21 de enero de 2020

Un año después

Es tan triste la mañana.
Es tan triste siempre amanecer con la primera luz del día, con este frío del invierno en Lisboa.
Despierto acompañado, aunque, como en aquel cuento de Borges, "Ulrica", pareciera que una espada partiera en dos la cama.

Un año después me ha abandonado toda esperanza este enero (siempre fue el martes el día decisivo, reverso tenebroso del lunes).
Hace un año estaba en Londres, esa ciudad infinita donde todo parece posible, y hoy me encuentro de nuevo entre los barrotes en que está por convertirse Lisboa (me duele físicamente escribir esto). Pero hay luz, me digo, hay luz y tiene nombre: ha llegado Tarde y mal, pero ha llegado.
La literatura de nuevo a salvarme.
Mientras trato de recuperar las migas de mi gloria literaria, ya diez años, sé que, una vez tocado fondo, sólo queda alzar el vuelo.

Tengo treintaidós años, esta fecha más marcada que nunca, la promesa de un fin de semana en Londres a la vuelta de la esquina, alguna escapada a Madrid a la vista, muchos planes, las agallas para dejar este trabajo que me ha drenado y está por acabar conmigo. Tengo deudas, como siempre, facturas pagadas del veterinario, del agua, de la luz, una miseria de sueldo y una sonrisa escrupulosamente ensayada para que no trascienda lo que dicen mis ojos.
Pasa este día como todos, gris y anodino. Leo a Stephen King; me digo: Jose, no has cambiado tanto.
No sé qué va a ser de mí de aquí a un año, pero parece que cada vez tengo más claro lo que quiero que sea de mí. Nunca he sido valiente, pero esto no es la guerra.
O eso me repito.


Ni siquiera escribiría tu nombre
en los cristales helados

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