.
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