Mostrando entradas con la etiqueta Tengo cuento. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Tengo cuento. Mostrar todas las entradas

7 de abril de 2025

A vueltas con la IA y sus dilemas morales, legales y medioambientales


En los últimos años hemos visto cómo la inteligencia artificial ha aprendido a crear imágenes con un realismo y una creatividad sorprendentes. Basta con escribir un par de frases en una plataforma como Midjourney, DALL·E o Stable Diffusion, y en segundos aparece ante nosotros una obra que podría pasar por arte digital profesional.

Esto ha llegado a unos niveles delirantes de abuso y vergüenza ajena en las últimas semanas con el trend de ghiblizar imágenes personales para darles ese toque mágico y único del estudio de animación japonés que no ha hecho más que evidenciar que detrás de esta maravilla tecnológica se esconde un entramado de dilemas éticos, legales y medioambientales que vale la pena explorar. Porque no todo lo que brilla (o tiene trazos bonitos) es oro.

El dilema moral: ¿quién crea realmente?

Uno de los grandes debates es si las imágenes generadas por IA pueden considerarse “arte”. ¿Puede una máquina ser creativa? Y si lo es, ¿quién es el verdadero autor: la IA, el desarrollador, o el usuario que escribió el prompt? Hace unos años escribí el cuento "Alicia" para Hijos de Mary Shelley sobre una robot que desarrollaba la capacidad de hacer arte. Cito textualmente de esta historia ideada en 2011: 

Alicia no podía soñar, pero comprendía los sueños. Por eso empezó a leer y a escribir, y a formar parte de círculos esotéricos donde hablaban de la alineación de los planetas y de energías invisibles al ojo humano, de adivinación del futuro, de relecturas del futuro, de cosas tan inasibles que hacían que Alicia se sintiera insegura. Dicha inseguridad comenzó a hacerse patente en sus escritos, nada que ver con los cuentos infantiles que la llevaron al éxito, sino textos terroríficos de personajes solitarios que emprendían viajes a lugares prohibidos, que encontraban viejos amuletos y textos que cambiaban la vida, personajes tan únicos que pronto atrajeron la atención de Roberto, un editor amigo de la familia. Los libros de Alicia se convirtieron en superventas, aunque nadie desveló que en realidad se trataba todo de una farsa, que ella no era humana, que esa literatura no pertenecía a los hombres. 
Pero claro, si ella no era humana, si ella escribía pero había sido hecha de anhelos humanos, de cálculos de los hombres, de intentos por asir lo inasible, si ella había sido fabricada por el hombre, ¿no pertenecía también su obra a los hombres?

Además, muchos modelos se entrenan con millones de imágenes y textos tomados de internet, incluidas obras de artistas que nunca dieron permiso para que su trabajo se usara como "materia prima". Esto ha generado enfado en la comunidad artística, que ve cómo sus estilos son replicados sin reconocimiento, sin pago y sin control. Esto me llevó hace ya dos años a eliminar de mis blogs, donde llevo escribiendo de forma regular salvo esta última década, mucho más caprichosa, numerosos cuentos y relatos en un intento inútil seguramente, porque la huella digital es en 2025 ya indeleble y el daño está hecho.

Y, por si fuera poco, estas herramientas están empezando a sustituir encargos que antes iban a diseñadores e ilustradores reales. ¿Estamos, sin querer, participando en el desplazamiento laboral de los artistas? Yo tengo clarísimo que ni todas las IAs del mundo podría sustituir la congoja que me causó La tumba de las luciérnagas o el sentido de la maravilla que recorre La princesa Monokoke o El viaje de Chihiro. Por no hablar del recuerdo imborrable que me dejó Akira cuando la vi por vez primera con 4 o 5 años en el canal local de tv de mi pueblo (algo que existió y de lo que nadie habla); una IA no puede competir con una impresión tan humana.

Y justo acaba de descubrirse que Jianwei Xun, el filósofo chino que escribió el “libro del año”, Hipnocracia: Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad, es en realidad una IA generada por un italiano (dato anecdótico al tratarse del primer caso que sale a la luz, pero me da que va a ser el patrón a seguir.

 Lo legal: una zona (muy) gris

Está claro que no se ha regulado, y ya vamos tarde, como siempre sucede con el derecho y los gobiernos y leyes, que siempre llegan tarde y mal. Las leyes no están yendo al ritmo de la IA. Por ejemplo:

  • En muchos países, una imagen generada totalmente por una IA no puede tener derechos de autor, porque no hay un "autor humano" detrás.

  • Al mismo tiempo, si una IA genera una imagen muy parecida a la obra de un artista, ¿es plagio? ¿Inspiración? ¿O simplemente coincidencia algorítmica?

  • Además, ya ha habido demandas colectivas de artistas contra empresas que desarrollan estas herramientas, por haber usado sus obras sin permiso en los entrenamientos.

Y ojo con otro tema delicado: los deepfakes. Las IA pueden crear imágenes falsas realistas de personas en situaciones comprometedoras. Esto puede usarse para manipular, difamar o incluso extorsionar. ¿Quién es responsable en esos casos: el usuario, la plataforma, o la propia IA? Mi experiencia trabajando en la revisión de contenidos de Tik Tok me ha hecho descubrir que son curiosamente las propias empresas las que se están regulando al respecto, entiendo que de forma preventiva.

El coste ambiental: el lado invisible

Supongo que habrá gente a la que los conflictos anteriores (morales, éticos, creativos, legales) se la suden directamente, pero tal vez apelar a esta vena medioambiental funcione. Sí, la IA también contamina. Bastante más de lo que creemos.

Entrenar un modelo de generación de imágenes no es algo que se haga con una laptop y buena voluntad. Requiere una cantidad brutal de energía para procesar millones de datos visuales. Y no solo eso: cada vez que alguien genera una imagen nueva con IA, eso también consume electricidad (más de la que usarías haciendo lo mismo con Photoshop, por ejemplo).

A esto sumale el impacto de los centros de datos, el uso de minerales para fabricar GPUs, la refrigeración constante de servidores y el reemplazo continuo de hardware. Todo esto genera una huella de carbono preocupante, sobre todo si pensamos en el uso masivo y creciente de estas herramientas.

¿Entonces por qué carajo se usa sin cortapisas y con esta facilidad?

Me siento en este momento como la pesadísima que no deja de dar la lata sobre las repercusiones de la inteligencia artificial en redes, pero es que la grandísima mayoría de los mortales se queda en la superficie, en el trend, en la foto reconvertida en algo "artesano" y  "único". Asisto estupefacto incluso a creadores que no paran de compartir imágenes creadas por la mente colmena digital de risas.

La IA generativa es una herramienta potente y fascinante, no hay duda. Puede democratizar el acceso a la creación visual, inspirar nuevas formas de arte y acelerar procesos creativos. Yo mismo la empleo y he empleado para facilitarme a veces el trabajo, porque si de algo estoy seguro es de que la tecnología debería estar al servicio de la humanidad y no al contrario, y esto también nos obliga a hacernos preguntas difíciles:

  • ¿Qué valor le damos al arte humano frente al generado por máquina?

  • ¿Estamos respetando los derechos de los creadores?

  • ¿Estamos preparados para lidiar con los efectos legales y ambientales de su uso masivo?

No se trata de frenar el avance tecnológico, sino de hacerlo con conciencia. Porque si la inteligencia artificial va a imaginar el futuro… más nos vale que lo haga con ética.

14 de agosto de 2021

Publicación: "Algo que escapa a toda lógica"

Hace poco hablaba en este blog de las buenas noticias que traía el año: me proclamaban ganador del Quinto Concurso Historias Pulp: El exorcista.

La principal alegría para mí era el reconocimiento a mi trabajo y una nueva publicación que vería la luz tanto en digital como en papel. A espera de que me llegue el monográfico impreso, me gustaría compartir el enlace de descarga por si alguien quiere leer mi terrorífico relato. Tras el comienzo que comparto a continuación, basta con hacer click en la imagen para descargar el pdf (mi participación, a partir de la página 315).

Algo que escapa a toda lógica

Susan Glover entró en la clínica como siempre, con ese gesto tan característico suyo de descolgarse el bolso de un hombro mientras se colocaba la bata de médico en el brazo contrario. Laura le aplaudió desde admisión.

—Menos guasa —dijo la doctora.

—Hay apuestas por aquí —avisó la chica. —Alguien, y no confesaré de quién se trata, dice que un día te colocarás la bata por encima del bolso y entrarás así a planta.

—Dile a Deon que cualquier día le corto el grifo, y adiós Enantyum.

Subió por las escaleras. No le gustaba perder tiempo frente a un ascensor a menudo saturado de enfermos, familiares y personal de la clínica. Se cruzó con dos jóvenes enfermeras que cuchicheaban entre sí, pero apenas fue capaz de distinguir lo que decían, sólo “Sí, sí, la actriz” y “Mi madre no se lo va a creer”. Ya en su planta, pasó por su despacho sin detenerse siquiera y se encaminó hacia el puesto de enfermería. Deon la observó con sorpresa y le llamó la atención, pero ella no le dio tiempo a decirle nada. Llegaba media hora tarde, y no le gustaba. 

—Susa… —llegó la voz de Deon a su espalda.

Había alguien en el pasillo donde sólo se permitía personal hospitalario. Susan se acercó a la anciana que aguardaba en la puerta con una bolsa de papel entre las manos.

—Señora Conroy, no puede estar aquí.

—Buenos días, doctora —dijo la mujer con una sonrisa tierna. Todo en la señora Conroy desprendía ternura, desde sus ojos verdes y cansados a su pelo como algodón recogido en un moño bajo o su ropa anticuada, la chaqueta de punto granate y la falda de cuadros hasta los tobillos. —Lo siento, pero esta noche David me ha hecho una visita.

—David está en coma, eso es imp…

—En sueños, claro. Y no podía dejar de venir.

Susan miró entonces por la ventana que daba a la habitación, donde el hijo de la señora Conroy descansaba igual que el día anterior, los meses anteriores e igual que hacía dos años, cuando lo habían traído por primera vez. Ya estaba acostumbrada a las visitas de la anciana, pero en ocasiones debía recordarle los límites. Había nueve pacientes en coma profundo, y un estricto horario de visitas para que todo funcionara como la seda. No querían que los visitantes llegaran mientras estaban aseándolos y vieran las llagas y escaras propias del encamamiento o que molestaran durante las sesiones de fisioterapia.

—He hecho magdalenas —añadió la anciana mientras le ofrecía la bolsa de papel. —Con arándanos y mantequilla.

Susan sonrió. La mujer había averiguado que esas eran sus preferidas, y aceptó el presente.

—No se va a despertar —dijo a la neuróloga, su afirmación convertida en pregunta.

Tal y como habían hecho siempre esos años, Susan interpretó su papel. Negó con la cabeza con resignación en la mirada, y la señora Conroy le sonrió entre lágrimas. Entonces, por primera vez en dos años, la anciana le dio la réplica:

—¿Pues sabe qué, doctora? Yo sé que se va a despertar.

3 de marzo de 2021

Ganador del Concurso Historias Pulp 'El exorcista'


Hace unos meses anunciaba aquí mi intención de volver a la escritura de cuentos y relatos. Aunque dicha decisión no se tradujo en tantas historias como preví, algunas de ellas comienzan a dar sus frutos. Sin ir más lejos, ayer me anunciaron que soy ganador del concurso que organiza Historias Pulp, en su quinto número con un monográfico dedicado al universo cinematográfico de El exorcista.


Me llevaron a participar en esta convocatoria varios motivos. Por un lado, la publicación en un número entero dedicado a un tema que me interesa, donde se conjugan artículos que orbitan en torno a la historia de Regan MacNeil y los padres Karras y Merrin. Segundo, que se tratara de una publicación especializada. Como lector de literatura de terror y autor de género, siempre he tratado de romper una lanza a favor de quienes apuestan por mantener viva la dignidad y relevancia del terror. Hay proyectos valientes como Saco de Huesos, con quienes he colaborado gustosamente en varias ocasiones, e Historias Pulp, desde su concepción, me pareció que iba en esa línea, con el aliciente de que en la revista Historias Pulp se conjugan cine y literatura.

Tras cuatro números dedicados respectivamente a La Cosa, Alien, Predator y Phantasm, llegaba el turno de una película por la que siento especial predilección. Como digo, le tengo un cariño especial a El exorcista. Se trata de una rara avis que dignifica el terror. Desde la historia de William Peter Blatty al soberbio trabajo tras las cámaras de William Friedkin, todo funciona en especial en la primera entrega cinematográfica. Que una película de terror penetre en la memoria colectiva con la rotundidad con que lo hizo ésta debería darnos una idea del logro autoral.

Para mí El exorcista era poco más que una experiencia popular más, una serie de postales tantas veces homenajeadas y parodiadas que sentía parte de mi trasfondo cultural. Sin embargo, no tengo recuerdo claro de haberla visto hasta 2012, cuando la proyectaron en pantalla grande dentro de la experiencia Phenomena en una doble sesión junto a Tiburón. Sólo entonces, mientras disfrutaba de la película como había sido concebida para ser vista, caí en la red de una historia construida con un tempo maravilloso, con unos personajes escritos con mimo y un terror que late a lo largo de todo el metraje y nace de las emociones de sus protagonistas, no de sus cacareados efectos especiales. Creo que era la primera vez que fui consciente de que una buena historia de terror podía contarse con calma y con oficio.

Dados los motivos que me llevaron a participar, mi intención era poder colocar un relatito en el monográfico y tan contento. Cuando comencé a escribir mi relato, y tengo pensado explayarme sobre el proceso creativo del mismo en un post futuro, contacté con el equipo organizador para interesarme por el límite de extensión. Cuando me explicaron que no había límite supe que debía dar rienda a ese oficio y esa calma de la que hacía gala la película.

Por eso cuando ayer me anunciaron ganador del concurso, la sorpresa fue mayor. Casi había olvidado que estaba participando en la selección, y una parte de mí había empezado a restarle valor al relato enviado (de hecho, estaba planteándome cierta reescritura de todo el tramo final), por lo que la generosa valoración de Historias Pulp sobre mi escritura y sobre "Algo que escapa a toda lógica" ha sido el primer highlight de este raro 2021. Estoy deseando tener el ejemplar entre mis manos hasta el punto de que anoche me dieron las 2 de la mañana revisando y puliendo algunos errores de la versión primera que había enviado. Pronto más sobre esta historia.

9 de noviembre de 2020

Vivir del cuento

Cuando empecé a escribir "en serio", esto es, con el firme propósito de crear ficción, me aventuré en el curioso mundo de los premios literarios. Hay en España tantos premios literarios (algunos tan sesgados) que, por estadística, alguno acabé ganando. Escribía mis relatos, generalmente de terror, y luego los enviaba al tuntún a aquellos certámenes que se adecuaban a mis escritos. Lo habitual era recibir algún pequeño premio metálico, que si 200€ por aquí, 150€ por allá, que supongo luego me daban para comprar libros, películas y series. Esto me llevó, además, a lugares tan diversos como un pueblo sevillano, Arahal, a Pinos Puente, en Granada, la misma noche de la cena de mi promoción de 2º de bachiller, a que me entrevistaran y publicaran en revistas municipales y cosas de ese tipo.

No tenía yo ni idea de que hay gente que vive literalmente de esto, gente que estudia convocatorias, y aquellas que considera accesibles trata de ganarlas a toda costa. Entre un premio en un pueblo de Soria y otro en la Orotava, al final hay quienes se sacan un sueldo. También descubrí más adelante que mi admirado Roberto Bolaño era un habitual de estos concursos, que le permitían un ingreso extra para su precaria situación económica antes del boom del Herralde y Anagrama y demás.

Cuando comencé a escribir novelas, fui descolgándome de los cuentos y relatos. No obstante, iniciativas como  mi paso por la web El Cuentacuentos o entrar en la ya extinta Nocte, la asociación española de escritores de terror, hicieron que mantuviera mi creación en la ficción corta. Sin embargo, ya escribía estos textos con un objetivo marcado, desde participar en la web o en antologías de terror. No participaba en concursos, y si lo hacía era con libros de cuentos enteros. Así nacieron Nosotros, que poseemos la tierra o Donde mueren los monstruos.

Con dos libros de relatos publicados, he de reconocer que en los último años he abandonado un poco el género salvo por las publicaciones colectivas donde he tenido la suerte de colar algún relato. Incluso he llegado a escribir algún relato que finalmente no he publicado porque he llegado tarde a la  fecha de publicación o no me convencía la propuesta editorial. Lo bueno es que en esos relatos sin puerto acabo por detectar ciertos puntos en común que tal vez me lleven a un tercer libro de relatos.

Y ahora me he propuesto firmemente volver a escribir cuentos. Hay muchas convocatorias, algunas golosas por el tipo de publicación  que suponen o por el incentivo económico, así que llevo unas semanas dedicándome a escribir nuevos cuentos, en su mayoría de terror, y enviando a distintas convocatorias. Con suerte, pronto tendremos una nueva tanda de antologías con mis aportaciones.

Ya sé que nunca podré vivir del cuento, pero seguiré contando hasta que me falten las fuerzas.


25 de agosto de 2018

Nuevo relato: Las últimas veces

Hace unos meses me informaron de que se preparaba la publicación de un libro con otros escritores de la comarca de Mágina, mi sierra,  sobre la Denominación de Origen del aceite de oliva. Yo, que ya había homenajeado mis raíces en el relato que abre Donde mueren los monstruos, me propuse escribir algo del mismo palo, recuperar la esencia del mismo, esta vez centrando mis esfuerzos en ensalzar la relevancia del aceite de oliva en mi tierra. No es la primera vez; ya hace unos años publiqué un libro de relatos ambientados en mi tierra, Nosotros, que poseemos la tierra. No me suele gustar escribir por encargo, sobre todo cuando se trata de ficción, pero acepté la propuesta. Escribí un relato alejado del tópico, de la lembranza, de la tradición, y a la vez lo apoyé en el tópico, en la lembranza y en la tradición. Logré rehuir la metaficción, de la que abuso a menudo cuando me enfrento a encargos, y me nació una pequeña historia de ¿ciencia-ficción? distópica. Explicaba el antólogo que "la idea es realizar un libro donde los textos rescaten vivencias pasadas o presentes que transcurran alrededor del universo del aceite". Con el desarrollo de la obra tan avanzado, no sabía si tendrían a bien aceptar mi propuesta.
Terminado el relato, contacté con el responsable de la edición del libro, que traía malas noticias. Las negociaciones con la editorial no habían llegado a buen puerto, por lo que se cancelaba la publicación. Sin embargo, me propuso participar en un certamen convocado en un portal literaria cuya temática era el aceite de oliva, por lo que sometí "Las últimas veces" con la intención de ganar algo y publicar. No gané. El proceso de votación dependía de likes y votos en el mismo portal, y he llegado a punto en mi vida en el que no estoy para agotar energía en estos menesteres. Además, la web no respetaba el formato del relato, lo cual supuso una bajona y no hice la mínima campaña, no lo compartí con nadie. Alea Jacta Est, dije, y para mí lo más honesto era confiar en la originalidad y calidad de mi obra más que en ganarme la antipatía de mis contactos en redes sociales. Total, terminado el concurso se anunciaron el ganador y finalistas, y yo no aparecía por ninguna parte, cero sorpresa.
Sin embargo, días o semanas más tarde recibí un correo de uno de los responsables del certamen donde se me anunciaba que había sido uno de los escogidos por el jurado para publicación por los méritos literarios de mi relato. Me daba ciertos detalles sobre el lanzamiento del libro y la editorial implicada, y ya me puse a investigar. Leí los relatos vencedores, consulté el catálogo de la editorial y algo que no había hecho hasta ahora, releí mi relato. Pasados los meses desde que lo escribí, pude leerlo desde fuera, como si fuera de un autor desconocido. Entonces decidí no seguir adelante con la publicación para darle otra vida.
Pronto se materializó en la posibilidad de publicarlo en Culturamas, uno de los medios culturales más importantes en España, dentro de su iniciativa para publicar a autores anónimos cada semana. Bastaba con enviarlo, que el comité de lectura decidiera si era apto para publicación, y llegara a la web. A los pocos días me confirmaron que el mío había sido el relato escogido para publicar esa semana, y pronto "Las últimas veces", que había nacido con otro propósito, encontró su camino al mar. 
Aquí el comienzo; para leerlo completo, haz click en la imagen.


Nadie hablaba de últimas veces. La primera vez. La puta primera vez siempre. El primer paso, el primer pañal, la primera cicatriz, la primera pelea, la primera mascota, el primer beso, la primera hostia, el primer suspenso, el primer polvo, el primer amor, el primer piso, el primer primero, el primer primer. Primer. Primer. Primer.
            Alberto contempló la enorme masa azul que le devolvía toda la luz posible y bañaba su rostro y su traje espacial. Añoraba la Tierra. Desde que llegó a la estación espacial, no pocas veces la ansiedad por la última vez lo había embargado. Nadie hablaba del último polvo, del último abrazo, de la última tostada con aceite. Alberto trataba en esas ocasiones de solitud de discernir cuál habría de ser el último flechazo, el último impulso eléctrico que había conectado su centro sensorial con su corazón. Y no recordaba si ese último amor a última vista correspondía a la conductora del autobús que lo había acercado al centro espacial, con algo de brillo, nada, una sombra en los labios y el cabello asimétrico con finas mechas de color ceniza; si se trataría de la técnico de laboratorio que había hecho todas las pruebas durante el último check up—definitivamente, le había sonreído con cierto rubor—; si había sido siquiera la asadora de pollos en Gran Capitán durante su última estancia en Granada, aunque apenas recordaba su rostro, sólo una emoción parecida al vértigo mientras ella preguntaba qué tipo de salsa quería; o tal vez no, tal vez ninguno de aquellos encuentros fortuitos guardara en su núcleo la clave del último flechazo que ya no quedaría en nada.
            Hacía frío. Era algo de lo que no se hablaba, pero en el espacio hacía frío. Bajo los kilos del traje espacial, a pesar del núcleo de calor que surgía de su cuerpo, siempre hacía frío.
            Alberto era sinestésico; no podía ver los olores, o degustar los sonidos, ni siquiera oír los colores dentro de su ser. Alberto, por su parte, era capaz de sentir los sabores [...]
Las últimas veces

Más adelante, consciente de la calidad del cuento, fui un paso más allá y lo candidaté al siguiente número de la revista Iowa Literaria, uno de los proyectos órbita del Máster de Escritura Creativa de la Universidad de Iowa, donde el comité seleccionador y la propia revista están repletos de creadoras de primerísimo nivel y donde, para mi orgullo, decidieron darle cabida.
Aunque eso no es todo. Uno nunca sabe qué va a ser de lo que escribe, a qué lugar ignoto irá a parar ni a qué puertas llamará. Así, a comienzos de 2025 recibí un mensaje de uno de mis contactos en Instagram, Jon Herring, que además de escritor es traductor y había traducido parcialmente "Las últimas veces" en la uni, pero ahora quería saber si estaba interesado en que tradujera el cuento por completo para su publicación en revistas especializadas, a lo que respondí que sí entusiasmado a lo que sería la tercera vida de esta historia, y para un público completamente nuevo.

16 de diciembre de 2014

Premio Nosferatu por "La cajita"



Hace demasiado tiempo, más de un año, tal vez dos, me propuse escribir un relato para la revista de terror fosco Calabazas en el trastero, en la cual ya había tratado de publicar algo anteriormente sin éxito (recuerdo un relato terrible para el monográfico Arañas, y un relato que aún me fascina para el de Peste), de modo que empecé a reflexionar sobre el tema de la convocatoria vigente, Supersticiones, y lo cierto es que la idea estaba clarísima. Hay veces en las que para que una idea cobre forma necesitamos darle muchas vueltas, estudiar el tema, investigar antecedentes, homenajear, etc. En este caso, la idea, sencilla y clara, tenía forma de bombilla iluminada sobre mi calavera. Una sucesión de infortunios que le ocurren a alguien en absoluto supersticioso, alguien como tú o yo, personas a las que la suerte nos da igual, porque la suerte que tenemos es la suerte que nos labramos, ¿cierto? Os dejo con la nota de prensa con la que casi me enteré de la noticia y con dos opiniones que conciernen a mi relato: 


El relato de Jose Alberto Arias Pereira, "La cajita", ha sido galardonado por los lectores de Calabazas en el trastero: Supersticiones con el Premio Nosferatu. El autor recibirá de la mano de la Biblioteca Fosca, por ello, una réplica en póster de la fabulosa ilustración de David M. Rus.


Para mí "La cajita", por ejemplo, es de los mejores de la antología -junto al tuyo, por cierto-. Sin embargo, veo que a varios lectores les ha resultado confuso en algunos aspectos. La cajita (José Alberto Arias Pereira) El autor juega con una multitud de supersticiones para reflexionar al final sobre lo inevitable del destino, convirtiendo muchas supersticiones más clásicas en simples augurios más que en cosas a evitar. El resultado es un relato bastante ágil y entretenido, e incluso algo ligero pese a lo terrible de la trama.

“La cajita”, de José Alberto Arias Pereira, te remueve las entrañas. En el género de terror hay un tipo de historias que pueden producir malestar, y si eso se considera un logro, desde luego hay que aplaudir al autor, que en torno a un accidente doméstico con bebés de por medio te lo hace pasar realmente mal en una delirante narración repleta de “y si hubiera hecho esto...”.

El autor juega con una multitud de supersticiones para reflexionar al final sobre lo inevitable del destino, convirtiendo muchas supersticiones más clásicas en simples augurios más que en cosas a evitar. El resultado es un relato bastante ágil y entretenido, e incluso algo ligero pese a lo terrible de la trama.

25 de marzo de 2013

À Paris



Un día puede cambiar tu vida. Una persona puede cambiar tu vida. Pero, ante todo, una ciudad puede cambiar tu vida. Llegué a París una noche de otoño tras cinco días de carretera ininterrumpida. Encontré al poco, gracias al amigo de una amiga, casa que compartir con dos griegos y una italiana escultora en la Rue Rivoli. El piso estaba lleno de cuerpos a medio modelar, de cuadros de desconocidos, cojines y pufs donde pasar las horas.
     En cualquier caso, yo no había ido a París a convertirme en un cliché. Amaba el arte por encima de todas las cosas, y la fantasía de recorrer el Louvre como en una peli de Godard, de visitarlo a diario, al fin estaba a punto de hacerse realidad.
     La primera vez que visité el museo fue bastante decepcionante. Todo era tan ordenado, tan metódico, tan ASÉPTICO que apenas percibí la magia del lugar. A pesar de todo, volví al día siguiente y me fui alejando del grupo poco a poco. Así, progresivamente comencé a idear un plan para cumplir mi sueño. Cuando cerró el museo al séptimo día de mi llegada, en lugar de irme como hacían el resto de los visitantes, esperé a que se produjera el cambio de guardia. Un señor corpulento, de nariz grande y espalda ancha, salió y saludó a un joven que fumaba indiferente en una de las puertas traseras. En cuanto se apretaron las manos, la diferencia entre ambos se hizo casi irrisoria.
     Yo observé en silencio hasta que el joven entró. El grandullón de miró con desinterés y se alejó con su lento caminar. Entonces, procedí. Golpeé con los nudillos hasta que abrió el joven vigilante. Me fijé en el revólver que le asomaba junto al cinturón y en la placa con el nombre.
     -¿Qué quieres? -preguntó en francés. 
     -Hola, me llamo Verónica y voy a hacer que pases la mejor noche de tu vida si me haces un favor.
     -Buenas noches -se limitó a decir, y cerró en mi cara.
     -¡Pascal, Pascal! Si no me abres, jamás sabrás como podría haber sido esta noche y cuando seas viejo y estés echando de comer a los patos del parque te acordarás de mí, de las largas horas de aburrimiento y te maldecirás por no haber aceptado mi propuesta. Pero entonces será demasiado tarde y no podrás volver a este momento, y lo lamentarás para siempre.
     Esperé unos segundos eternos a la espera de cualquier respuesta. Al fin, la puerta cedió unos centímetros.
     -¿Qué favor? -preguntó.
     -Déjame entrar. Te contaré una historia por cada cuadro, te cantaré canciones que nadie conoce, nos reiremos de la Gioconda y haremos un picnic en la sala Van Gogh. ¿Qué me dices? 
     -Anda, pasa -dijo, y dejó escapar un profundo suspiro.
     Nada más entrar, eché a correr por los pasillos mientras perdía de vista a Pascal, que me llamaba y preguntaba mi nombre con pánico en la voz. “¡Verónica!”, gritaba yo a todos los cuadros.       Me detuve frente a la Gioconda, menuda, inocente, intrigante. 
     -Querida, me llamo Verónica. Ha sido un placer dar contigo al fin. Sshh...el guarda no me quería dejar entrar. ¿Sabes qué? Creo que está celoso. Estos franceses... No te muevas, te voy a dibujar. 
     Saqué un carboncillo y un cilindro de papel grueso y esbocé sus piernas. Le dibujé unas piernas a la Gioconda. “Por si algún día te cansas y prefieres huir”, le expliqué. Casi no me di cuenta de que Pascal nos observaba en silencio al otro lado de la galería. Sonreía. Entonces saqué una Polaroid y eché una foto de nosotros tres. Y fuimos a la sala Van Gogh, donde cenamos unos sandwiches vegetales y vino tinto, y brindamos por el pintor pelirrojo, que murió sin haber vendido ni uno de sus cuadros. Pascal y yo acordamos algo: le visitaría todos los lunes hasta contarle una historia por cuadro, cenaríamos juntos y beberíamos vino francés de la botella. Al despedirme, le di un beso en la mejilla y tiré de mí para llegar a la salida corriendo. Entonces, lo besé en los labios.
     Salí de allí a las seis o siete de la mañana, no sé bien, y llegué andando a la calle Lepic. A unos metros me observaba un perro pequeño, gordo y gracioso. Le asomaba la lengua por el lado. Adopté al carlino y lo llamé Poulain. Ésa fue la primera gran noche de mi vida.

23 de abril de 2012

Feliz Día de la Silla

Mis amigos de la biblioteca de El Jau
Esta mañana he tenido un encuentro literario en El Jau, una pedanía al lado de Santa Fe, a las afueras de Granada. Ha sido divertido, los niños han preguntado mucho y creo que hemos conectado. Cuando sucede esto, se nota la magia.
     He abierto el acto haciendo referencia al tan comentado Día del Libro, y les preguntaba a estos jóvenes lectores por qué existe un Día del Libro y no un Día de la Silla, cuando no leemos a diario pero sí nos sentamos en sillas día sí, día también. Estoy por instaurar el Día de la Silla, ¿qué tal el 24 de abril? Sería bonito llevar una broma a su última consecuencia.
     Pero lo que importa hoy, para qué negarlo, es el Día del Libro. Libros, esos objetos de papel que están por todas partes, que a unos les dicen mucho y a otros, tan poco. ¿Recordáis algún libro con cariño? Yo tengo muchos libros a los que guardo un cariño especial, pero si tuviera que elegir el primer libro que admiré durante bastante tiempo, a pesar de los años que caían sobre mí, a pesar de que ya no era un niño de hasta 12 años, como indicaba el color naranja de la colección del Barco de Vapor, supongo que el libro elegido debería ser Vania el Forzudo, ese enclenque muchacho ruso que, por vago, siempre se enemista con sus hermanos hasta que un día recibe el consejo de un viejo. Si pasa siete años en la chimenea alimentándose de pipas de girasol, conseguirá una fuerza sobrehumana, y así ocurre. A partir de entonces, Vania se dedica en cuerpo y alma a convertirse en zar, con los retos y aprendizajes que encontrará en el camino. Al final, lo consigue.
     Recuerdo cómo me ilusionó la historia, cómo me enamoró la construcción, ese camino de autodescubrimiento que, de modo totalmente inconsciente, he repetido yo en mis novelas, cómo toda la arquitectura estaba bien hilada y los personajes bien definidos. Como digo, la he releído pasado el tiempo y siempre me ha gustado, cada vez por un motivo concreto. Como esa novela recuerdo otras con cariño, de las lecturas voluntarias que podía repetir una y otra vez: Ari, la historia de una araña doméstica; Aurelio tiene un problema gordísimo, la historia de un chaval con un síndrome que le hace crecer de forma desmesurada de la noche a la mañana, con la discriminación que ello implica, y además termina en Lisboa. Insisto, estas lecturas infantiles definieron mi forma de escribir más intuitiva, como compruebo ahora al estudiar mis escritos. Los temas y ciertos detalles de estos libros parecen haber estado madurando a fuego lento en mi cabeza hasta que ha llegado la historia perfecta donde volcarlos.
     Eso es sólo el principio. Entonces, por mucho que me reía con Fray Perico, no sabía las carcajadas que me haría lanzar, por ejemplo, Crezco, o las lágrimas tras leer La flaqueza del bolchevique o Matar un ruiseñor; no sabía que una saga literaria como Harry Potter me llevaría a devorar libros en inglés, ni mucho menos intuía que, una vez superada la barrera de las cien páginas, llegaría un momento donde muchos de los libros que me rodearan superarían las mil páginas; no sabía, tenedlo en cuenta, que una noche me costaría dormirme oculto bajo las mantas de la cama tras leer "El grabado de la casa" de Lovecraft, o que esa maravillosa sensación de miedo un día se transformaría en la adrenalina inyectada a través de Stephen King, sustancia que aprendería a fabricar por mi cuenta en escritos nacidos de mi cabeza.
     Todos esos libros tienen nombre y apellidos, y la mayoría de ellos habrán sido escritos por alguien sentado en una silla. Por eso creo que es tan importante honrar el Romancero gitano de Lorca como las sillas donde lo ideó en su casa de Granada y la Residencia de Estudiantes, las camas desde donde escriben escritores sin futuro, las sillas de madera pelada, marrones y sin artificios, o aquellas forradas en piel de dálmata, sillas de plástico o metal, de diseño moderno o barroco, todas con una sola misión: abrazar las posaderas de escritores y lectores a lo largo de los siglos. Si a alguien no le parece bien lo de honrar las sillas, que me lo diga.
     Por lo pronto, honraré al libro. A ese objeto de papel. Su olor, su polvo. Las librerías viejas, las bibliotecas medio cerradas, la tinta que nunca muere. Por ello, a partir de mañana me dedicaré a publicar reseñas literarias de mis últimas lecturas y adquisiciones con una constancia variable, pero relativamente seguida. Lean, insensatos, lean a los locos.

16 de abril de 2012

Juventud sin futuro: la literatura puede salvar el mundo

Publiqué mi primera novela con 22 años.
     Empecé a escribir con quince, dieciséis. No sabía, nadie me había enseñado. Como en muchas otras cosas, fui autodidacta. A veces fantaseaba con estudiar Periodismo, ya que al parecer era lo más aproximado a escribir que se podía estudiar en España. Como ocurre en las mejores historias, no pudo ser y al final hice Traducción. Mientras me sacaba la carrera a duras penas, me dio por escribir mucho. Aún no sabía escribir, pero escribía.
     Hasta este año no he aprendido a escribir; de hecho, ahora estoy en proceso de aprendizaje. Aprendo no sólo a crear personajes y a estructurar novelas, a hallar el ritmo interno de los poemas, al puñetazo certero del relato breve; aprendo también del mundillo, de la industria, de los guetos, de lo mejor y lo peor de esto, de aspectos extraliterarios que, las más de las veces, determinan el producto final.
     De entrada, el prejuicio. Prejuicios con respecto a la literatura de género, la literatura infantil y juvenil, y la edad del autor. En lugar de valorarse la obra como tal, se exploran estos conceptos como si fueran determinantes a la hora de ofrecer una obra digna. La literatura de género, salvo contadas excepciones (en su mayoría clásicos), no recibe el respeto que pueda despertar la "literatura seria" o convencional. Así, todo el mundo conoce a Lucía Etxebarría, pero no a David Jasso, por poner como ejemplo un autor español con una obra contundente. Las editoriales grandes no apuestan por autores de terror porque la gente no quiere pasar miedo, porque el público mayoritario no conoce la novela de terror más que de oídas. En gran parte, no la conocen porque los grandes grupos editoriales no quieren perder el supuesto respeto con el que cuentan al apostar fuerte por una novela de terror. Afortunadamente, se dan casos que dictan la excepción, en especial debidos a modas (el género Z ha dado lugar a una sobresaturación de zombies de todas las formas y colores) y novelas que se han adaptado al cine o televisión, aunque no tengan la calidad literaria de los grandes del género.


     En cuanto al segundo prejuicio del que hablo, literatura infantil o juvenil, no entiendo hasta qué punto es válido, ya que el hecho de que un autor se dedique a esta literatura en especial no determina que no sea capaz de plasmar una historia enfocada a un público adulto de manera satisfactoria. Autores como Laura Gallego, Patricia García-Rojo o Javier Ruescas han optado por escribir para lectores jóvenes, y para más inri literatura de género fantástico, de modo que el prejuicio es doble. No obstante, es innegable que existen nuevamente clásicos (Roald Dahl, J.M. Barrie, Lewis Carroll, C.S. Lewis...) que ponen de relieve la importancia y la calidad de la literatura dirigida a los jóvenes de la casa. Y es que no todo van a ser sesudas historias donde analizar conceptos universales a través del drama de los protagonistas a través de soliloquios, monólogos interiores y demás recursos, aunque podrían serlo. La literatura infantil y juvenil podría utilizar dichas herramientas, aunque a un nivel más accesible. Dignificar la literatura juvenil e infantil es algo que me he propuesto desde diciembre, cuando presenté la novela Los cines somnios de Patricia García-Rojo. En ese acto tuvimos la ocasión de charlar de forma relajada sobre dichos prejuicios, las limitaciones de la literatura para jóvenes y la dudosa calidad de la mayoría de lo que se publica. Así pues, decidí seguir su ejemplo y resucitar una novela que tenía abandonada y ponerme manos en la masa hasta darle forma y sumergirme en una aventura apasionante escrita para chavales jóvenes. No por ello estupidicé la trama o maquillé los hechos relatados. Quien me haya leído, sabrá que no tengo peros en las yemas de los dedos si tengo que matar niños o ponerlos contra la espada y la pared, esto es, no escribí una novela blanca y de estructura lineal, como se supone que han de ser las historias para jóvenes. Utilicé recursos formales como saltos en el tiempo, cambio de narrador, inclusión de metaficción y una serie de estrategias para sorprender al lector y ofrecerle una historia en aparencia algo sosa, pero atractiva y entretenida. La novela cuenta prácticamente con dos personajes gordos, el protagonista y el antagonista, la lucha entre el bien y el mal, y la estructura sirve de pretexto para convertir la narración en un clásico Bildungsroman donde forma y fondo coinciden. Estoy orgulloso con esta novela, porque funciona a tres niveles de manera simultánea, y es muy difícil que esto se dé. De hecho, creo que es una de las pocas veces en que esto ocurre. El hecho de dividir la novela en tres partes prácticamente independientes, como tres novelitas casi autosuficientes, me ha permitido a su vez decidirme por un tono distinto en función de lo que quería contar: de lo naif a lo mágico o lo crudo. Así pues, en mi primera inmersión en la literatura juvenil, no puedo estar más contento y estoy convencido de que encontraré a alguien dispuesto a arriesgar con esta historia atípica que es a su vez una oda al cine. Sirve del mismo modo para afirmar que es posible hacer las cosas bien, alejarse de la mierda ingente que se publica constantemente con historias de adolescentes que son las mejores amigas, que viven en mundos fantásticos, que tienen líos amorosos que no interesan más que a niñas románticas. Hay que follarse las mentes, ¿no? Pues eso, a pelo.
     Tercer punto. Juventud, divino tesoro. Hasta hace poco, se tenía mal considerados a los autores demasiado jóvenes, sobre todo si eran novelistas. Salvo casos de genios como Truman Capote, se decía que para escribir una novela se tenía que haber pasado con creces la frontera de los treinta, ya que la alta literatura nace de la experiencia, no de los intentos desesperados de un mocoso por reinventar la Historia de la Literatura. Ahora, de repronto, sucede todo lo contrario y se publica sin disimulo y sin prejuicios a muchos autores jóvenes. Por suerte o por desgracia, España es el país con más premios literarios, muchos de ellos convocados para dar a conocer a nuevas promesas de las letras. De no ser por muchos de estos premios, yo no sería quien soy. Casi empecé a escribir y me animaron a participar en premios juveniles, de esos para menores de 18 años, cuando aún no sabía escribir, cuando escribía con las tripas, cuando la intuición y lo bonito del proceso. La traición de Wendy es también la consecuencia temprana de uno de estos premios. Al fin y al cabo, dichos certámenes sólo sirven para descubrir talentos y hacerles ver que tal vez lo suyo sea la literatura, a modo de señal de advertencia: "Oye, échale un vistazo a este mundo. Al igual que escribiste este cuento, puede que en unos años sean tus novelas las que se vendan en la librería de tu barrio". ¿Significa esto que dichos libros no deberían publicarse? No creo. Son libros imperfectos, inocentes, frescos, eso es importante, son frescos, pero no tienen la corteza dura del autor que lleva años y años dedicándose a esto. Se tratan, pues, de un primer paso tan bueno como otro cualquiera. 

7 de abril de 2012

Marzo negro

Durante el mes de marzo he leído Crezco, de Ben Brooks, y he comprado varios libros, a saber: La broma infinita de David Foster Wallace, la biografía de Nina Simone La vida a muerte de Nina Simone y Cuartel de invierno, de Luis García Montero. He tratado de ir al cine al menos una vez a la semana, aunque el presupuesto no me lo permitía. Con todo, disfruté Extraterrestre de Nacho Vigalondo y Chronicle de Josh Trank, y me compré, aunque ya la había visto varias veces, I'm not there, ese improbable biopic de Bob Dylan de la mano de Todd Haynes. No he dejado de comprar mis ejemplares mensuales de las revistas Esquire y Rolling Stone. Por si fuera poco, he dado una charla en una biblioteca de Madrid, otra en la de Linares y dos clases sobre la figura de Peter Pan en un instituto de Madrid. Me han publicado algún que otro artículo sobre el panorama literario actual. Como todos los meses, he pagado religiosamente mi cuota de Spotify para disfrutar de toda la música a todas horas. He estado corrigiendo la novela que terminé en febrero. Además, me han regalado varios libros, muy distintos entre sí, y he regalado algún libro yo también.
     En definitiva, éste es un post reivindicativo con la cultura, porque la solución no está en dejar de consumirla para que pase por el aro de la piratería, para que la ley del todo vale se asimile, para que no haya que pagar por el trabajo de otros. Hay que consumirla sin miedo, sin prejuicios, sin frenos para cimentar una industria potente que posibilite otro modelo, que no dependa de ayudas gubernamentales, industria que genera trabajo y sueños. Yo este marzo negro he tratado de arrojar luz al mundo, de no aborregarme y renunciar a lo que amo

6 de marzo de 2012

Cómo están las cosas

Es miércoles. Ya es marzo. Este año, se adelanta la primavera. Están los almendros en flor (al menos uno que hay junto al canal de la Residencia). Mi vida no para, yo no paro. A veces pienso de más, a veces de menos. No me enamoro, nadie se enamora de mí. No vinimos aquí a enamorarnos, ¿cierto?
     Leo menos de lo que debería. Releo Peter Pan, también novelas sobre adolescentes (Submarino o Crezco, por ejemplo). También leo poesía, El eco anticipado de Carlos Contreras Elvira y toda la poesía de Javier Egea en la maravillosa edición de Bartleby editores. Leo, cómo no, la promesa de moda, Fresy cool de Antonio J. Rodríguez. Una parte me gusta; la otra, no.
     Escribo de todo, y cuando digo todo es todo. Escribo novela, poesía, cuentos, relatos, artículos, críticas de cine, exposiciones. Este mes entrego un relato para un ebook, un artículo para una revista, un cuento de terror para otra antología, doy dos clases sobre Peter Pan en un instituto de Madrid, doy una charla sobre mitos y literatura en la biblioteca de Vallecas, tengo un encuentro con estudiantes de Linares... Me detengo y respiro. Retomo el poemario para no olvidar y corrijo El Desencantador, que para algo la acabo de terminar. No me convence una parte. Igual toca reescribir.
     A veces tengo visitas. Me gusta tener visitas: que si un amigo finlandés, que si amigas francesas, que si que si, que si tú, que si yo... Me gustaría poder viajar más, tener el dinero ahora que tengo el tiempo. Me voy a LIsboa el jueves, puede ser un comienzo. Reunirse con amigos de siempre, con amigos que están a todas horas a pesar de la distancia, a pesar de las letras. Descubrir Lisboa con escritores, recitar, tal vez...
     No voy al cine muy a menudo porque el presupuesto no lo permite, pero ahora mismo hay en cartelera muchas películas que valen la pena. Propongo, por resonancias, por proximidad, por fetichismo, Mi semana con Marilyn, Shame y Chronicle. Esas tres han de caer con sus respectivas críticas.
     Tengo perspectivas de grandes cosas, planes ingentes y exagerados. Si todo sale, me quedan unos años la mar de productivos. De momento, 2012 apunta maneras. No dejo de sembrar; ahora toca cosechar. Luego, el banquete fetén.

7 de febrero de 2012

El Desencantador


Desde diciembre tengo abandonada la novela Queridos niños. Eso no quiere decir que no escriba. Nada más lejos, escribo muchísimo, pero distinto. Seguramente alguno de los que me seguís desde el comienzo de los tiempos hayáis oído hablar (y leído, todo hay que decirlo) de un proyecto titulado El Desencantador.
     Originalmente, El Desencantador era la historia de un mundo donde han desaparecido los sueños, pero también la historia de un chaval que sueña con ser director de cine. De su primer amor, de sus primeros encontronazos con la enfermedad, con la muerte, con conceptos humanos que nos hacen adultos.
     Pretendía también esta novela ser una especie de experimento narrativo ajeno a cualquier lógica establecida, esto es, la novela que me diera la gana escribir. Así comenzó un intrincado puzzle de elementos inconexos, saltos temporales y narrativas extrapoladas a un universo en constante crecimiento, a una historia sin espinazo, sin estructura, sin cimientos. Supongo que, llegado un momento, me aburrí. No sé si me aburrí, pero había cambiado tanto las reglas del juego que me costaba seguir y envié el proyecto a la carpeta de las novelas inconclusas. En diciembre, si os acordáis, estuve presentando la segunda novela de Patricia García-Rojo en Jaén, y ella, autora confesa y orgullosa de literatura infantil y juvenil, me hizo darme cuenta de que igual esa literatura en concreto no tenía por qué estar mal, por qué ser condescendiente, etc. Además, el trabajo con Queridos niños me había enseñado a ser más metódico, de modo que lo que hice fue arrastrar el archivo de El Desencantador al escritorio, leerlo y ponerme a hacer esquemas de toda la novela. Ese esquema inicial del 16 de diciembre sólo sirvió como esqueleto para rearmar la trama de Damián y el extraño personaje que lo atormenta. A ellos se sumaron muchos más, las ideas pequeñas, ideas tímidas, se crecieron y provocaron grandes cambios en la trama general, aunque para mejor.
     En definitiva, a veces damos por hecho que un proyecto no vale la pena, pero no lo hemos intentado. A veces hay que ser intuitivos, pero otras tantas deberíamos ser metódicos, sobre todo si queremos que se nos tome en serio. De un tiempo a esta parte encuentro el equilibro entre ocupación e intuición, y creo que equiparándolas, el resultado puede ser serio. El Desencantador es una novela juvenil, sí, pero no es una novela al uso. Se trata de una novela donde la narrativa supone un juego para el que el lector debe permanecer alerta, donde no se debe presuponer nada, donde los finales almibarados son utopías, porque a medida que Damián Collado crece, el lector tendrá también que plantearse cosas sobre su vida,
     Por último, me gustaría señalar que toda la novela está plagada de constantes referencias culturales (musicales, geográficas, monumentales y, muy por encima de todas, cinematográficas), y es que si alguna vez le escribo una novela al cine, estoy convencido de que éste será el primer paso a la consagración del Séptimo Arte como necesidad del hombre.
     La intención es acabar la novela entre febrero y marzo para comenzar a moverla en editoriales y premios literarios, a ver si este mismo año consigue publicación. Entonces, retomaré Queridos niños.

23 de enero de 2012

José Alberto Arias gana el concurso de relato fantástico "Hijos de Mary Shelley"

Noticias EFE

Sevilla, 21 ene (EFE).- El escritor jiennense Jose Alberto Arias ha ganado con su relato "Alicia" la primera edición del concurso de relatos fantásticos "Hijos de Mary Shelley", promovido por la Consejería de Cultura e Imagine Ediciones para Ámbito Cultural.
     La convocatoria estaba dirigida a los participantes de la Escuela de Escritores Noveles de la Consejería de Cultura y el jurado que estuvo constituido por los escritores Félix J. Palma, Guillermo Busutil, Vanessa Montfort y Fernando Marías.
     Según ha destacado Fernando Marías, en el relato ganador, "Alicia", se identifica a un escritor "arriesgado y ambicioso" que entremezcla autómatas, zombis, escritores de literatura juvenil y hasta psicoanalistas.
     El premio de este certamen consiste en la publicación del relato ganador en el segundo volumen de la colección "Hijos de Mary Shelley", que será presentado en primicia en la Feria del Libro de Zaragoza 2012 junto a escritores de primer orden del género fantástico.
     "Hijos de Mary Shelley" es un proyecto dirigido por Fernando Marías y producido por Silvia Pérez Trejo de Imagine Ediciones para Ámbito Cultural, cuyo objetivo es generar actividades literarias y creativas alrededor del género fantástico.
     El título recuerda la noche de 1816 en que el matrimonio Shelley, Lord Byron y Polidori se contaron historias de terror para matar el tedio en Villa Diodati, y surgió la obra "Frankenstein".
     Jose Alberto Arias (Bélmez de la Moraleda, Jaén, 1987) es licenciado en traducción de inglés y francés, y Máster de Profesorado en la Universidad de Granada.
     A los 15 años comenzó a escribir y a ganar certámenes de relato a nivel nacional y comarcal como el de 'Escritores Noveles del Pacto Andaluz por el Libro' en 2007, el Certamen de Narrativa Joven 'Desencaja' del IAJ en 2009, y en 2011 el 'Premio Diputación de Jaén para Escritores Noveles'.
     Actualmente disfruta de una beca para creadores en la Fundación Residencia de Estudiantes de Madrid, donde trabaja en su segunda novela. EFE

16 de diciembre de 2011

Nosotros, que poseemos la tierra

Me fascina lo paranormal, lo que escapa a nuestro entendimiento, lo que nos aterra... Me encanta ser del pueblo de las Caras porque siempre tendremos ese misterio por determinar, porque no son pocas veces las que me he preguntado a cuento de qué ese fenómeno. Yo, el escéptico, el ateo, el a-terrado. Por eso me han fascinado siempre las leyendas urbanas (la chica de la curva, el loco del gancho, los extraterrestres, las abduciones...) porque son hechos paranormales que nacen de lo cotidiano. Porque, si le ha pasado al primo de un amigo, te puede pasar a ti.
     Por eso, no es de extrañar que, cuando comencé a escribir, me desviviera, sin entender estilos ni géneros, por esta temática, este terreno oculto en la niebla. Tampoco lo hice con demasiado acierto: reinterpretaciones de leyendas urbanas, magia e Historia... y sin embargo, todo aquello me curtió en cierto modo. Mi escritor de la adolescencia fue Stephen King, señor a quien sigo manteniendo un enorme respeto. Él me llevó a Poe y a Lovecraft, y a Borges, y... el resto de la historia es evidente. 
     La cuestión es que un día llegó un destello metafísico y escribí la historia de un señor que moría por error, e inventé mi Cielo, o cómo yo imaginaba que sería el cielo, y por aquel entonces ideé también la historia del último enterrador de un pueblo. ¿Quién entierra al enterrador?, era la premisa. Tenía dieciséis, diecisiete años, no recuerdo, y daba palos de ciego que, a fuerza de ensayo y error, daban en la diana. Empezaba a crear un universo perverso, triste, pesimista y muy oscuro; con todo, muy real, porque todo sucedía en un lugar que yo conocía bien: un pueblo. Un pueblo pequeño en el que todos sabían de todos, donde cualquier hecho excepcional daría la vuelta por todas las calles en minutos. Sucesos paranormales que suceden en pueblos pequeños. Superstición y tradición. Miedos humanos. 
     Bien, el tiempo pasaba y ese universo perverso no hacía más que (inconscientemente) alimentarse y crecer. Le nacían aristas por todas partes, la muerte ya no era una muerte limpia, el Cielo dejó de existir, porque yo no creo en el Cielo, porque nada me parece tan aterrador como que un muerto nos diga que no hay Más Allá, que tras la muerte se acaba, no hay luz, no una puerta, no San Pedro, sólo el FIN. El fin aterra al hombre. Ahora, visto lo visto, me hace gracia la inocencia con que retrataba a esos personajes, todos víctimas de circunstancias que escapaban a ellos, a lo sumo esa maldad innata que no se puede evitar, de modo que cuando seguí ese camino traté de crear una relación de causa-consecuencia en las vidas de mis personajes. 
     Alguna vez me he visto en la tesitura de buscar un texto sobre Jaén entre mis páginas desordenadas, y casi siempre he dicho no, es imposible, yo no escribo de Jaén. Porque, aunque digo que escribo de lo que conozco, en esencia mis historias son universales. Están ambientadas en pueblecitos de Jaén, cierto, algunos sin nombre, sin fecha, historias universales y anacrónicas; es decir, historias que puedan afectar por igual a cualquier lector. Resulta que la Diputación de Jaén, en un esfuerzo por hacer promoción de la tierra, convoca un premio literario para escritores noveles. Las bases aclaran que el contenido debe versar sobre la provincia de Jaén. 
     Yo quería participar, y de hecho llevaba unas semanas ideando una historia con bastantes puntos autobiográficos para convertirla en una novela, claro que para escribir una novela hacen falta meses, no unos días o semanas, de modo que pensaba desistir. No obstante, luego comprobé que otra opción era enviar un recopilatorio de relatos con un hilo que los hilvanara para crear la pieza de ropa, la camisa sencilla del aceitunero o la costurera. Bastaba eso, y fue cuando abrí la carpeta del ordenador titulada "Relatos" para buscar cuáles tenían elementos comunes, cuáles respondían a un patrón de ambiente, ubicación o cualquier suerte de unión. Di con varios y los modifiqué en su justa medida para acabar de localizar esas historias, en su mayoría de fantasmas, en el mismo universo. Tenía medio libro... Daba la casualidad de que, para una antología sobre leyendas urbanas de toda España, propuse escribir sobre las Caras de Bélmez, y me dieron luz verde. Escribí un relato donde ficción y realidad se mezclaban de forma medida, con el cual quedé bastante contento. Recordé ese relato y lo sumé al medio libro que llevaba, y me dije que con dos o tres cuentos más, bastaba para concurrir al premio. Dicho y hecho, me puse varios días a escribir sin parar unos relatos en función de la columna vertebral que iba cobrando el libro. La columna vertebral, dicho sea de paso, se trataba de un poema de Cernuda, "Un español habla de su tierra", del cual utilicé tres o cuatro versos para introducir cada cuento. Cuando escribí los dos cuentos restantes, en concreto los que abren el libro, me dije que así estaba bien, aunque me quedaba algo raquítico y añadí un par de cuentos de ciencia-ficción que situé en un futuro (más bien dos) postapocalíptico para poner el broche final al recopilatorio. 
     Así, al final tenía un libro con varios puntos en común, a saber: temática sobrenatural, ambientación rural, el poema de Cernuda como camino a seguir y, por último, la familia Almagro, protagonista de varios de los cuentos, cuando no de todos. Faltaba titular el libro, que me había quedado bastante jiennense, lleno de olivos y muertos y espíritus y esa atmósfera enferma de la que hablaba. El título llegó solo, como si estuviera decidido mucho antes de que yo, a los dieciséis años, empezara a escribir ese primer cuento sobre leyendas urbanas que acaban mal. Hasta ahí eso. 
     Hoy tengo el placer de anunciar que, de aquí a unos meses, tendremos la ocasión de encontrar en librerías Nosotros, que poseemos la tierra, ese reverso oscuro de un Jaén deformado por el espejo de la fantasía y la muerte, ese concepto extraño de tierra de olivos donde la gente se pierde y aparece muerta al cabo del tiempo. A todo esto, el libro comienza así: "Jaén me desconcierta".

11 de noviembre de 2011

Horror Hispano: Monstruos clásicos

Vengo con noticias estupendas. Tras un año en el que he escrito mucho (mejor o peor, pero mucho), empiezo a cosechar. Ya sabéis que mi relación con el terror es estrecha, sobre todo desde que pertenezco a Nocte.
     En este caso vengo a hablar de la estupenda antología Horror Hispano: Monstruos clásicos, cuyo último número se centra en los monstruos de toda la vida vueltas de tuerca inclusive. No recuerdo muy bien cómo acabé ahí, sólo que un día recibí un email donde se me anunciaba que había sido seleccionado para ser publicado en esta interesante antología. Por si fuera poco, dentro de la publicación encontré nombres de otros compañeros de la asociación, de modo que no puedo ser más feliz. La antología ha sido compilada por Darío Vilas en la editorial especializada H-Horror. Lo mejor es que, dado que se trata del número final de la colección, ha salido a la venta con el precio irrisorio de 3,50€, gastos de envío incluidos. Vamos, que quien no lo compra es porque no quiere. A todo esto, para hacerse con uno o varios ejemplares, basta con pasarse por la tienda online.
     En cuanto al relato en sí, se trata de un cuento que escribí para la iniciativa de www.elcuentacuentos.com hace unos años, y ahora lo resucito y lo saco a la luz para desempolvarle el polvo. Se trata de "Padre e hijo contemplan el mar", un cuento muy sencillo donde un padre y un hijo conversan acerca de la vida en un mundo donde la vida pende de un hilo, y no digo más. Los relatos incluidos en la antología son los siguientes:



Sin embargo despierto, Miguel Aguerralde
El extraño, Ángeles Mora
El tocado por Ra, Ana Morán
Eve, José Luis Cantos
¡Que vienen los indios!, Jesús Alberto Godillo
Padre e hijo contemplan el mar, José Alberto Arias
El amor de una madre, Ana M. Castillo
Let´s move, Pedro Escudero
Las tres muertes del monstruo, Andrés Abel
Aquelarre, Nuria C. Botey
El extraño caso de Robert Louis Stevenson, Juan Ignacio Vidal
El preso recibe una visita, Jordi
La caricia del monstruo, Ivan Mourin
La vecina del cuarto, Javier Martínez
La prenda, Oscar Muñoz
Dejad que los niños se acerquen a mí, Elena Montagud

30 de enero de 2011

Escritores II

Comenzó entonces la alimentación, fase crucial en la formación de todo escritor que se precie. Recuerdo las listas interminables de recomendaciones que nos daban año tras año los escritores que conocimos: desde Emilia Pardo Bazán a J.L.Borges, había que leerlo todo. Por supuesto, la relación con otros escritores era indispensable. Conocer a Clara Sánchez (Premio Nadal 2010), Juan Cobos Wilkins (un poeta excelente y sensibilísimo), Elena Medel, Espido Freire, Pablo García Casado, Fernando Iwasaki, María Rosal, Mario Cuenca Sandoval. Madurar y poder hablar con ellos de tú a tú (siempre con la cabeza un poco gacha, aún aterra mirar a los ojos a estos maravillosos ejemplos de escritores). Encontrarlos en prensa y televisión, en las bibliotecas y pensar: yo lo conozco, yo compartí mesa con él. Coincidir con ellos en actos literarios de diversa naturaleza, presentaciones de libros, mesas redondas, jornadas, charlas... mantener la relación gracias a las nuevas tecnologías y hacerles caso siempre. Gracias a ellos leí La metamorfosis de Kafka y El extranjero de Camus para sentar los cimientos. A estos les seguirían de todo, lo más granado de nuestra literarura (Cortázar, Borges, Bolaño, Bolaño, Bolaño, Aleixandre, Lorca, Cela, Ángel González), clásicos eternos (Capote, Harper Lee, Hemingway, Bukowski, Poe, Kerouac...). Y es que en el eclecticismo de estos escritores que conocíamos poco a poco reside el eclecticismo de nuestra propuesta o literatura. Nos lo hemos bebido todo, nos gustara o no, porque a veces hay que hacer cosas que no nos gustan, y obligarnos a entender qué hace tan especial La metamorfosis de Kafka cuando se trata de un relato tan simple en apariencia. Y, claro está, conocidos los clásicos no nos quedaba más que descubrir a los contemporáneos. Libros que nos han marcado porque son tan buenos que tenemos que pedir por favor que paren:

-La carretera, Cormac McCarthy.
-La ofensa y Derrumbe, Ricardo Menéndez Salmón.
-Las afueras, Pablo García Casado.
-El curioso incidente del perro a medianoche, Mark Haddon.
-Las moras agraces, Carmen Jodra.
-La lluvia amarilla, Julio Llamazares.
-Una palabra tuya, Elvira Lindo.
-La flaqueza del bolchevique, Lorenzo Silva.
-2666, Roberto Bolaño.
-El viajero del siglo, Andrés Neuman.

Esos son sólo algunos. Luego te das cuenta, como comentaba, de lo pequeño que es el mundo de la literatura. Por ejemplo, cuando conocí a Fernando Iwasaki, un cuentista maravilloso, me tocó mucho el hecho de que él hubiera conocido a Roberto Bolaño, tan de moda ahora, y un clásico instantáneo en cuanto lo leí para mí. Pensé: qué bien, estoy hablando con un hombre que conoció a uno de mis ídolos. Hablaron juntos de literatura, seguro. De buena literatura. Ellos instauraron la buena literatura juntos. Pero todo es más pequeño. Una de las voces literarias que suenan con más fuerza últimamente es la de Andrés Neuman, otro narrador excepcional; pues bien, un día cogí en la librería uno de sus libros, y había en él unas palabras de Bolaño ensalzándolo como una de las promesas de la literatura en español, y me maravilló eso, y por eso compré el libro. Pero qué gracioso, pues Andrés Neuman era profesor en mi Universidad, la Universidad de Granada, aunque yo no lo sabía; lo veía demasiado joven, quizá. Y bien, un día vino Fernando Iwasaki a presentar su último libro a Granada, y en la presentación estaba ahí Andrés, y fue así como lo conocí. Y cinco o seis meses más tarde estaba compartiendo mesa redonda sobre literatura con él. Casi nada. Yo no había publicado nada aún ese frío diciembre de 2009, pero recuerdo que Fernando me presentó como un escritor que pronto sacaría un libro al mercado. Y así fue. Cuatro, cinco meses más tarde, coincidiendo con la mesa redonda, ahí estaba mi libro.
Tampoco quiero que nadie se engañe. Conocer gente en este mundo es importantísimo, por supuesto, pero también es esencial tener talento. Sin talento, tal vez publiques algo, pero no trascenderás. Ahora mismo la esperanza de cualquier escritor novel o desconocido son los numerosos certámenes literarios que se convocan anualmente en España.
Afortunadamente, aposté y gané.