8 de agosto de 2012

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Durante muchos años, estuve convencido de que no llegaría a los 25. Los 23 era la edad que había marcado como máximo para sobrevivir a la enfermedad llamada vida (la enfermedad del tiempo, que nos mata poco a poco, como los Ángeles Llorones) no sé muy bien cuándo ni por qué. También me marqué otras estupideces, como que tendría un hijo, que estaría casado, que qué sé yo.
     Tengo 25 años y un montón de insensateces en la sangre y los bolsillos. De hecho, no tengo nada más en los bolsillos. Voy camino de convertirme en un viejo maniático y cascarrabias, pero está bien. Yo me lo he buscado. Hace cinco años, cuando pensaba que cumplir veinte era tan importante, escribí un texto bastante largo en el blog. Trataba de definirme y analizarme en varios párrafos. Entonces encontré varios puntos a tratar. Ahora, como digo, cinco años después, he parado a pensar largo y tendido sobre qué vale la pena hablar, si hay algo tan importante sobre lo que disertar largo y tendido. O mi vida se ha vuelto mucho más aburrida, o tengo más claras mis prioridades. Lo cierto es que, tras mucho pensarlo, hay una palabra que quema con una intensidad inusual: literatura.
            Es divertido: creo que a los 20 la contemplaba, pero más como un hobby que como una ocupación real. Ahora llega lo jodido, cuando sé que la literatura no puede ser una ocupación, cuando tendría que conformarme con un hobby, pero no puedo decir no. Ahora que he empezado a correr sin frenos, con una venda en los ojos, no puedo detenerme. Supongo que antes lo describía como una voz en la cabeza que no se callaba hasta que le daba forma. Ahora diría que es más bien una sensación incómoda de cosas pendientes.
            Sea como sea, lo importante es que si hace 5 años escribía desde casa, Bélmez, ahora lo hago desde Madrid, que entonces tenía el pelo relativamente largo y ahora vuelvo a tenerlo en menos cantidad, pero con greñas horribles. Todo vuelve. Todo es un ciclo. Veamos qué conceptos quiero tratar con la llegada del cuarto de siglo.



Amistad
Me he vuelto un cínico con los años. Recordemos cuánto quería a mis amigos, cómo eran los mejores y no podía vivir sin ellos. No mentía. Seguimos siendo amigos, buenos amigos, grandes amigos, pero prefiero hablar del camino. De los que he conocido entre tanto. Tengo suerte. Lo de convertirme en un cínico comenzó precisamente a los 20, con los primeros (o más claros) prejuicios. Me gustan los prejuicios y los disfruto, porque las primeras impresiones me han enseñado que en la mayoría de las veces no me equivoco. Sea como sea, he descubierto el perfil de gente que necesito a mi lado. Gente sin prejuicios (sí), aventurera, que comprenda que el mundo puede ser de otra forma. Gente inconformista, joder, gente no acomodada, que no se deje absorber por un sistema cómodo de seguir, un régimen antiguo que nosotros no hemos escribo. Necesito gente que necesite viajar y conocer otra gente, pero viajar de verdad, de perderse un tiempo lejos y pasar temporadas en otros países y otras culturas, de cortar con todo y reemprender la marcha. Gente dispuesta a vivir hacia rutas salvajes, vaya.
He aprendido también que conceptos como mejor amigo eran espejos de la infancia. Ahora sólo hay gente necesaria, gente que hace girar el mundo, como yo los llamo, y todos vienen de lugares distintos y probablemente nunca coincidiremos, pero es maravilloso vivir en esa especie de crisol sin orden ni expectativas.
            Aún es cierto: necesito a mis amigos más que nada, por encima de todo, aunque sea una persona solitaria. Sí, soy una persona solitaria. Insisto, no me gusta demasiado la gente, mucho menos la gente al uso. La mayoría de la gente es al uso, mal vamos.
            Y más aún, me obligo a conocer gente todos los años y coleccionar amigos, y he de tener una suerte de la hostia, porque con tanto prejuicio y tantos requisitos poca gente me llega dentro. Antes, supongo, era más fácil hacer amigos.

CINE
Muchas veces, cuando me preguntan, llego a afirmar que me gusta más el cine que la literatura. Entonces me pregunto qué hago escribiendo libros y no aprendiendo a mover la cámara, a hacer un casting, a escribir un guión en condiciones. Supongo que, llegado el momento, me centraré en algo relacionado con ese mundo maravilloso: un Máster en Guión (algún curso he hecho, pero poca cosa de momento), conocer gente, tal vez tratar de trabajar en una productora... Todo llegará, me digo.
            Porque quiero volver a emocionarme como cada vez que veo Where the Wild Things Are, que el corazón se me acelere con los encuentros de Celine y Jesse, se me haga un nudo en la garganta cada vez que escuche "Angela Undress", reír a carcajadas con cualquier invento de la factoría Apatow, arruinarme porque soy de los románticos que aún frecuentan las salas de cine. Creer que soy un niño con cualquier maravilla de animación, qué diantres, temblar de pánico con el terror de La profecía (recuerdos que envilencen a la edad), quiero enamorarme de Scarlett Johansson y Kate Winslet, de Joseph Gordon-Lewitt y Anne Hathaway, seguir colaborando en Cinempatía, darle las gracias a todos los que han hecho posible la existencia de este arte cinematográfico.
            No dejaré de escribir mis reseñas, impresiones, descubrimientos, de rendirle homenajes como hice con El Desencantador (atentos, una novelita que pronto verá la luz, estoy seguro), recorrido por el cine de mil época y cien mil escuelas para todos los curiosos. A veces sólo encuentro las respuestas en el cine: Into the Wild, Before Sunset, Away We Go, Caótica Ana, En la cama... Porque los lugares donde yo estoy ya han sido transitados por personas mejor preparadas, y no está de más abrir los ojos y aprender. Aprender del cine a vivir.

La muerte
A dos metros bajo tierra y Buffy, Cazavampiros son mis dos biblias audiovisuales para entender la vida. Para aceptar la muerte. Porque por nosotros mismos no somos capaces. Ambas series tienen, ya sea por un motivo u otro, a la muerte como protagonista. Supongo que me fascina y no me aterra. Nunca le he tenido especial miedo a la muerte, y es curioso. A la gente la muerte le provoca auténtico pavor.
Hace dos años murió mi tía Carmen, probablemente una de las personas a las que más quería. La muerte me acarició la nuca como una sábana fría y empapada. Hace ya cuatro años, sin ir más lejos, estuve entre dos tierras cuando el sonado ictus. Un poco más, más fuerza, más tiempo, menos sangre y estaría muerto. No me asusté en su momento ni más adelante; todo lo contrario, me ha hecho darme cuenta de lo bien que está esto de vivir si uno sabe como. Quiero decir con esto que en definitiva se trata de una filosofía de vida producto de mi inmadurez y aspiraciones de bohemio.
            Sea como sea, la muerte es un tema que me obsesiona. Como elemento narrativo, me parece uno de los grandes pilares sobre los que descansan mis  ficciones: una muerte siempre puede convertir un capítulo normal en algo memorable. No obstante, no he matado a nadie, pero lo he deseado. No sé si desear la muerte a alguien es algo demasiado horrible, pero juro que habría matado con mis propias manos a varias personas con las que me he cruzado, y es que el planeta y todos esos seres que lo habitan serían mucho más felices según sin quién.
            Creo que, llegado el momento, yo elegiré cómo morir, cuándo hacerlo. Creo que, dado el vacío existencial y el terror cósmico que me provoca pensar en que los seres humanos somos piezas inútiles e insignificantes en un plan superior, complicarse con nimiedades, caprichos de seres que se sienten el centro del universo, es absurdo. Así, cuando llegue el día, saltaré lejos.


amor, amor

Creo que no estoy enamorado. No, no lo estoy, no ahora. Hace cinco años lo estaba perdidamente, pero no sabía lo que era el amor y las aristas que contenía. Creía que el amor y el sexo eran cosas inseparables, ja, ja, ja. Creía que el amor de película existía, que podíamos ser tan especiales. Tan espaciales. Quería a María, no estoy seguro de habérselo dicho (digamos que sí).
            Ahora, digo, no estoy enamorado. No sé si creo en el amor, porque han pasado unos años de escepticismo indomable. ¿El amor de Aleixandre? ¿El amor de los poetas, de las películas indies? ¿El amor de Cortázar? Qué estupideces, cuándo nos vendieron la moto. No estoy enamorado, pero quiero estarlo. Tengo las cosas más claras, sé que el sexo es una cosa distinta, que a veces no basta con sentir y la cabeza tira más que los huevos, pero se pone en medio el corazón y te quedas sin aire. Sé que no hay respuestas, y es bueno haberlo descubierto como se descubren las cosas para siempre, mediante ensayo y error.
            Supongo que no he dejado en ningún momento de estar enamorado de alguien, a veces por esto o por aquello. Ya sabéis, romántico sin esperanza busca puta sucia, y aquí seguimos, a la deriva...
            He llegado a pensar que no habrá nadie, ¿sabes?, que seguiré en esta senda solitaria de penumbras y desengaños. También he descubierto cosas importantes, y al parecer tengo las cosas más claras que antes. Seremos grandes, seremos únicos, nos querremos con más ganas que nadie, nos morderemos con más fuerza, sudaremos tanto, lloraremos tanto, dejaremos tantos pechos rotos. Supongo que, llegado el momento, lograré recuperar esa inocencia.
            Hay que ser inocente para creer en el amor, pero sin confundir conceptos, sin términos absolutos. Entre tanto, al amor seguirán poniéndole banda sonora Tulsa y Zahara.

Jose en las ciudades

Con 20 recién cumplidos y mucho miedo me fui a Swansea, Gales, de viaje Erasmus. Allí fui feliz como nunca, me divertí como nunca, hice amigos como nunca. Creía que la vuelta no me permitiría ser feliz después de tanta experiencia intensa. Granada me recibió gris y sola, como si no supiera muy bien qué hacía yo de vuelta. Sin embargo, Granada acaba tratándome bien en última instancia, pero estaba escrito que debía seguir volando y visitando otros lugares donde vivir y aprender y divertirme como nunca y hacer amigos como nunca. Ese verano me fui a Francia, Bain-de-Bretagne, y pasé diez días con la familia de acogida hasta que me dio el infarto cerebral. El resto de mi tiempo en Francia no tiene mucho que destacar salvo horas de hospital y rehabilitación. Se sale adelante, lecciones vitales. No he vuelto a pisar Francia.
            Pasaron dos años hasta que volví a volar, en esta ocasión a Bristol, Inglaterra, la ciudad de Skins. Volví a conocer gente como nunca y a hacer amigos, y a beber cerveza como un descosido. Volví a Swansea; fui feliz. Volví a España el 8 de agosto casi de madrugada del 9, mi cumpleaños. Pasé la noche en un autobús a Granada. Bristol me salvó la vida y demostró que no todo estaba perdido.
            Cuando pude venir a Madrid se volvió a abrir el mundo por la gente, las calles, las tiendas, los libros, las croquetas, esa gente de paso con la que te encuentras porque siempre hay tiempo para una última cerveza... Y Madrid estaba tan lejos de Lisboa... Lisboa era una desconocida para mí como el país luso en general, y en 2012 ya he estado ahí dos veces. Me he enamorado de esa ciudad, sus miradouros y su Bairro Alto. Volveré y viviré ahí alguna vez, estoy seguro. Cada vez que vuelvo de un viaje lo hago más feliz, más inteligente y más dispuesto al mundo. Supongo que mi vida será un deambular de calles y ciudades, fotografías de rostros desconocidos y calles anónimas. Acabaré en Oceanía, junto a la playa. Desnudo y solo.

Libros
Libres. Libertad encontramos aquel día en la biblioteca, ese templo de libros a otro espacio y otro tiempo. Al fin el hombre era capaz de jugar a los demiurgos sin que nadie pudiera aplastarlo. Joder, qué feliz era con mis libros esas tardes de leer y leer y dibujar y leer. Leer de pasar horas y descubrirte en medio de una habitación extraña, de querer más a los personajes de las novelas que a tu entorno.
            Y escribir. ¿Por qué escribir? ¿Por qué no? Porque las voces, esa sensación era imposible de aniquilar. Con 20 años sólo tenía sueños y ganas de escribir, y buenas historias que aún me aportan premios y dinero y reconocimiento, pero sobre todo sueños. La traición de Wendy nació como una promesa de amor y acabó como una cruenta venganza, pero acabó. Y me pilló por sorpresa: ni siquiera era una buena novela, pero estaba llena de agallas, y a veces basta eso: agallas. Era al menos una novela honesta. Eso fue el principio del declive, porque nadie me había dicho lo difícil que es esto. Cierto, cuando has empezado a publicar da la sensación de que seguir es fácil con dejarse llevar por el impulso, pero nada más lejos. Hay que seguir supurando a todas horas y evitar volverse loco, porque los personajes e infiernos que creas te acompañan en TODO momento. Supongo que, a los 25, podría afirmar que como poeta no tengo nada que hacer, que la narrativa es mi camino. Supongo que, como siempre, volveré a los versos a veces, cuando no me quede más remedio.
            Mientras tanto, terminé El Desencantador, una novela que comenzó casi al par que La traición, aunque sin un plan establecido. Junto a ellas nacieron casi todos los días personajes y escenarios que dieron de bruces con relatos y cuentos donde tenía cabida todo. He jugado mucho, lo sé. Llegó tambié Nocte, y el panorama literario español con una guadaña y los perros sueltos, y veinte mil oportunidades malgastadas y de vez en cuando algún acierto. Y llegó el proyecto gordo, Queridos niños, a quitarme el sueño y devolverme la fe. Confío plenamente en esta novela excesiva, alambicada, oscura y 100% yo. Parece que voy dando con un estilo o voz propia como si fuera un escritor de verdad.
            Queridos niños y la Residencia de Estudiantes: los amigos, la comida, el tiempo, los viajes, las noches, la cama, la música, los libros, la ciudad, los amigos, la gente, las leyendas, los amigos, el camino, el futuro, los prejuicios, los amigos, los proyectos, las visitas, los amigos. Y en esto estamos, cerrando libros y muerto de miedo. La literatura me ha dicho sí, éste es el camino, y he decidido creérmelo todo. Escribe, Jose, escribe.


Cumplo 25 años, ¿sí? 25 años que podrían suponer mucho o poco, probablemente menos de lo deseable, más de lo esperado. No soy ningún modelo de nada, sólo un hombre con cabeza de niño y decisiones por tomar. No sé nada en el mundo salvo que, de un modo u otro, escribiré.
            No sé dónde, ni con quién, si habré follado antes de abrir el procesador de textos, si estaré borracho o fumado, si será por la tarde o de madrugada, sólo que escribiré. Y que siempre va a estar ahí la melancolía, ese trapo pegajoso de tristeza dulce y contagiosa.
            Quiero a mis padres y a mis hermanos, a mi perrilla, a mis amigos, quiero tanto a mis amigos, quiero a los escritores y a los libros, a los actores, quiero a los pilotos de avión, quiero a los músicos, a los periodistas, a los inventores, a los soñadores, a todos los creadores que han sido tomados por locos, quiero absolutamente esta vida que tengo, lo que nos queda por hacer.
            Y es que no sé por qué, pero a los veinticinco me queda sólo la incertidumbre y esta tristeza en el pecho.

3 comentarios:

  1. Anonadado me hallo después de leer tu bitácora. No tenía ni idea de que tu pasión por la literatura fuera tan profunda, ni de que tuvieras una novela publicada aparte de ser coautor de otras obras.

    Feliz cumpleaños y no te olvides de seguir luchando por aquello en lo que crees. Está claro que ya has conseguido más que "algo" y que sólo debes seguir tu camino.

    Un saludo de un compañero sufridor del máster de la vergüenza.

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  2. Y la vida te quiere a ti.

    ¡¡Felicidades genio!!

    y los amigos también ;)

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  3. Pirómanos como tú hacen que la literatura siga quemando.

    Que el incendio arrase con todo,

    ¡felicidades =D

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