9 de enero de 2015

Poetas portugueses I: Filipa Leal


Tomábamos café cuando llegó la familia
italiana. Era por la tarde en Vale Formoso, y sin viento.
Bebíamos limonada junto a los cipreses de la piscina,
las lagartijas calentadas por el sol.
Hablábamos de cine, de la nueva de Woody Allen,
que prometía Roma a sus fieles, y de las mujeres que bailan
en la mejor de Bertolucci.
Teresa, la diva, prometió entonces enviarnos de Italia
algunas películas, no sin antes preguntar
en su mejor portugués,
si podríamos verlas así, piratamente.
Fíjate: Teresa preguntó si podríamos verlas
así, tal y como tú empezabas a gustarme.
Así: piratamente.


En Vale Formoso, me acordé del hombre
que vendía, en la playa, imitaciones. Cuando era pequeña,
también yo imitaba a los profesores, a los amigos de los padres,
a los adultos que me parecían, todos ellos, caricaturas
de los adultos.
El hombre de la playa vendía imitaciones
de ropa cara, no de gente, imitaciones de marcas caras,
no de caras, no de gente.
Cuando posó su tenderete bajo la sombrilla,
una ola adulta subió de repente
y llenó toda la ropa de arena.
Mi hermana y yo estuvimos limpiando con él
pieza a pieza. Luego, por compasión, le compramos
mucho más de lo previsto.
Del agua, dijo entonces el hombre, viene siempre
un milagro.

(De Vale Formoso, traducción propia)


15

A veces, cuando cenaba con amigos
de amigos,
iba por el camino pensando
blanco o tinto
porque seguía siendo de las pocas cosas
en la vida
que podía elegir.


17

Del primer poeta que conocí
pensé que era un mendigo.
Lo era.


26

En el instituto, raramente
atendía en las aulas.
Me quedaba atrás leyendo el Jornal de Letras
y por eso no sé de dinastías
ni fórmulas químicas.
Pero desde luego aprendí
lo que era estar,
en cierto modo,
completamente solo.


38

Y un día llegó una gripe terrible
que aconsejaba a las personas que no se abrazaran
ni se besaran
ni se dieran las manos.
Realmente todo estaba
en mi contra.

Del libro Adília Lopes Lopes, não edições, 2014; traducción propia)

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