Durante muchos años, estuve
convencido de que no llegaría a los 25. Los 23 era la edad que había marcado
como máximo para sobrevivir a la enfermedad llamada vida (la enfermedad del
tiempo, que nos mata poco a poco, como los Ángeles Llorones) no sé muy bien
cuándo ni por qué. También me marqué otras estupideces, como que tendría un
hijo, que estaría casado, que qué sé yo.
Tengo 25 años y un montón de
insensateces en la sangre y los bolsillos. De hecho, no tengo nada más en los
bolsillos. Voy camino de convertirme en un viejo maniático y cascarrabias, pero
está bien. Yo me lo he buscado. Hace cinco años, cuando pensaba que cumplir
veinte era tan importante, escribí un texto bastante largo en el blog. Trataba
de definirme y analizarme en varios párrafos. Entonces encontré varios puntos a
tratar. Ahora, como digo, cinco años después, he parado a pensar largo y
tendido sobre qué vale la pena hablar, si hay algo tan importante sobre lo que
disertar largo y tendido. O mi vida se ha vuelto mucho más aburrida, o tengo
más claras mis prioridades. Lo cierto es que, tras mucho pensarlo, hay una
palabra que quema con una intensidad inusual: literatura.
Es
divertido: creo que a los 20 la contemplaba, pero más como un hobby que como
una ocupación real. Ahora llega lo jodido, cuando sé que la literatura no puede
ser una ocupación, cuando tendría que conformarme con un hobby, pero no puedo
decir no. Ahora que he empezado a correr sin frenos, con una venda en los ojos,
no puedo detenerme. Supongo que antes lo describía como una voz en la cabeza
que no se callaba hasta que le daba forma. Ahora diría que es más bien una
sensación incómoda de cosas pendientes.
Sea
como sea, lo importante es que si hace 5 años escribía desde casa, Bélmez,
ahora lo hago desde Madrid, que entonces tenía el pelo relativamente largo y ahora
vuelvo a tenerlo en menos cantidad, pero con greñas horribles. Todo vuelve.
Todo es un ciclo. Veamos qué conceptos quiero tratar con la llegada del cuarto
de siglo.
Amistad
Me he vuelto un cínico con los
años. Recordemos cuánto quería a mis amigos, cómo eran los mejores y no podía
vivir sin ellos. No mentía. Seguimos siendo amigos, buenos amigos, grandes
amigos, pero prefiero hablar del camino. De los que he conocido entre tanto.
Tengo suerte. Lo de convertirme en un cínico comenzó precisamente a los 20, con
los primeros (o más claros) prejuicios. Me gustan los prejuicios y los
disfruto, porque las primeras impresiones me han enseñado que en la mayoría de
las veces no me equivoco. Sea como sea, he descubierto el perfil de gente que
necesito a mi lado. Gente sin prejuicios (sí), aventurera, que comprenda que el
mundo puede ser de otra forma. Gente inconformista, joder, gente no acomodada,
que no se deje absorber por un sistema cómodo de seguir, un régimen antiguo que
nosotros no hemos escribo. Necesito gente que necesite viajar y conocer otra
gente, pero viajar de verdad, de perderse un tiempo lejos y pasar temporadas en
otros países y otras culturas, de cortar con todo y reemprender la marcha.
Gente dispuesta a vivir hacia rutas salvajes, vaya.
He aprendido también que
conceptos como mejor amigo eran espejos de la infancia. Ahora sólo hay gente
necesaria, gente que hace girar el mundo, como yo los llamo, y todos vienen de
lugares distintos y probablemente nunca coincidiremos, pero es maravilloso
vivir en esa especie de crisol sin orden ni expectativas.
Aún
es cierto: necesito a mis amigos más que nada, por encima de todo, aunque sea
una persona solitaria. Sí, soy una persona solitaria. Insisto, no me gusta
demasiado la gente, mucho menos la gente al uso. La mayoría de la gente es al
uso, mal vamos.
Y
más aún, me obligo a conocer gente todos los años y coleccionar amigos, y he de
tener una suerte de la hostia, porque con tanto prejuicio y tantos requisitos
poca gente me llega dentro. Antes, supongo, era más fácil hacer amigos.
CINE
Muchas veces, cuando me
preguntan, llego a afirmar que me gusta más el cine que la literatura. Entonces
me pregunto qué hago escribiendo libros y no aprendiendo a mover la cámara, a
hacer un casting, a escribir un guión en condiciones. Supongo que, llegado el
momento, me centraré en algo relacionado con ese mundo maravilloso: un Máster
en Guión (algún curso he hecho, pero poca cosa de momento), conocer gente, tal
vez tratar de trabajar en una productora... Todo llegará, me digo.
Porque
quiero volver a emocionarme como cada vez que veo Where the Wild Things Are,
que el corazón se me acelere con los encuentros de Celine y Jesse, se me haga
un nudo en la garganta cada vez que escuche "Angela Undress", reír a
carcajadas con cualquier invento de la factoría Apatow, arruinarme porque soy
de los románticos que aún frecuentan las salas de cine. Creer que soy un niño
con cualquier maravilla de animación, qué diantres, temblar de pánico con el
terror de La profecía (recuerdos que envilencen a la edad), quiero enamorarme
de Scarlett Johansson y Kate Winslet, de Joseph Gordon-Lewitt y Anne Hathaway,
seguir colaborando en Cinempatía, darle las gracias a todos los que han hecho
posible la existencia de este arte cinematográfico.
No
dejaré de escribir mis reseñas, impresiones, descubrimientos, de rendirle
homenajes como hice con El Desencantador
(atentos, una novelita que pronto verá la luz, estoy seguro), recorrido por el
cine de mil época y cien mil escuelas para todos los curiosos. A veces sólo
encuentro las respuestas en el cine: Into
the Wild, Before Sunset, Away We Go, Caótica Ana, En la cama... Porque los
lugares donde yo estoy ya han sido transitados por personas mejor preparadas, y
no está de más abrir los ojos y aprender. Aprender del cine a vivir.
A dos metros bajo tierra y Buffy,
Cazavampiros son mis dos biblias audiovisuales para entender la vida. Para
aceptar la muerte. Porque por nosotros mismos no somos capaces. Ambas series
tienen, ya sea por un motivo u otro, a la muerte como protagonista. Supongo que
me fascina y no me aterra. Nunca le he tenido especial miedo a la muerte, y es
curioso. A la gente la muerte le provoca auténtico pavor.
Hace dos años murió mi tía
Carmen, probablemente una de las personas a las que más quería. La muerte me
acarició la nuca como una sábana fría y empapada. Hace ya cuatro años, sin ir
más lejos, estuve entre dos tierras cuando el sonado ictus. Un poco más, más
fuerza, más tiempo, menos sangre y estaría muerto. No me asusté en su momento
ni más adelante; todo lo contrario, me ha hecho darme cuenta de lo bien que
está esto de vivir si uno sabe como. Quiero decir con esto que en definitiva se
trata de una filosofía de vida producto de mi inmadurez y aspiraciones de bohemio.
Sea
como sea, la muerte es un tema que me obsesiona. Como elemento narrativo, me
parece uno de los grandes pilares sobre los que descansan mis ficciones: una muerte siempre puede convertir
un capítulo normal en algo memorable. No obstante, no he matado a nadie, pero
lo he deseado. No sé si desear la muerte a alguien es algo demasiado horrible,
pero juro que habría matado con mis propias manos a varias personas con las que
me he cruzado, y es que el planeta y todos esos seres que lo habitan serían mucho
más felices según sin quién.
Creo
que, llegado el momento, yo elegiré cómo morir, cuándo hacerlo. Creo que, dado
el vacío existencial y el terror cósmico que me provoca pensar en que los seres
humanos somos piezas inútiles e insignificantes en un plan superior,
complicarse con nimiedades, caprichos de seres que se sienten el centro del
universo, es absurdo. Así, cuando llegue el día, saltaré lejos.
amor, amor
Creo que no estoy enamorado. No,
no lo estoy, no ahora. Hace cinco años lo estaba perdidamente, pero no sabía lo
que era el amor y las aristas que contenía. Creía que el amor y el sexo eran
cosas inseparables, ja, ja, ja. Creía que el amor de película existía, que
podíamos ser tan especiales. Tan espaciales. Quería a María, no estoy seguro de
habérselo dicho (digamos que sí).
Ahora,
digo, no estoy enamorado. No sé si creo en el amor, porque han pasado unos años
de escepticismo indomable. ¿El amor de Aleixandre? ¿El amor de los poetas, de
las películas indies? ¿El amor de Cortázar? Qué estupideces, cuándo nos
vendieron la moto. No estoy enamorado, pero quiero estarlo. Tengo las cosas más
claras, sé que el sexo es una cosa distinta, que a veces no basta con sentir y
la cabeza tira más que los huevos, pero se pone en medio el corazón y te quedas
sin aire. Sé que no hay respuestas, y es bueno haberlo descubierto como se
descubren las cosas para siempre, mediante ensayo y error.
Supongo
que no he dejado en ningún momento de estar enamorado de alguien, a veces por
esto o por aquello. Ya sabéis, romántico sin esperanza busca puta sucia, y aquí
seguimos, a la deriva...
He
llegado a pensar que no habrá nadie, ¿sabes?, que seguiré en esta senda
solitaria de penumbras y desengaños. También he descubierto cosas importantes,
y al parecer tengo las cosas más claras que antes. Seremos grandes, seremos
únicos, nos querremos con más ganas que nadie, nos morderemos con más fuerza,
sudaremos tanto, lloraremos tanto, dejaremos tantos pechos rotos. Supongo que,
llegado el momento, lograré recuperar esa inocencia.
Hay
que ser inocente para creer en el amor, pero sin confundir conceptos, sin
términos absolutos. Entre tanto, al amor seguirán poniéndole banda sonora Tulsa
y Zahara.
Jose en las ciudades
Con 20 recién cumplidos y mucho
miedo me fui a Swansea, Gales, de viaje Erasmus. Allí fui feliz como nunca, me
divertí como nunca, hice amigos como nunca. Creía que la vuelta no me
permitiría ser feliz después de tanta experiencia intensa. Granada me recibió
gris y sola, como si no supiera muy bien qué hacía yo de vuelta. Sin embargo,
Granada acaba tratándome bien en última instancia, pero estaba escrito que
debía seguir volando y visitando otros lugares donde vivir y aprender y
divertirme como nunca y hacer amigos como nunca. Ese verano me fui a Francia,
Bain-de-Bretagne, y pasé diez días con la familia de acogida hasta que me dio
el infarto cerebral. El resto de mi tiempo en Francia no tiene mucho que
destacar salvo horas de hospital y rehabilitación. Se sale adelante, lecciones
vitales. No he vuelto a pisar Francia.
Pasaron
dos años hasta que volví a volar, en esta ocasión a Bristol, Inglaterra, la
ciudad de Skins. Volví a conocer gente como nunca y a hacer amigos, y a beber
cerveza como un descosido. Volví a Swansea; fui feliz. Volví a España el 8 de
agosto casi de madrugada del 9,
mi cumpleaños. Pasé la noche en un autobús a Granada.
Bristol me salvó la vida y demostró que no todo estaba perdido.
Cuando
pude venir a Madrid se volvió a abrir el mundo por la gente, las calles, las
tiendas, los libros, las croquetas, esa gente de paso con la que te encuentras
porque siempre hay tiempo para una última cerveza... Y Madrid estaba tan lejos
de Lisboa... Lisboa era una desconocida para mí como el país luso en general, y
en 2012 ya he estado ahí dos veces. Me he enamorado de esa ciudad, sus
miradouros y su Bairro Alto. Volveré y viviré ahí alguna vez, estoy seguro.
Cada vez que vuelvo de un viaje lo hago más feliz, más inteligente y más
dispuesto al mundo. Supongo que mi vida será un deambular de calles y ciudades,
fotografías de rostros desconocidos y calles anónimas. Acabaré en Oceanía,
junto a la playa. Desnudo y solo.
Libres. Libertad encontramos
aquel día en la biblioteca, ese templo de libros a otro espacio y otro tiempo.
Al fin el hombre era capaz de jugar a los demiurgos sin que nadie pudiera
aplastarlo. Joder, qué feliz era con mis libros esas tardes de leer y leer y
dibujar y leer. Leer de pasar horas y descubrirte en medio de una habitación
extraña, de querer más a los personajes de las novelas que a tu entorno.
Y
escribir. ¿Por qué escribir? ¿Por qué no? Porque las voces, esa sensación era
imposible de aniquilar. Con 20 años sólo tenía sueños y ganas de escribir, y
buenas historias que aún me aportan premios y dinero y reconocimiento, pero
sobre todo sueños. La traición de Wendy
nació como una promesa de amor y acabó como una cruenta venganza, pero acabó. Y
me pilló por sorpresa: ni siquiera era una buena novela, pero estaba llena de
agallas, y a veces basta eso: agallas. Era al menos una novela honesta. Eso fue
el principio del declive, porque nadie me había dicho lo difícil que es esto.
Cierto, cuando has empezado a publicar da la sensación de que seguir es fácil
con dejarse llevar por el impulso, pero nada más lejos. Hay que seguir
supurando a todas horas y evitar volverse loco, porque los personajes e
infiernos que creas te acompañan en TODO momento. Supongo que, a los 25, podría
afirmar que como poeta no tengo nada que hacer, que la narrativa es mi camino.
Supongo que, como siempre, volveré a los versos a veces, cuando no me quede más
remedio.
Mientras
tanto, terminé El Desencantador, una novela que comenzó casi al par que La
traición, aunque sin un plan establecido. Junto a ellas nacieron casi todos los
días personajes y escenarios que dieron de bruces con relatos y cuentos donde
tenía cabida todo. He jugado mucho, lo sé. Llegó tambié Nocte, y el panorama
literario español con una guadaña y los perros sueltos, y veinte mil
oportunidades malgastadas y de vez en cuando algún acierto. Y llegó el proyecto
gordo, Queridos niños, a quitarme el
sueño y devolverme la fe. Confío plenamente en esta novela excesiva,
alambicada, oscura y 100% yo. Parece que voy dando con un estilo o voz propia
como si fuera un escritor de verdad.
Queridos niños y la Residencia de
Estudiantes: los amigos, la comida, el tiempo, los viajes, las noches, la cama,
la música, los libros, la ciudad, los amigos, la gente, las leyendas, los
amigos, el camino, el futuro, los prejuicios, los amigos, los proyectos, las
visitas, los amigos. Y en esto estamos, cerrando libros y muerto de miedo. La
literatura me ha dicho sí, éste es el camino, y he decidido creérmelo todo.
Escribe, Jose, escribe.
Cumplo 25 años, ¿sí? 25 años que
podrían suponer mucho o poco, probablemente menos de lo deseable, más de lo
esperado. No soy ningún modelo de nada, sólo un hombre con cabeza de niño y
decisiones por tomar. No sé nada en el mundo salvo que, de un modo u otro,
escribiré.
No
sé dónde, ni con quién, si habré follado antes de abrir el procesador de
textos, si estaré borracho o fumado, si será por la tarde o de madrugada, sólo
que escribiré. Y que siempre va a estar ahí la melancolía, ese trapo pegajoso
de tristeza dulce y contagiosa.
Quiero
a mis padres y a mis hermanos, a mi perrilla, a mis amigos, quiero tanto a mis
amigos, quiero a los escritores y a los libros, a los actores, quiero a los
pilotos de avión, quiero a los músicos, a los periodistas, a los inventores, a
los soñadores, a todos los creadores que han sido tomados por locos, quiero
absolutamente esta vida que tengo, lo que nos queda por hacer.
Y
es que no sé por qué, pero a los veinticinco me queda sólo la incertidumbre y
esta tristeza en el pecho.
Anonadado me hallo después de leer tu bitácora. No tenía ni idea de que tu pasión por la literatura fuera tan profunda, ni de que tuvieras una novela publicada aparte de ser coautor de otras obras.
ResponderEliminarFeliz cumpleaños y no te olvides de seguir luchando por aquello en lo que crees. Está claro que ya has conseguido más que "algo" y que sólo debes seguir tu camino.
Un saludo de un compañero sufridor del máster de la vergüenza.
Y la vida te quiere a ti.
ResponderEliminar¡¡Felicidades genio!!
y los amigos también ;)
Pirómanos como tú hacen que la literatura siga quemando.
ResponderEliminarQue el incendio arrase con todo,
¡felicidades =D